L.M.A.
Helena Cosano (Nueva Delhi, 1978). Diplomática de
carrera desde el año 2005, y ha desempeñado puestos como Segunda Jefatura en
Astaná (Kazajstán) o Consejera ante la Conferencia de Desarme en la Misión
Permanente de España ante la ONU en Ginebra. Desde junio 2016 es Jefa de
Estudios de la Escuela Diplomática, en Madrid, donde se encarga principalmente
de la gestión cultural, la organización de eventos, la comunicación, las
publicaciones y las relaciones institucionales de la Escuela.
Sus
obras más recientes son Cándida Diplomática (editorial
Algaida, 2011), Almas Brujas, (Premio Rubén Darío 2014, editada por
Sial-Pigmalión) y El Viento de Viena, publicada en el 2015,
(Premio Internacional de Literatura "Agua y Viento" de Buitrago del
Lozoya) y Teresa. La mujer publicada
en 2016 por la editorial La esfera de los libros.
En esta entrevista, Helena Cosano nos habla de la
diplomacia, la escritura, y su novela más reciente: “Teresa. La mujer” (2016,
La esfera de los libros)
-¿Cuándo decidiste ser diplomática? ¿Por qué?
No
lo recuerdo como una decisión, sino como una especie de evidencia, casi de
destino… El ser hijo de diplomático te marca de diferentes maneras, unas muy
positivas, otras menos. Siempre me costó imaginarme llevando lo que la mayoría
de las personas considerarían una vida “normal”. La vida nómada e internacional
del diplomático, desarraigada, me parecía la única opción.
-¿Cómo fue tu infancia como hija de diplomático? ¿Cuáles
son esos puntos buenos? ¿Los malos?
Entre
varios países, con varios idiomas. La carrera diplomática conlleva una forma de
vida distinta, incluso una forma de ser diferente, y esta diferencia la acusan
sobre todo los hijos. No es solo que aprendan lenguas exóticas o que necesiten
abrirse a otras culturas, ser flexibles y saber adaptarse en medios sociales
muy distintos. Es mucho más: en esos años de la infancia se forma la visión del
mundo, la identidad.
Los puntos buenos:
un enriquecimiento difícil de concebir para quién no lo ha vivido.
Los puntos malos: el desgarro de perder un mundo entero con cada cambio de destino, y la
inseguridad que crea no sentirse realmente de ningún lugar, aunque se pueda
pertenecer a varios en parte.
-Naciste
en la India. Luego Moscú, París, Seúl, Viena… ¿Cuál te ha marcado más
personalmente?
Todos me han marcado. Recuerdo
los años en Rusia con particular
cariño. Mi niñez y adolescencia fueron muy francesas, estudié en varios “Lycées Français” y viví en París durante años cruciales en la
formación de mi identidad. En Viena
fui a la Universidad, fue mi etapa más larga. Ahora estoy volviendo a descubrir
la India donde nací, sobre todo a
través del yoga y la meditación.
¿Alguna experiencia, algún recuerdo de infancia que
quieras compartir?
Viví
en Moscú a principios de los ochenta, antes de la Perestroika. Allí empecé a ir al colegio, aprendí canciones y
juegos en ruso y a leer y a contar cuentos, mi niñera (suponemos que del KGB)
intentaba enseñarme la Internacional y aún recuerdo sus lecciones sobre la
bondad y el genio de Lenin. Debió de ser un cambio traumático pasar de los
calores de Nueva Delhi a las nieves de Moscú, pero de allí sólo guardo un
recuerdo idealizado, y cuando abandonamos el país, eché de menos, dolorosamente
y durante años, el placer de jugar en la nieve, el sabor de los blinis, el borsh con smetana, el olor del pan negro y kalbasá, el sonido de la bella lengua rusa, tan profunda,
tan melodiosa, y cómo en la noche brillaban las estrellas rojas sobre el
Kremlin. La entonces Unión Soviética era mi paraíso perdido y necesité
muchísimos desengaños hasta cambiar de opinión. Más tarde me inscribí en la
Carrera de Ciencias Eslavas en la Universidad de Viena con una especialidad en
Filología rusa. Pasé esos años leyendo apasionadamente a Dostoyevski,
Tolstoi, Pushkin, Lermontov…, iba casi todas las vacaciones a Moscú o San
Petersburgo, fascinada por los días interminables del verano, por la gente tan
culta, mística y extrema, por el teatro, el arte, y por la incomparablemente
rica literatura. Me concedieron una beca para estudiar en Moscú, y aunque coincidió con la crisis del 98 y no fue una época fácil, recuerdo esos meses entre los más felices de mi vida.
