Orense. Cementerio San Francisco
José Luis Encinas
Tengo del abuelo Ubaldo el recuerdo que
puede almacenar un niño de cinco años, que le ponía las pantuflas cada
noche y al que llevó al cine por vez primera. Era un hombre para mi muy alto,
flaco, expresivo, con bigotes grises de guía, muy poblados.
Falleció en 1955 de un
enfisema pulmonar igual que su cuñado Primitivo. Lo que sé de él es que era
exigente y práctico, no dado a ensoñación alguna
por lo que no sé cual sería
su relación con el cuñado.
La familia de Don Ubaldo
tenía un panteón bonito a la entrada del cementerio, que hoy es
propiedad de mis primos. Está formado por una capilla de piedra labrada,
discreta, cerrada con una verja de hierro dentro de la cual al frente hay
un altar y a cada lateral bajo losa están las tumbas enterradas en varios
niveles.
El marmolista del taller de
enfrente de casa era uno de los amigos y cuando se produjo la muerte dijo que
la lápida era cosa suya. La intención era poner una pequeña lápida con su nombre,
en el interior, bajo el altar.
Provisionalmente a alguna
de sus hijas se le ocurrió recuperar la placa de vidrio negro y letras
plateadas, la clásica de abogados y médicos. A la placa reciclada,
primorosamente se le tapó la parte inferior con un cartón pegado, pintado de
negro brillante puesto que iba a estar a cubierto en la capilla y supuestamente
por poco tiempo.
El problema fue que el
bueno del marmolista se retrasó demasiado en la elaboración de la lápida y la agresiva metereología del pueblo atacó insistente el endeble cartón durante meses. La desaparecido el cartón,
durante un tiempo en el cementerio había una placa que rezaba: Ubaldo Álvarez
Ruiz. Médico. Consulta de 4 a 8 h.
Quizás al abuelo le
practicaron mal el Icard.
La cuestión es que tenía
abierta su consulta en el cementerio. Seguramente atendía con ojos color
esmeralda.
(Relato breve, Diciembre, 2014)
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