15.10.2021.- Alcalá de Henares.UAH
¿Cómo desentrañar el misterio de unos contenidos que invitan a encontrar belleza en el caos?
¿Qué tipo de razones pueden concitarse para crear un mundo de inmensidades de luz, partiendo de una mirada a la destrucción y la desolación? ¿Quién puede señalar y aferrarse a una utopía que permita proporcionar esperanza a una humanidad propensa a la deshumanización?
Todas estas interrogantes se me antojan oportunas para iniciar un acercamiento, y hasta una profundización, en torno a la obra pictórica de Ángel Orcajo.
Es este artista quien nos visita ahora en el Museo Luis González Robles. Universidad de Alcalá, abriendo nuevo curso académico. Retomamos así, con esta muestra, la línea de exposiciones monográficas de artistas señeros del museo, tras un paréntesis de dos años.
Orcajo es considerado como una de las relevantes figuras de la plástica contemporánea de nuestro país, y un referente de la llamada generación post informalista. Con destacada trayectoria, afianzada ya en los comienzos de la segunda mitad del pasado siglo XX.
A lo largo de su dilatada y fecunda andadura nos ha dejado una importante y significativa obra. Y durante todo ese periodo, las más destacadas plumas de la crítica del arte de nuestro país le han acompañado puntualmente, glosando sus trabajos y dando fe de su excelente y fértil quehacer creativo.
Para fijar memoria menciono un par de apuntes de esa extensa bibliografía.
Venancio Sánchez Marín apuntaba en 1965 y refiriéndose al pintor naciente que recién comenzaba a mostrarse, eso sí con paso firme, “Ángel Orcajo es uno de los jóvenes artistas cuya obra merece más atención por su enfrentamiento con una temática de estructuras, referidas a la ingeniería o a la arquitectura, envuelta en un singular ambiente que no tiene semejanzas con ningún otro de nuestro panorama plástico”.
Por otra parte, y ya a comienzos del siglo XXI, Fernando Huici nos decía “Así camina en pos del enigma, ejerciendo el dictado de su sueño, el pintor de los sesenta. Sin duda con ello acredita un crédito ejemplar”.
Accediendo a esa extensa bibliografía podemos aprender acerca de aspectos clave en el discurso plástico de este artista. Allí se habla de “incertidumbres”, de “escenarios en que un mundo se desmorona y otro emerge”, del “delirio de la utopía”, de “las ruinas del siglo”, de “visiones apocalípticas”, de “paisajismo transgresor”, de “miradas, iconos y trazos”. Y así se van descubriendo un sinfín de pinceladas sobre el denso, y no exento de complejidad, recorrido de Orcajo, que nos ayudan a fijar contenidos. Claro que no son, obviamente, imprescindibles para navegar por sus cuadros y disfrutarlos abierta y profundamente, pues son ellos los auténticos protagonistas en esa función comunicativa del propio arte.
Tras pasear por ese vasto y erudito recorrido de la palabra, en pos del pintor, supone para mí una grata experiencia, aderezada con un punto de emoción, el poder dedicarle este sencillo texto, que nos permite acercarnos a esta magnífica exposición.
En ella va a situarse el artista en un diálogo con este singular e histórico espacio de la Universidad de Alcalá, dedicado por la Institución a centrar, como sede de este museo, la figura y el legado de Luis González Robles con quien el artista pudo, en un tiempo, caminar y colaborar en diversas y destacadas experiencias expositivas.
De nuestro lado, pues, podríamos incidir en algunos pequeños aspectos que nos provocan el transitar por sus obras, desde la atalaya de compañero en la procelosa tarea de la creación plástica.
Nos parece que Orcajo se está reconstruyendo en forma continua, una y otra vez, fiel a sus búsquedas iniciales. Aparecen en él esas inquietudes e incertidumbres, propias del devenir humano que camina en pos de su destino.
El artista muestra, de forma regular, una variada y rica iconografía, utilizada con maestría elegancia y fluidez, para lograr objetivos muy concretos en cada “tempus”.
Se supone, o al menos así lo intuyo, que estaría indagando permanentemente en ese enigma, en ese sueño y en ese ideal comunicativo que, con su propio lenguaje, envuelve y hasta obsesiona a todo creador plástico.
Camina en pos de ese cuadro único y definitivo que lo diga todo, en su propia esencia, pero al que nunca se da alcance. Su anhelante mirada siempre está fijada en ese horizonte utópico e inasible, que insiste en mostrarnos en sus trabajos. Es ese acto, convertido en acicate, el que sin duda nos permite a todos mantener la ilusión para hacer nuestro camino creativo y vital.
