Julia Sáez-Angulo
Comenzó
a hacer arte en los años 60 y desde entonces no ha cejado en su empeño y
creatividad, siendo muy fiel al arte normativo, geométrico, por el que ha
decantado su obra. Waldo Balart tiene su estudio en la madrileña calle San
Ildefonso donde trabaja con disciplina y ahínco su mundo de sistemas y números,
que se traducen en ritmos, geometrías y color.
Waldo Díaz Balart (Holguín.
Cuba, 1931) dejó su país por la dictadura de Fidel Castro (su hermana se había
casado y separado del dictador) y se fue a Nueva York donde despegó al arte, cerca del
MoMA y de Andy Warhol con el que rodó dos películas.
Alto, canoso, con bigote de
antiguo galán, bellos ojos azules, sonrisa pronta y una muleta que le ayuda a
caminar tras un accidente no muy lejano de automóvil, se adivina que ha tenido
que ser un joven hermoso. Tuvo tres matrimonios sin hijos. Su consorte
verdadero es el arte.
Hombre cálido y conversador,
con acento cubano que no ha perdido ni tiene por qué, explica sus últimas
investigaciones sobre la serie “Nudos”,
en la que lleva inmerso tres años, después de haber clausurado la serie
“Injerencias”.
Su última muestra individual
tuvo lugar en el madileño Espacio B y actualmente está en una colectiva de la
galería Edurne. Para diciembre estará en otra, organizada por la galería Odalys
de Madrid y comisariada por Alfonso de la Torre.
“Corrientes cromáticas
activas de fuerza”, dice el títulos de una serie de dibujos, a modo de bocetos,
de los que luego extrae una u otra continuación. “No puedo trabajar mi arte con
un programa de ordenador. Necesito, no sólo ver, sino sentir el color y
rectificarlo si preciso”, confiesa Balart. Se exige una gran organización
mental, porque su arte normativo lo requiere. Ha de haber un orden axiomático.
“El arte no solo lo pienso, sino que lo siento”.
“Las corrientes no son
rígidas”, añade el pintor, “por eso he
llevado a cabo un nuevo trabajo en color con tiras de telas que sitúo en un
nivel superior, pero encima de los dibujos preparatorios esquemáticos”. De esa
manera puede seguir el proceso de creación y la plasticidad sobre la primera
expresión.
Al mostrarme una escultura
en poliéster, Balart explica el asunto de los niveles: “Me interesan los
universos paralelos, la tierra, los agujeros negros, los huecos entre planetas…
Hay un orden que se refleja en el arte normativo, que es una organización
mental, sistemática, como la vida misma para poder sobrevivir. Hay que tener
una secuencia para no perderse, aunque a vece la vida se desborde. Siempre hay
un paralelismo entre el arte y la vida”.
En Museos y Colecciones extranjeras
Waldo Balart ha expuesto y
tiene obra en diversos museos, entre ellos las colecciones más significativas
de arte normativo en Alemania como la de Wumburg, la Neon en Ingolstadt, la
colección del Museo Vasarely de Granwinges, la Paksi Keptar de Hungría… El
pintor residió unos años en Bélgica y de ahí irradió su arte normativo en un
área proclive al mismo.
Venezuela y Argentina ha
dado también importantes artistas normativos que hoy están en la colección
Patricia Phelps… “En Cuba está también Carmen Herrero… Sí, es raro que mi obra
no figure en la colección Phelps, si
bien es cierto que yo la he hecho fuera de América latina, primero en Nueva
York y después en Europa, pero tengo raíces en mi país que no pierdo, pese a todo”.
Balart se confiesa un
curioso intelectual, más que teórico del arte, por eso reflexiona, escribe y
publica algunos ensayos. Ha impartido algunos cursos de arte en la Casa
Encendida con uan experiencia muy gratificante de la que salió la escultura Espectro, con luces de colores.
“Últimamente estoy
escribiendo sobre el misterio desde el punto de vista laico y religioso. Pienso
en la espiritualidad como lenguaje clave para el arte. Me interesa el misterio
de la vida y, por lo tanto, del arte”.
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