"Ninfas”
Giorgio Agamben
Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera
Editorial Pre-Textos
Valencia, 2010
Julia Sáez-Angulo
La mitología clásica greco-romana no cesa de inspirar a los artistas contemporáneos, pintores, escritores o músicos como referente o símbolo de conceptos e ideas. Por solo citar dos exposiciones de arte reciente, las Moiras de Paulina Parra o las Musas de Rosa Yagüe. Ahora tenemos el título “Ninfas” de Giorgio Agamben (Roma, 1942), una serie de escritos, a modo de mini-ensayos que nos hablan de muchas cosas.
El libro se abre con una cita de Bocaccio referida a las musas: “Es verdad que todas son mujeres, pero no todas mean”. Algunas tienen nombre muy conocidos como la ninfa Eco de la fábula Narciso o Egeria, aseora del rey de Roma Numa Pomplio. El personaje de la ninfa, que algunos han querido derivar como Francisco Umbral a nínfula o Lolita, ha dado mucho juego en la literatura.
El diccionario de la RAE define la ninfa como “Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selvas, etc, llamadas con varios nombres, como dríada, nereida...”, de aquí deriva a “joven hermosa” y seguidamente, a “cortesana”.
Del asentamiento de las imágenes
“En Paracelso, la ninfa se presenta como una criatura de carne y hueso, creada a la imagen del hombre, pero que, a diferencia de las otras cinturas no adánicas de su estirpe, puede recibir un alma si se une carnalmente con él, haciéndose así verdaderamente humana”, se explica en el libro “Ninfas”.
El libro de Giorgio Agamben comienza con una reflexión sobre los videos artísticos de Bil Viola en el Museo de Los Ángeles y la visión de las imágenes que conocemos y laten dentro de nosotros, al decir del propio Viola: “las imágenes viven dentro de nosotros... somos “databases” vivientes de imágenes –coleccionistas de imágenes- y una vez que las imágenes han entrado en nosotros, no dejan de transformarse y de crecer”.
Aby Warburgh y Walter Benjamín son figuras tutelares del pensamiento del autor, quien en el último capítulo dice: “la historiografía warburghiana 8cercanísima en esto a la poesía, en virtud de la indescernibilidad entre Clío y Melpómene que Jolles sugería en un bello ensayo de 1925) constituye la tradición y la memoria de las imágenes y, a la vez, el intento de la humanidad de liberarse de ellas, de abrir, más allá del “intervalo” entre la práctica mítico-religiosa y el signo puro, el espacio de una imaginación ya sin imágenes. El título “Mnemosina” nombra, en este sentido, lo sin imagen, que es la despedida y el refugio- de todas las imágenes.
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