por Víctor Morales Lezcano
18.9.2024,- Madrid.- Los flujos migratorios humanos, sabido es, son tan antiguos como el homo sapiens, no importa dónde se produzcan y se movilicen sus perpetuos integrantes por un solapamiento de factores convergentes. Factores que alcanzan un cénit en su desarrollo, antes de llegar a una curva descendente en el transcurso de su milenaria trayectoria.
Quien sea persona de asidua inclinación lectora u ocasionalmente motivable por el fenómeno migratorio considerado en sus múltiples manifestaciones diacrónicas podrá observar cómo España fue, durante su trayectoria plurisecular, país de emigrantes, en dirección al Nuevo Mundo de las Américas; y, más tarde, y en cierta medida, ha sido España también país de perfil inmigratorio, particularmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Ello permitiría hablar cabalmente de los “nuevos españoles” a Rosa Aparicio y Alejandro Portes, entre otros autores migrantólogos. O expresado explícitamente, cómo y por qué se produjo la incorporación de los newcomers en la península ibérica y, años después, la de los hijos descendientes de aquellos inmigrantes en sectores laborales primarios y, con posterioridad, en otros sectores de trabajo y empleo más cualificados que los ofrecidos por el mercado laboral de las sociedades avanzadas en su desarrollo económico interno.
No hay que olvidar que, si a la dinámica migratoria española, se suma el hecho de que la geografía y la historia han favorecido las oleadas migratorias/inmigratorias, detectables (y ya analizadas por una respetable nómina de migrantólogos españoles), con una raigambre oriunda de la sedicente plataforma latinoamericana, más tarde se sumó el componente humano inmigratorio de raigambre magrebí, con neto predominio marroquí. Ya entrado el siglo XXI, habría, además, que tener en cuenta las aportaciones sensu stricto subsaharianas. De tal modo que no solo son inmigrantes marroquíes los que aumentan su escapatoria hacia España, sino que, como está ocurriendo en estos dos últimos años en Canarias, llegan contingentes migratorios erráticos de procedencia territorial evidente de la denominada África negra; bastantes de ellos, a propósito, no han alcanzado aún la mayoría de edad.
Finalmente, no puede dejar de señalarse en este enteco apunte sobre el tema de marras que los contingentes migratorios (sean mauritanos, senegaleses, guineanos, exempli gratia) que huyen de condiciones de supervivencia crueles han de procurarse a duras penas salvamento y socorro para hacer la travesía azarosa de las aguas del océano que les separa de un supuesto El Dorado trasatlántico insular que, en siglos atrás, se supuso que era localizable en el idílico paradero de las Islas Afortunadas. Con este ejemplo, por medio, solo se pretende, en estas escuetas líneas, no dejar de mencionar la deletérea función mediadora que tanto ayer como hoy en día parece que constituyen las enigmáticas “mafias” de rigor en la trama de una película que por ahora no tiene fin, pero que sí contabiliza en su haber innumerables y sucesivas víctimas de las rutas migratorias, ya sean terrestres o marítimas.
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