7/8/25.- El Escorial.- Desde que se separó de su marido, Jimena Saavedra recelaba y detestaba a los hombres, de los varones, por muy atentos y educados que fueran; siempre creía que guardaban una doblez especial para destruir y arruinar a la mujer. Las atenciones y amabilidades masculinas se le antojaban trampas saduceas, celadas potentes para hacerle caer. Miraba a los hombres como monstruos andantes y ogros futuros. Odiaba a los hombres.
-Se te pasará le decía su amiga fotógrafa Amalia Zúñiga. La separación es prácticamente como una muerte, hay que pasar el duelo. Te esperan dos años de luto, hasta que lo entierres de verdad en tu pensamiento.
Había adelgazado once kilos en los meses que tuvo de discrepancias y diferencias jurídicas, para llevar a cabo la separación previa al divorcio, como entonces exigía la ley. Hablar con él le exasperaba y optó por remitirlo sistemáticamente a su abogada, cada vez que le llamaba por teléfono. Sus palabras, envueltas siempre en terciopelina barata eran siempre las de un taimado traidor. Un pícaro.
-La separación es la mejor dieta para adelgazar”, le decía Jimena a Amalia.
-No te creas, a otras les da por comer y se ponen orondas”, replicaba su compañera de trabajo.
Llegó al periódico una invitación de la UNESCO para asistir a un congreso de tres días sobre bienes culturales y Patrimonio de la Humanidad en Ferrara. El director de la publicación les dio el visto bueno para que asistieran Amalia y ella.
Jimena, con la pena y el resentimiento dentro, miraba la bella ciudad italiana de modo fantasmagórico, como si paseara por los oníricos jardines del sueño de Polifilo o los de Finzi-Contini. En cualquier caso, Ferrara se iba imponiendo por su belleza histórica y estética. Jimena acabó disfrutando de la ciudad de mármol y los palacios de la familia Este, foco de las artes en el XV y XVI. La ciudad, medio amurallada, sobre el vado del río Po, la del Palio de Ferrara en la Piazza Ariostea...
El congreso resultaba monocorde. El último día abrió la ponencia un holandés de unos 50 años, sonrisa tímida, chapetes en la cara y pelo rubio algo ralo. Dicen los norteamericanos que si el ponente no arranca una risa del auditorio en los primeros diez minutos, discurso fallido. El holandés, con un perfecto inglés en su dicción, la arrancó en los cinco primeros minutos. A Jimena le llamó la atención aquel hombre por su sonrisa tímida y sus gestos de humilde sencillez. Lo observó mientras duraban sus palabras y le gustó. Transmitía una grata afabilidad, una bondad inteligente… Se dejó envolver por su figura y su voz. Percibió que se estaba dejando seducir por lo que veía y escuchaba; no le importó. Cuando acabó de hablar, Jimena, tocada, aplaudió suavemente junto a los demás, al tiempo que sentía que había dejado de odiar a los hombres. Había sido como una transmutación alquímica. Un milagro. Una revelación. Una epifanía.
Se lo comentó a Amalia.
-Vete más despacio, le amonestó.
El congreso terminó en la tarde noche, con un breve concierto de violín y piano, primero, seguido de coral ,en una iglesia de Ferrara. En el intermedio, Amalia, sentada junto a Jimena, se excusó para ir a comprar souvenirs en el puesto instalado en el pórtico de la iglesia. Jimena se puso a consultar el móvil, hasta que una voz la interrumpió preguntando :
- ¿Está libre este asiento?, refiriéndose al de Amalia.
Era el holandés de la sonrisa tímida, los chapetes en la cara y el pelo rubio algo ralo.
Jimena vaciló, pero vio que Amalia se acercaba con una bolsa de souvenirs en la mano.
-No… Lo siento, le respondió ella, vacilante, con sonrisa resignada, al holandés de la sonrisa tímida. FIN
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