Dolores Gallardo
Desde hace algún tiempo el volcán islandés llamado Eyjafjallajökull, nombre impronunciable para un latino, está poniendo en jaque el espacio aéreo internacional. Hace un par de semanas obligó a cancelar 100.000 vuelos en apenas una semana.
La noche del pasado martes leía que los aeropuertos que Escocia e Irlanda del Norte -esa misma tarde habían vuelto a la normalidad- cerrarían de nuevo la mañana del miércoles a las 06.00 (las ocho, hora peninsular) debido a nuevas nubes de ceniza del volcán de nombre impronunciable.
Quizás es momento de recordar al más famoso volcán de la Antigüedad: el Vesubio y la famosa erupción del año 79 d.C. que acabó sepultando a las ciudades de Pompeya, Stabies y Herculano.
Pinio y el Vesubio
Hemos conservado una magnífica descripción de cómo sucedieron los hechos en una de las cartas del escritor latino Plinio el Joven, la carta 6,16. veintisiete años después de la terrible erupción Plinio, a ruegos de su amigo el gran historiador Tácito -conocido en la literatura universal por sus Historias y sus Anales- describió aquellos horribles momentos y la muerte de su tío el escritor romano Plinio el Viejo.
Cayo Plinio Cecilio Segundo, conocido en la Literetura como Plinio el Viejo, para diferenciarlo de su sobrino – Plinio el Joven- fue escritor, científico, naturista y también militar. Nació en la ciudad de cómo, en el año 23 d.C. Bajo el principado de su amigo, el emperador Vespasiano, se incorporó al servicio del Estado. En el transcurso de su actividad pública estuvo en Hispania, en la Tarraconense. Durante esta estancia se conoció los recursos agrícolas y mineros de la región.
Plinio se encontraba en Miseno al mando de la flota romana cuando el 24 de agosto del año 79 se produjo la terrible erupción. Para llevar socorro a las victimas atravesó con sus galeras la bahía de Nápoles y llegó hasta Stabies, hoy llamada Castellamare di Stabia. Pretó toda la ayuda que pudo para salvar el mayor número posible de personas que, sin escapatoria posible entre para la mayoría de ellas, huían desesperadas entre los gases y piedras que incesantemente lanzaba el volcán y el mar embravecido. Él mismo fue una víctima más, pues murió al día siguiente. Tenía 56 años.
Las tres ciudades –Pompeya, Stabies y Herculano- desaparecieron de la faz de la tierra. Muchos siglos después los descubrimientos arqueológicos las están devolviendo a la luz. La capa de lava y cenizas y cascotes que las envolvió ha actuado como manto conservador y la ciudad de Pompeya, sobretodo, nos muestra con todo lujo de detalles como se vivía en el siglo I de nuestra era.
Decisivamente contribuyó al auge de los trabajos arqueológicos nuestro rey Carlos III, al que, entre otras muchas cosas, los madrileños le debemos la Puerta de Alcalá y el eje Prado/Atocha. Antes de ser rey de España lo fue del Reino de Nápoles y Sicilia con el nombre de Carlos VII. Él ordenó comenzar la excavación sistemática de las ciudades sepultadas
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