tan melodiosa, y cómo en la noche brillaban las estrellas rojas sobre el
Kremlin. La entonces Unión Soviética era mi paraíso perdido y necesité
muchísimos desengaños hasta cambiar de opinión. Más tarde me inscribí en la
Carrera de Ciencias Eslavas en la Universidad de Viena con una especialidad en
Filología rusa. Pasé esos años leyendo apasionadamente a Dostoyevski,
Tolstoi, Pushkin, Lermontov…, iba casi todas las vacaciones a Moscú o San
Petersburgo, fascinada por los días interminables del verano, por la gente tan
culta, mística y extrema, por el teatro, el arte, y por la incomparablemente
rica literatura. Me concedieron una beca para estudiar en Moscú, y aunque coincidió con la crisis del 98 y no fue una época fácil, recuerdo esos meses entre los más felices de mi vida.
-¿Qué te han aportado todos estos lugares a tu
literatura? ¿Crees que han influido en tu manera de ver la vida?
La
literatura expresa quienes somos, es nuestro punto de vista sobre el mundo,
nuestra síntesis personal. Yo sería otra si mi identidad no se hubiera formado
en varios idiomas y en lugares tan diferentes, por lo tanto, escribiría de otra
manera.
-La diplomacia siempre se ha asociado con un halo de lujo
y glamour. ¿Qué opinas de ello?
Por
desgracia hay un profundo desconocimiento en la sociedad de lo que es el
trabajo real de un diplomático y de las renuncias que implica, los tremendos
sacrificios personales y familiares que solo adquieren sentido para quienes
tienen una real vocación. En el año 2011 publiqué una novela titulada “Cándida diplomática”: a pesar de ser una
obra satírica que no pretende reflejar la realidad, sí desmitifica muchos
tópicos y prejuicios y nos muestra una cara bastante más sombría de este
trabajo.
-¿Es la carrera diplomática una carrera de hombres?
Las
estadísticas nos indican que sí, lo sigue siendo: entre el 20 y el 25% de
mujeres diplomáticas españolas actualmente. Mientras que en otros ámbitos (la
medicina, la judicatura, etc…) hay no sólo paridad sino que a veces las mujeres
superan numéricamente a los hombres, en la diplomacia somos minoría. No
olvidemos de dónde venimos: durante el Régimen de Franco, para poder
presentarse a las oposiciones de ingreso a la Carrera (además de ser mayor de
edad, de nacionalidad española, licenciado o doctor) había que ser varón.
Nuestro sistema jurídico ha cambiado tal vez más rápido que la sociedad:
todavía se considera que es más fácil que un hombre arrastre a toda una familia
de puesto en puesto, que el que eso mismo lo haga una mujer.
-¿Es posible conciliar diplomacia y literatura?
“Conciliar”
es siempre difícil, el día solo tiene 24 horas y tanto la diplomacia como la
literatura son muy absorbentes. ¡Pero siempre me han parecido particularmente
compatibles! La
vida de cualquier diplomático está repleta de vivencias enriquecedoras. De
hecho, muchos diplomáticos escriben y varios de los más grandes escritores de
todos los tiempos han sido diplomáticos.
¿Qué
es para ti la literatura, qué temáticas te interesan?
La
literatura es para mí una forma de interpretar la vida, una síntesis, una
búsqueda, por lo que mis preocupaciones temáticas han sido siempre
esencialmente filosóficas (el sentido de la existencia, la felicidad, la muerte,
el tiempo, el amor, el alma…), unidas a un ideal de perfección formal y de
belleza en la expresión.
¿Cuáles han sido tus grandes lecturas?
He
tenido varias etapas: una muy francesa, otra muy rusa, una muy filosófica, otra
lírica, una de leer sólo aforismos, otra de literatura de humor… Actualmente,
me quedaría con Proust, García Márquez, Chéjov y Dostoyevski. Y en la mesilla
de noche, libros de espiritualidad como la Bhagavad Gita.
