martes, 4 de enero de 2022

CRÓNICAS ARGENTINAS XXI.- Del té y los bosquimanos en los salones de Graciela Roger

Graciela Roger, fotógrafa

Graciela Roger en África


Julia Sáez-Angulo

Fotos: Adriana Zapisek

05/1/22.- Buenos Aires.- En Ávila de los Caballeros y los Santos, que tan bien describiera Enrique Larreta en su maravilloso libro “La gloria de Don Ramiro”, hay una célebre ventana renacentista en la fachada del palacio de los Dávila con la inscripción:  “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”. Don Pedro Dávila la mandó abrir cuando le obligaron a cerrar la puerta de su casa que daba a la muralla para salir al exterior de la ciudad.

En Buenos Aires nos han cerrado algunos lugares de ocio y cultura como los teatros Colón y Cervantes o la Biblioteca Nacional, digamos que por la “dichosa” pandemia, pero no nos arredramos. Donde una puerta se cierra, otra se abre: los cafés, restaurantes y salones de damas como el de la fotógrafa Graciela Roger, que nos ha invitado, permanecen abiertos En su hermosa casa, Graciela -Grace para los amigos- invitó a tomar el té a un grupo de amigos porteños y a una española que era yo, de la mano de Adriana Zapisek. La conversación y los buenos modales se ponían de manifiesto en cada intervención y gesto de los asistentes. Nobleza obliga, la nuestra era toda de corazón. Dulce encanto de la burguesía.

La copa de un árbol gigante, de esos que abundan en Buenos Aires, -una especie de sófora, se me antojó-,  asomaba sin permiso a la terraza del salón de la casa, un cuarto piso en la Avenida del Libertador.

¡Qué bien se pasa en estos encuentros domésticos con amigos y personas de buena palabra! En el salón de Grace todo fue cordial y armonioso. Finezas y cortesía. Comunicación. Hubo palabras de inteligencia, sonrisas, medias sonrisas y alguna risa más abierta llegado el caso. Lo pasamos bien hablando de viajes, sobre todo a Oriente. También se recordaron con intensidad países como Georgia o Bulgaria, donde la belleza y la hospitalidad son magníficas. La palabra es el ocio más libre e improvisado que puede haber.

“El té está especialmente especiado por mí, así que mejor no echarle leche o azúcar”, nos advirtió la anfitriona y seguidamente nos contó el secreto. Todos le obedecimos, menos uno, que no voy a señalar con el dedo. Después de los bollitos con ternera y emparedados, pasamos a una tarta -torta dicen aquí- de merengue italiano con rosas de colores, que era deliciosa. Nos hicimos fotos en este punto, para ir después al Champagne.

 Teresa Plate no habló mucho, seguramente porque no le dimos mucha entrada. Sí recuerdo que nos dijo que su hija Inés había sido compañera de colegio de Máxima Zorreguieta, hoy Máxima de los Países Bajos.

Graciela Roger (Buenos Aires) contó que es nieta de una donostiarra y, cuando fue a San Sebastián para recabar algunos documentos de su madre, encontró que su progenitora era cinco años mayor de lo que decía y había ocultado coquetamente. De su papá nos contó que se hizo miembro de la curiosa Orden del Tornillo, creada por el célebre pintor de la Boca, Benito Quinquela, y para dar fe de ello nos mostró la estatuilla que lo acredita. Los miembros de esta Orden debían ser “cultores de la Verdad, el Bien y la Belleza”

    La fotógrafa lucía en las paredes de casa, además de buenos cuadros pues trabajó unos años en una galería de arte,  un buen repertorio de las fotografías que ella ha llevado a cabo en los distintos países que ha visitado, fotografías antropológicas, además de Naturaleza y geografía física. Le interesan los hombres y mujeres de distintas latitudes y países, con su mirada, su indumentaria, sus costumbres, sus sonrisas…Una vez, la fotógrafa pretendió comprar el precioso collar de plata que lucía una mujer indonesia, pero ella le dijo -pese a su miseria- que era de familia y no podía hacerlo. Ahora lo contemplamos en una foto sobre la mujer que lo llevaba. La gente que Graciela atrapa en su fotografía emana dignidad.

Graciela Roger (Buenos Aires) tiene anécdotas preciosas sobre sus viajes y buena parte de sus fotos las ha expuesto, pero sobre todo ha impartido conferencias proyectándolas en distintos foros culturales o sociales, donde se solicita una aportación para fines solidarios. Oyéndola hablar, está claro que disfruta con su trabajo.

En paralelo, la fotógrafa iba adquiriendo distintos objetos de arte y artesanía de los diferentes lugares que visita y fotografía: muñecas, máscaras, objetos rituales, estatuas y estatuillas en madera, cerámica, bronce o papel maché. Sol Durini, que cuenta con colecciones similares de Oriente, identificaba, ante nuestro asombro, la procedencia y uso de cada una de las piezas. Ya se sabe que los coleccionistas son tremendos, lo que no sé es, si conocen la definición rotunda de colección que sabemos los críticos de arte: “la pasión de una persona que se disuelve en una testamentaría”, a menos que se tomen medidas previas.

    Graciela Roger captó nuestra atención narrando su experiencia con los bosquimanos en África, personajes de baja estatura y habla sumamente singular a base de cliqueos, sonidos sincopados y chasquidos, que la fotógrafa emulaba para nuestro conocimiento y regocijo. Afortunadamente Graciela pudo contar con una intérprete y aprender todo lo que le decía aquella gente cordial y obsequiosa. El intercambio de regalos fue gozoso para todos. Los bosquimanos no salen de su región y en una ocasión, que se llevaron a tres hombres para presidir la inauguración de sus artesanías en Alemania, fue poco menos que un drama, pues no se adaptaban ni al avión, ni al hotel, ni a la exposición.

    La fotógrafa ha recorrido los países, de Chile, Peru, Bolivia, Guatemala, España, Nepal, Indonesia, Indochina, Yemen y China, además de la Patagonia.

Terminamos el té y/o la conversación, más allá de la nueve de la noche, cuando la temperatura en la calle de Buenos Aires es ligeramente más llevadera que durante el día. Habíamos disfrutado de un día más, antes de alcanzar Samarkanda, como narra el cuento oriental y el Caballero de Durero.

NOTA BENE.- Mi alergia ha desaparecido por obra y gracia de antihistamínicos y de tanto implorar al cielo. Vuelvo a ver Buenos Aires con mejores ojos y sin lagrimeo. Lo comunico para dejar de preocupar a los amigos que me preguntan.

*Mi amiga Julia Marina, esposa de importante general en España, me cuenta desde Madrid, que ha cenado divinamente en el restaurante argentino “La parrilla de la Reina”, situado en la Gran Vía madrileña. ¡Cómo me alegro! No lo conozco, pero lo visitaré.

Más información

http://multisitios.net/web/7/info.php?nof=1

Africa (Foto: Graciela Roger)
Foto: Graciela Roger

"Perros salvajes en África" (Foto Graciela Roger)

Adriana, Sol, Graciela, Teresa, Miguel y Julia (Foto: Mario Saslovsky)

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