sábado, 23 de agosto de 2025

PASEO POR EL BOSQUE DE LA DEHESA BUENAVISTA, junto a Prado Tornero, en El Escorial. Jabalíes, buitres, cárabos, meloncillos, oropéndolas, gorriones, urracas, sapos…

Pilar Engelmo y sus mastines
Pilar Engelmo y Julia Sáez-Angulo. El Real Monasterio de El Escorial, al fondo

Julia Sáez-Angulo

Fotos: J.S.A.

23/8/25 .- El Escorial .- Pasar un día en la dhesa Buenavista de las Pilares, Pilar Engelmo y Pilar Suja, es una lección de flora, fauna y arte. Después de visitar el taller para ver el cuadro en marcha de Suja, una cabeza negra de grafito y albayalde sobre el lienzo, y unas sedas pintadas bajo cristal, de Engelmo, damos un largo paseo al atardecer por el bosque de la dehesa, donde antaño montaban a caballo. 

Una generosa cascada nueva de nombres en la flora y fauna empieza a caer en forma de contemplación y palabras. La Naturaleza -siempre deseo escribirla con mayúscula-, es un diccionario inabarcable de nombres y conceptos. Los liliums naranja se muestran feraces y sensuales junto al poyete del porche. En frente, está el jardín de adelfas, agapantos, bambú, palmitos… que se ilumina en la noche con las luces solares que han cargado batería del astro sol. Las escaleras de roca llevan a la piscina. Engelmo muestra contenta el “árbol de Júpiter”, lagerstroemia indica, en maceta, que le han regalado en el vivero. Me señala con orgullo una jara trasplantada que se trajo de casa de su hermano y agarró en la tierra. “”Es muy difícil trasplantar una jara; hay plantas que no lo toleran, pero aquí se adaptó”. 

Salimos por el camino que lleva a la primera verja, la que protege el recinto más cercano a la casa. Engelmo señala: “En este camino de entrada voy a poner una hilera de cipreses, coníferas que no alimentan orugas”, explica. El hermano ciprés, junto a la piscina, los espera, silencioso.

Los cinco mastines nos siguen como perros fieles, muy contentos, porque les encanta jugar y pasear en la noche con sus dueñas. Nos proponemos llegar hasta el miradero de los milanos, una encina redondeada en su copa y el miradero de los indios, un grupo de rocas graníticas; dos hitos al fondo del bosque de encinas y robles fundamentalmente. “También hay algunos sauces y sabinas. Afortunadamente no hay pinos, porque acaban siendo un criadero de orugas”, explica Engelmo, que ha vivido casi siempre en el campo y es una documentada agricultora y ganadera.

Las montañas, conocidas como las Machotas, protegen el valle. Desde los miraderos podremos ver el Real Monasterio de San Lorenzo y el pueblo que lo flanquea a la derecha, junto al monte Abantos.

    Suja nos hace levantar la vista para ver una manada de buitres y otras rapaces como las águilas reales, que nos sobrevuelan, y confío en que no sueñen con nuestras cabezas. Las vacas han abierto, con sus pisadas, un diminuto sendero que nos guía, si bien hay que tener cuidado con las bostas frescas del día, para no pisarlas.

Vamos atravesando cercas sucesivas y los mastines han de quedarse dentro de la tercera, porque más adelante podríamos encontrarnos con algún otro perro y la el enzarzado con los mastines podría ser un alboroto tremendo. Suja no quiere ruidos ni voces altas para poder escuchar los sonidos de las aves que anidan en los árboles. Ella abre el móvil y pone en marcha una aplicación que escucha y revela el nombre de las aves que entonan a esas horas.