- Este año 2016 has publicado la novela “Teresa. La
mujer” con la editorial La esfera de los Libros. ¿Cómo definirías este libro?
Es
una autobiografía ficticia de Santa Teresa. Tras la avalancha de publicaciones
con ocasión del V centenario de su nacimiento, deseé ofrecer una síntesis.
Imaginé a la propia santa en su lecho de muerte, rememorando su vida con total
libertad y ofreciendo al lector una suerte de confesiones, un testamento
espiritual. Es una novela histórica que nos ofrece una visión inédita de la
santa de Ávila, acercándonos a la mujer de carne y hueso detrás de la leyenda,
con sus pequeñas imperfecciones y su conmovedora grandeza.
-Como también mencionas en el prólogo, santa Teresa de
Ávila ha hecho correr ríos de tinta. ¿En qué es diferente tu novela de lo que
ya se escrito sobre ella?
A
veces, los árboles impiden ver el bosque. Sobre Santa Teresa se ha escrito
muchísimo, y ella misma tiene una obra muy extensa. Yo deseaba ofrecer una
síntesis. Y mostrar aquello que queda oculto tras el exceso de información: la
persona de carne y hueso, a menudo eclipsada por la luz de sus múltiples roles:
monja rebelde, fundadora, escritora, mística, santa…, que nos impiden conocer
al ser humano. Sobre todo, enfatizando el hecho de que nació mujer, en un siglo
eminentemente patriarcal.
-Ser una mujer fuerte en una época de hombres, ¿qué le
supuso?
Rompió
moldes y eso le supuso encontrarse constantemente en el centro de la polémica,
generando la inmensa admiración de unos, y la hostilidad de otros muchos. Todos
los que se han adelantado a su tiempo, o los que han sido brillantes o han
tenido éxito en algún campo, son el blanco de los odios y las envidias. Teresa
tuvo detractores, calumniadores, envidiosos, traidores…, enemigos poderosos que
hicieron mucho ruido. Pero de ellos ya no sabemos nada: de esa “corte de
odiadores” ya no queda ni el recuerdo. El tiempo siempre termina poniendo a
cada uno en su lugar. Cinco siglos más tarde, aquí estamos hablando de ella, y
cuanto más nos acercamos a su figura, más grande resulta. En ese sentido, en
esta época nuestra que busca valores, Teresa es un gran modelo, nos muestra que
hay que luchar por lo que uno cree, aunque el resto del mundo en un principio
se oponga, y que la determinación y la perseverancia al final se ven
recompensados.
-¿Por qué eligió Teresa ser monja?
Teresa
de Cepeda y Ahumada deseaba servir a Dios, y nos consta su gran fe desde su
niñez. Pero dudó mucho “qué estado tomar”. No abundaban las opciones para una
joven del siglo dieciséis: sólo se podía elegir entre el matrimonio, o el
convento (descartando esa tercera opción, tan poco atractiva, de quedarse en la
casa paterna “a vestir santos”). Teresa temía el matrimonio, veía en él una
forma encubierta de esclavitud. Pero era –citando su Libro de la vida- “enemiguísima” de ser monja. Terminó considerando
que la vida conventual le concedería la libertad que ansiaba y ofrecería el
marco adecuado para que su alma pudiera cuanto antes recibir a Dios. Una vez
tomada la decisión, jamás se arrepintió, y en todos sus escritos se muestra
agradecida de haber sido llamada por el Señor.
-¿Qué opinas de sus éxtasis, de esas “mercedes” que le
concedía Dios? ¿Ha averiguado algo nuevo sobre ello?
Sobre
ellos he encontrado interpretaciones de lo más variopintas: desde ataques de
epilepsia a posesiones demoníacas, pasando por teorías de esquizofrenia,
maniaco-depresión, energía sexual reprimida y amplificada, o simple histeria.
Es decir: se ha tratado de reducirlos a algún desorden, alguna tara, para que
la pequeña razón humana no se viera desbordada por su grandeza. Pero me parece
revelador que esos éxtasis no ocurran únicamente en el cristianismo de esa
época, sino que haya habido manifestaciones similares en todo el mundo y en
todas las épocas, entre sufíes, judíos, hindúes…, y que todos ellos expresen lo
inefable de un modo muy cercano al de nuestra santa de Ávila.