Orcajo se apoya en sus personajes icónicos para enfocar esa mirada inmensa que se pierde hasta el infinito, y que no encuentra certidumbre alguna al inquirir sobre el misterio de la existencia humana. Y es de esa manera como muestra la consciencia de su papel de eslabón entre caminares pretéritos y futuros del arte, y por ende de la propia Humanidad. Conoce bien, y también, su inexorable compromiso con el presente que le ha tocado vivir. Y a su vez asume su trascendencia como parte del puzle existencial.
Se hermana así con determinados autores del pasado, a través de varias de sus piezas icónicas, Brueghel, Moore, Redon o Friedrich (entre otros), fundiéndolas en los contenidos básicos de su singular y profundo discurso.
Dedicado a un construir inacabable, cual arquitecto comprometido con ese aspecto consustancial a la naturaleza humana. Aunque paradójicamente y de otro lado, es una constante en él la amalgama de ese obsesivo aspecto referido a la deconstrucción, con sus características y reiterativas temáticas alusivas a la destrucción y al caos, con los que el artista trata de comunicar sus dudas e incertidumbres.
A mí se me antoja, no obstante, que es precisamente en esa tarea de contraposiciones en la que el artista logra encontrarse. Y se siente cómodo.
En cuanto a los contenidos y el recorrido expositivo podemos señalar que en todo momento se le ha querido conferir un carácter de tipo antológico. Con esta muestra, y al igual que en otras previas ocasiones, el Museo LGR.UAH ha querido dedicar su espacio para celebrar un pequeño homenaje a este artista madrileño, figura imprescindible en el panorama del arte contemporáneo español de la segunda mitad del siglo XX.
En el recorrido expositivo se han incorporado una serie de pinturas, la mayoría de gran formato, reflejando con ello esa apuesta decidida del artista, empleada casi desde sus comienzos y plenamente consolidada como seña de identidad en su discurso plástico. De alguna manera se nos antoja, un poco y en determinadas ocasiones, con un cierto sesgo cercano al muralismo.
Del acercamiento a y la lectura de todas las obras expuestas se podrán entrever las vicisitudes más significativas de su evolución en la sagrada tarea creativa, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional.
Así, recorriendo la sala, se podrá ir descubriendo el singular trabajo en el tiempo, ligado a su propia verdad, de este artista que “necesita crear y reinventarse a cada paso para poder seguir respirando”, en palabras del propio Orcajo.
Nos iremos encontrando con obras emblemáticas, como ese oscuro destello de sus albores “Paisaje del hombre” (1963). De él nos trasladamos hacia el drama, con “El sueño del terror” (1973) como antesala de una evolución siempre crítica con la sociedad, y que generaba una estética adaptada al continuo devenir de los tiempos. Es de esta manera y poco a poco como su pintura avanza más allá de su propia realidad, para visualizar un mundo de caos e incertidumbre.
Señalamos también que se ha incluido en la muestra uno de sus más recientes trabajos “En un avatar mutante“(2016), al igual que alguna de esas obras entroncadas con aquella serie mítica que el artista paseó en su tiempo, de la mano de González Robles, por la Bienal de Venecia (1970). En un pabellón español que mereció el reconocimiento de figurar entre los tres mejores de aquella XXXV edición.
Finalmente y rematando el contenido de la exposición aparecen varios dibujos, pertenecientes a ese quehacer de una mayor espontaneidad y cercanía, también transitado por el artista. Y no solo en su aspecto de tipo más “bocetual”.
Para la selección de las obras y el establecimiento de dicho recorrido expositivo ha sido fundamental la participación tanto del propio artista como de su hijo Pablo Orcajo, a quienes tenemos que agradecer profundamente su inestimable colaboración.
Hay un aspecto de la personalidad de Orcajo que no quiero dejar en el tintero. Me refiero a su faceta de compromiso y solidaridad con las causas comunes de los compañeros artistas. Recuerdo su activa participación en los avatares de aquel mítico y pionero Centro Cívico Cultural El Foro de Pozuelo, que contó con su saber hacer casi desde el momento de su fundación, en el año 1978, alentando siempre la promoción de nuevos jóvenes valores.
También debe destacarse su disposición a colaborar con el devenir del proyecto del museo que ahora le acoge, adhiriéndose desde su fundación a la Asociación Amigos del Museo LGR.UAH, y formando parte de su Junta Directiva. Desde allí ha mostrado siempre su solidaridad e interés para participar con generosidad en el proceso de consolidación del museo.
Le damos la bienvenida e invitamos a todos a disfrutar con auténtica fruición de esta nueva exposición.
José Luis Simón
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