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Julia
Sáez-Angulo
Los
varones afectados por una extraña enfermad moral que se llama misoginia, se les
reconoce enseguida con un ligero test en las reuniones, decisiones, juntas de
vecinos, de Universidad o de Colegios profesionales, cuando dirigen o participan
en esos encuentros.
Que
una voz femenina les incordie o les lleve la contraria les altera, les pone de
los nervios, les irrita… y responden con la caballería en vez de la
caballerosidad que les hubiera caracterizado si hubieran escuchado el elogio o
el aplauso, máxime si estaban acostumbrados a esto último.
¡Ya
están las mujeres incordiando! ¡Qué pesadas, siempre ellas dando la lata, las
más audaces, las más atrevidas…y eso que han estado hasta hace dos días pelando
patatas! Quizás sea por ello. Hay que rebajarles los humos a estas parvenues, a estas advenedizas de ideas
cortas, parecen pensar para sí.
A
ésta la pongo yo en su sitio, ¡faltaría más! Y comienza la catarata del
misógino para minar la voz femenina. Después de todo, no se corre ningún
peligro. Ya se sabe que una mujer solo tiene media bofetada, al decir de la
magistrada Milagros Calvo, mientras que para reprobar a un hombre hay que
medirse las crestas.
El
método, el test de medición de la misoginia –más que del machismo- no falla.
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