lunes, 18 de agosto de 2025

RECUERDOS FAMILIARES: Mi cuñada Myriam de la Prada y Badía, corresponsal político en el Palacio del Eliseo

Palacio del Elíseo. París
"Le déjeuner des canotiers", de Renoir, en una antigua guinguette"

Julia Sáez-Angulo

18/8/25.- El Escorial.- En realidad, Myriam de la Prada y Badía no era mi cuñada, pero nos tratábamos y presentábamos como tales. Era hija del padrino de mi marido –José Antonio de la Prada -un militar jurídico de Aviación que estuvo en el bando nacional de la Guerra Civil- y la conocí en París, en 1980, antes de casarme. Ella era corresponsal político en el Palacio del Eliseo. Conocía muy bien a François Mitterrand y lo trataba con cierta familiaridad, por más que como ella repetía: “Mitterrand no se creía Luis XIX, sino el mismísimo Jesucristo”. Por su amistad con él logró que su hijo Miguel Yoldi de la Prada, mi ahijado, siendo un niño de unos 11 años, estuviera en el balcón de presidencia, junto al hijo del presidente canadiense Trudeau, que tenía su misma edad, cuando desfilaban las tropas en un aniversario redondo de la invasión de Normandía en 1944.

Myriam de la Prada (1928-2005) era guapísima. Su figura alta, esbelta, su cabellera rubia ondulada y sus ojos grandes verdes llamaban la atención. Ella contaba que sus ojos verdes los debía a una tatarabuela gitana muy bella, con la que tuvo que casarse su tatarabuelo leonés en Sevilla, cuando lo destinaron como inspector de impuestos en Andalucía, porque el hombre la dejó embarazada y la tribu romaní le obligó a ello. No sé si era verdad o no, pues Myriam era muy fantasiosa, aunque todo solía tener en ella un algo de verdad.

Un podólogo le dijo una vez que tenía los pies largos y finos como una gitana, algo que añadía datos a la historia, que no acaba aquí, pues en cierta ocasión le presentaron al patriarca romaní en París, le contó su historia y, a partir de ese momento, la invitaba a todas sus fiestas.

También decía que pertenecía a una familia noble, aunque a su rama no le correspondía el título del marquesado de la Prada. “A los franceses, aunque sean republicanos, les encantan las historias de reyes, príncipes y nobles”, decía. Ella trataba a su hijo de tú en español, y de usted en francés, como corresponde en la nobleza.  

           Myriam tenía un punto snob, que la hacía graciosa más que antipática. Con el tiempo llegue a percibir que trataba de agradar a quien tenía enfrente y por ello se mimetizaba de inmediato con el paisaje y el paisanaje. Recuerdo una mañana que fuimos al Registro del Marais, para un asunto de su casa, una antigua guinguette (venta al aire libre), remozada en pisos, y nos recibió un registrador diminuto, pero simpático que pronto nos soló un latín sobre su trabajo. “Monsieur, mi padre es como usted, le encanta el latín y siempre que puede nos dice alguna frase en esa lengua que él bien conocía por el Derecho”, le apostilló.

Sobre los franceses tenía su sentido crítico, que solo comentaba en privado.  “Ahora todos los franceses dicen que estuvieron en la resistencia, pero lo cierto es que solo lo estuvo un 10%, otro 10% lo estuvo entre los colaboracionistas, y el 80 por ciento se inclinaba allí donde conseguía el salchichón para subsistir”.

Recuerdo los veranos en Huisnes-sur-mer, en la casa que compró en Normandía, al lado del Mont Saint Michel, donde veraneamos juntas con nuestros hijos y Gema Piñana durante varios años. Un día parecí con una preciosa cesta de frutas compradas en el mercadillo semanal de la aldea, y cuando la vio dijo horrorizada: “¿Quién ha traído eso”, preguntó Myriam. “Yo. La he comprado en el mercadillo de la plaza”, contesté sin comprender. “Pues hay tirarla toda”, añadió. “En esta casa solo entra fruta de España madurada con el sol y no con el gota a gota de Holanda”. No se tiró, pero ella era drástica en algunas ocasiones.

También recuerdo una entrevista que Myriam hizo en París a Luis Yáñez-Barnuevo, Secretario de Estado para Iberoamérica, y como ella sabía que él era médico, le explicaba un padecimiento de estafilococos que tenía, ante mi asombro presente, mientras que él la miraba y escuchaba con toda calma.

De Myriam guardo muchas y buenas anécdotas, porque conocía a mucha gente y nos veíamos con ella. Ella me entrevistó para la RTV francesa, cuando el presidente ruso Mijail Gorbachov visitó París y atravesó en coche oficial los Campos Elíseos. Necesitaba una voz en español y yo le servía para la causa. Vi el desfile de Gorbachov con la misma velocidad que se veía cuando pasaba el coche de Franco en España.

Un cáncer de pecho fue arruinado la vida de Myriam, después de jubilarse. Se puso oronda como la cantante Mahalia Jackson. Me dolía verla. Se vestía entonces de amplios vestidos largos. Algún familiar cercano cree, que ella pactó con el médico pasar al otro lado. En el entierro fui junto a su hijo en el mismo furgón que el ataúd, camino del cementerio del Père Lachaise, donde fue incinerada. Sus cenizas están hoy en el cementerio de Huisnes sur-mer, al lado de su casa. Dios tenga su alma en un buen lugar junto a Él.

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