lunes, 2 de noviembre de 2015

Fernando Arrabal y sus obsesiones en “El Arquitecto y el Emperador de Asiria”







Julia Sáez-Angulo


         Cincuenta años tiene la obra de Fernando Arrabal en “El Arquitecto y el Emperador de Asiria”. En ella vertió, como es su costumbre, obsesiones freudianas familiares sobre la madre, su responsabilidad  y su muerte. Las Naves de matadero del Teatro Español han acogido esta obra.

         Teatro del absurdo y la incoherencia, del pensamiento automático, teatro pánico lo llamó Fernando Arrabal (Melilla, 1932) y su grupo desde París. Corina Fiorillo ha dirigido esta última representación del melillense.

         Dos personajes, dos hombres solos en una isla desierta, interpretados por Fernando Albizu y Alberto Jiménez -con frecuencia amanerados-, hablan, dialogan, a veces con oídos sordos  y esperan o aguardan una salvación que no acaba de llegar, vía avión, helicóptero o fuga en piragua.

         La soledad y la espera, entre tanto el homo ludens, al decir de los latinos, juega, representa roles, rie, llora, sonríe, sufre, desconfía, se desespera… Temas eternos del ser humano, representado quizás con mayor poesía en Esperando a Godot de Samuel Becket.

         Fernando Arrabal se desmadra y quien suele dirigirlo también para seguirle el juego. El resultado es pérdida poética y provocación gratuita, con desnudos –no siempre estéticos- incluidos.

         Las Naves de matadero han dedicado el nombre de una sala de representación a Fernando Arrabal, -la otra a Max Aub. La temporada pasada se representó en el mismo lugar otra obra de Arrabal con un montaje espectacular y soberbio. Arrabal es un dramaturgo mimado; su teatro quizás no provoque tanto como él quisiera y se queda en buena parte con el desmadre.

        



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