Julia Sáez-Angulo
Vicente Verdú, se doctoró en Ciencias Sociales por la
Universidad de la Sorbona y es miembro de la Fundación Nieman de la Universidad
de Harvard. Escribe regularmente en El País, diario en el que ha ocupado los
puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura.
Entre su veintena de libros se encuentran El planeta
americano (Premio Anagrama de Ensayo, 1996) Señoras y señores (Premio
Espasa de Ensayo, 1998) y La hoguera del
capital (Premio Temas de Hoy, 2012) Su último libro ha sido Enseres Domésticos (Anagrama 2014). Ha
obtenidos premios nacionales de periodismo como el Miguel Delibes, Julio Camba
y González Ruano.
Como pintor, ha realizado en los últimos diez años, unas 54
exposiciones, 28 individuales, en España, en Bélgica, en Suiza, en Italia, en
Estados Unidos o en China. Entre los compradores de sus cuadros se encuentran varios
catedráticos de universidad, una directora del IVAM, Adolfo Domínguez, Gregorio
Marañón y arquitectos como el académico de Bellas Artes Luis Fernández Galiano
y Norman Foster.
Su pintura se
decanta por la abstracción colorista, ordenada en campos parcelados de manchas
y líneas rectas o gestuales que llevan a ritmos poéticos insospechados. A veces
juega con los monocromos y llega hasta los nocturnos. Últimamente está dejando
ciertos espacios en blanco, para resaltar el soporte y el acto o gesto de
pintar. Dice trabajar con buenos soportes y mejores pigmentos. La pintura sobre lienzo, cartón o papel lo agradece.
Cuadrícula 4, pintura de Verdú
Cuadrícula 4, pintura de Verdú
¿Cuál es la definición de arte que le gusta más?
-Aquella
que lo considera una forma exclusiva de
expresión y de conocimiento. Una entrega de comunicación incomparable a las
demás. A las demás que no sean, en buena medida, la poesía
¿Por qué eligió la pintura como género?
-He
escrito más que he pintado. He publicado unos treinta libros y no he pintado
sino unos mil cuadros. Pero, en general, he sido siempre muchas cosas a la vez.
Para bien o para mal me ha interesado desde la economía (obtuve el doctorado en
la Sorbona) hasta el periodismo (desde 1981 trabajando en El País y desde 1967
ejerciendo la profesión) y todas las Artes, especialmente las plásticas. Sin
embargo, el mero interés no lo es todo. Lo principal en mi autoconsideración es
la curiosidad que me ha permitido ser tanto un dilettante como un apasionado
“excursionista” cultural.
-¿Los colores responden a la música o a los
sentimientos…?
-Kandinsky
pintaba música. Poseía esa parestesia casi mágica que hace ver colores en los
sonidos. Yo no me pongo nunca música cuando pinto. Pinto en el silencio del
estudio con la música en mi interior puesto que unos encuentran la melodía en y
los colores.
Los
sentimientos influyen poderosamente en el trabajo de un artista. La emoción
actúa como una sustancia esencial o materia primitiva, sustanciosa y rica. Toda
emoción, al concentrarse, impulsa a escribir o a pintar gozosamente. Luego,
tras el primer estímulo lo emotivo va
completándose, corrigiéndose y enriqueciendo con la experiencia de la
realización, cualquiera que sea. La pintura, sin embargo, me resulta mucho más
pasional y directa. La pasión por la pintura se corresponde con la pasión que
la pintura requiere para hacerse real.
Tanto la escritura como la pintura necesitan del artista para existir, pero se
diría que el cuadro posee mayor autonomía y se contempla, al fin, como una
suerte de revelación que hubiera existido antes. También sucede en la poesía
(no en la prosa). Y para mí esta es la
gran atracción, diversión y encanto de ambas.
-¿Qué
pintores le interesan de hoy y de la Historia del Arte?
-La
generación de Miguel Angel Campano, Albacete o Navarro Baldeweg ha sido la que
he preferido entre los españoles más recientes. Me gustaba mucho Ràfols
Casamada y tuve la fortuna de hablar con él. Tuve entonces hace muchos años, la
inclinación a pintar así pero la rechacé pronto porque odio los parecidos, como
también –aún más- el plagio de mí mismo. He admirado a Bonnard, Manet, Brake,
Kandinsky, Picasso y Cy Twombly como compañeros de trabajo. He quedado
patididifuso con Tiziano y anonadado por Velázquez. A Goya lo siento más distante y habiéndolo
querido entender repetidamente, siempre he concluido que no se pueden
identificar talantes distintos.
-¿Qué museo de arte contemporáneo le ha impactado más?
-Tanto
el MoMA como el Pompidou en sus colecciones permanentes me alegran siempre la
vida. Y naturalmente El Prado y el Hermitage en otra clase de sensaciones Es
muy hermoso el Museo de Bellas Artes de Bilbao y sorprendente la selecta
riqueza del Fine Arts de Filadelfia, donde viví unos años-
-¿Qué libro de arte recomendaría?
-Aprendí
mucho de Gombrich, Rosenberg, Danton, Argan en general y, en España, de
Santiago Amón y de Francisco Calvo Serraller. Si debo escoger un libro que
recientemente me haya parecido original es Le
paradigme de l´art contemporain (Gallimard, 2014) de Natahlie
Heinich.
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