Cala levantina
Julia Sáez-Angulo
EN LA PISCINA
Un antiguo alumno de nuestro colegio en Madrid, hoy Director General de Libertad Religiosa, nos pidió que alojáramos a una comunidad de mujeres islámicas en nuestra residencia S. J. de El Escorial, que teníamos para retiros y convivencias, en su mayor parte religiosas. Las mujeres querían celebrar un congreso de fin de semana y no encontraban sede. No entusiasmó la solicitud en el patronato, pero yo, como director, abogué por el antiguo alumno que ocupaba en el presente un alto cargo institucional y nos pedía un favor.
El autobús con las mujeres islámicas llegó a última hora de la tarde, todas ellas con yihab a la cabeza y chilabas hasta los tobillos. La jefa de grupo me recordó que había que prescindir del cerdo y el alcohol, al tiempo que la administradora me decía que el almacén de cocina ya tenía sus previsiones y habría que comprar otras viandas para ellas.
Una de las limpiadoras de piso me avisó, al día siguiente, de que habían desaparecido los crucifijos de las paredes de las habitaciones, y estaban todos en el suelo de los armarios, cuando no en el de los pasillos
Y ya, el colofón me llegó cuando fui a la piscina y vi metidas en ella a un grupo de mujeres con sus largos sayales y pañuelos puestos. No pude contenerme y las mandé salir de inmediato Seguidamente cerré la valla del recinto.
Verlas partir, fue un alivio. Las limpiadoras recolocaron los crucifijos en su sitio. Alguno estaba roto. Una y no más. Tuve que dar explicaciones al patronato de la residencia, que estaba un tanto perplejo. FIN
EN LA PLAYA
Estimada Ximena, ahí va mi historia reciente, para uno de tus relatos:
Todos los días me bañaba en la diminuta cala levantina, cerca de la casa que yo había alquilado para este verano. El azur del Mediterráneo me relajaba, sus aguas caldas me acariciaban y el salitre me dotaba de una energía extraordinaria. Éramos pocos los que elegíamos esa pequeña cala, porque no permite largos paseos, que es lo que buscan otros.
Un día, apareció en aquella playa una pareja joven en sendas bicicletas. Al desvestirse, él se quedó en un bañador reducido, casi un tanga, que llevaba puesto, y ella permaneció con su lujoso velo en la cabeza, ornado de cristales de brillos y turquesas, y su vestido largo y completamente negro. Con esta vestimenta descrita, ambos entraron al agua.
Verla a ella con aquel atuendo tan largo y oscuro, tan tapada y metida en el agua, me causó estupor. Me desagradó. Me pareció una provocación a la higiene, a la estética, al buen gusto, a la equidad, comparada con su acompañante casi desnudo.
Decidí llevar a cabo un reto, quizás una provocación: bañarme en topless. Así lo hice y caminé igualmente varias veces por la arena de la diminuta playa.
A los tres días, aquella pareja, disímil y opuesta en indumentaria, desapareció.
Más información
https://www.eldebate.com/opinion/tribuna/20250815/hipocresia-multicultural_325865.html
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