    Engelmo me cuenta que una mañana vio revolotear en el alféizar de su venta un pájaro amarillo extraño. Al poco comprendió, que se trataba de una oropéndola, preciosa. También cuenta sobre la banda de urracas que dos días atrás atacaron en grupo a un milano que llevaba un gazapo, al que pudieron salvar a tiempo, espantándolas con gestos, voces y palmas. “Las urracas son muy listas y terribles. Por aquí también hay mirlos y gorriones”

Vemos correr a lo lejos a un jabalí con su manada de hijos, detrás de un conejo. “Hacía tiempo que no veía un jabalí, comenta Engelmo, pero Antonio, el ganadero, me cuenta que sí los ve con frecuencia”. Él lleva las vacas a pastar a la dhesa y ellas comen los yerbajos del suelo, de modo que lo limpian y evitan la acumulación reseca, tan peligrosa ante posibles incendios.

    Vemos un gran roble caído en el suelo, desde las raíces, junto a la tercera valla. “Es raro que Antonio no me haya avisado de ello, pues se ven algunas ramas cortadas”. Engelmo lo llama por teléfono y él dice que solo lleva dos días caído. Ambos conciertan un acuerdo para avisar que lo corten en leña, que será llevada junto a la casa. “En invierno, la chimenea se alimenta con nuestra propia leña”, me explica. “María, la señora que vive con ellas, y yo también vamos con la furgoneta y recogemos las ramas caídas del bosque, para limpiarlo y así más leña”. En Buenavista, el reciclaje es una realidad y eso les honra.

    Pasamos por grandes matas de zarzamora y tomamos de sus frutos negros y maduros. Llegamos, por fín, a los miraderos y nos satisface el objetivo cumplido. Desde el miradero del indio, el Real Monasterio resulta misterioso. Un día desde allí, las Pilares escucharon el toque de campanas que había encargado el Papa para toda la Cristiandad, en agradecimiento a la clase sanitaria, que había cuidado a los enfermos del Covid-19, con el riesgo de sus vidas. Fue un 6 de abril.

    De pronto se ilumina el pueblo en la falda del monte. Está anocheciendo y hemos de regresar. Ha sido un paseo largo de más de hora y media. Los mastines nos esperan alborozados en la tercera valla. “Los mastines no son una raza, no tiene pedigrí, aunque todos sean así, grandes como caballos”, me explica Suja. 

    Engelmo me habla de corzos y gamos, Suja de zorros y me inquieto. “No hay peligro, los zorros son poco más que un gato grande y huyen ante la presencia humana”, me explican. Las dos pintoras me hablan del meloncillo, animal como la mangosta egipcia que se pasea señorial entre aquellos árboles … 

    Hay un manantial que supura el agua, cada día, por donde quiere. En el suelo regado aparece un pequeño sapo, renacuajo, que Engelmo lo acoge en su mano por un momento. “Bésalo y se convertirá en un príncipe”, le digo. “¡Ni se te ocurra, los príncipes son muy exigentes!”, tercia Suja, quien se apresura a contarme que llevan varios días escuchando en la noche, cerca de la casa, los chillidos de un cárabo común.

    La Naturaleza no se termina nunca, se renueva. Cada día ofrece una nueva jornada, una aventura distinta, unos hallazgos diferentes…

    “Ahora entenderás por qué amamos el campo con toda nuestra alma. No nos apetece movernos de aquí”, me comenta Engelmo a la despedida. Hacía tiempo que yo no había dado un paseo tan hermoso entre árboles. El Escorial, el Real Sitio, es un lugar privilegiado, no en balde lo eligió un sabio Príncipe renacentista como Felipe II. Los bosques y de la Herrería, La Manguilla, La granjilla o El Campillo, le dan una riqueza y un frescor envidiables. La sierra de Guadarrama es magnificente, señorial. Hay que repetir el paseo más veces, porque la Naturaleza es un tapiz que se renueva cada jornada, y se tiñe del color y los aromas de las cuatro estaciones.

Pilar Engelmo y los mastines
El roble caído
Pilar Engelmo y Pilar Suja. Paseo por la dehesa.
Julia y Pilar
Las Pilares

1 comentario:

Juana Mari Herce dijo...

Un respiro de paz y naturaleza en un enclave "Real" .Tardes de verano para recordar .
Gracias Yuli por compartir tan bucólica vivencia.
Saludos.