- En cuanto a estos “éxtasis”, ¿consideras que la
Historia la ha retratado correctamente?
El
siglo XVI y el XXI tienen distintos prejuicios. En el XVI, el gran temor de
todos los que rodeaban a Teresa de Jesús era que sus éxtasis y demás “mercedes”
que le concedía el Señor fueran en realidad trampas del Maligno. En el siglo
XXI, si alguien comentara las visiones de todo tipo que ella tenía (ángeles,
demonios, difuntos, espíritus de diversa índole), la tendencia sería a pensar
que padece alucinaciones y algún problema grave de salud mental.
-En el prólogo afirmas que Teresa de Jesús ha sido
“manipulada” por la Historia. ¿En qué sentido?
Cada
época se ha apropiado a Santa Teresa y la ha hecho suya a su manera, tanto el
poder político como la jerarquía religiosa. Y con el tiempo nos ha ido llegando
una caricatura edulcorada, tergiversando cómo era ella en realidad: No era esa
monja ñoña que mira al cielo con los ojos en blanco, no era una dulce y humilde
santurrona. Era fuerte, inteligente, atrevida, valiente y guapa, y lo sabía.
¡Era una mujer de armas tomar! Una mujer adelantada a su tiempo, una
revolucionaria, práctica y disciplinada, con un carácter fuerte, una voluntad
de hierro, una inmensa capacidad de trabajo y de organizar, con los pies bien
plantados en la tierra, la cabeza llena de proyectos y el corazón desbordante
de amor divino.
-¿Qué hubiera sido hoy Santa Teresa?
Los
condicionamientos de una época histórica son inmensos, y Teresa es en gran
parte una mujer de su tiempo. Pero una mujer con su fuerza interior sin duda
habría hecho muchas cosas hoy en día, no habría podido pasar desapercibida. Era
capaz de todo lo que se propusiera, y ¿quién sabe qué se le habría ocurrido
elegir si hubiera sido educada como las niñas de nuestro siglo? Siempre tuvo fe
y deseos de servir a Dios: podría ser misionera, o fundadora de una gran ONG, o
tal vez alguien no muy distinto de la madre Teresa de Calcuta. Yo me la imagino
erudita, porque su sed de saber no conocía límites y sufrió mucho de no poder
acceder a la mayor parte de los libros, que le estaban vetados porque al ser
mujer no le enseñaron latín, la lengua culta en el siglo XVI. Hoy en día sería
viajera, ya entonces se recorría toda la península fundando conventos, y se advierte
a veces en sus palabras un puntito de amargura cuando sus hermanos parten para
las Américas: ¡¿quién sabe si no le
tentaría la diplomacia?! Como escritora es inimitable, y sin duda en
nuestra época, con menos cortapisas, legaría también una obra maravillosa.
-¿Cómo se relacionó Santa Teresa de Jesús con la Iglesia
de su época?
Su
espiritualidad es más íntima de lo que la Iglesia de la época recomendaba. Más
allá de las normas y los ritos, ella privilegiaba la oración verdadera como la
vía real para llegar a Dios. Consideraba que sólo a través de la oración se
puede abrir el castillo interior de nuestra alma, y sólo ahondando en ella,
llegando a niveles cada vez más profundos, logramos ir atravesando una a una
las distintas moradas del castillo hasta llegar a la última, donde nos aguarda
el Esposo y acontece la unión divina. Santa Teresa fue muy crítica con la
Iglesia de su época, con la hipocresía y la corrupción que percibía en ella,
con su degradación moral. Y su visión de la espiritualidad fue percibida por la
jerarquía eclesiástica como un peligro, su oración interior se aproximaba
peligrosamente al protestantismo y a la secta mística de los alumbrados.
-¿Por qué elegiste escribir sobre Santa Teresa? ¿Qué te
llamó la atención de este personaje histórico?
Teresa
de Jesús es una gran escritora. Su obra es extensa y muy bella, sus poemas son
desgarradores, conmovedores, atemporales, como lo es toda gran literatura, es
una de las cimas universales de la literatura mística. Como escritora, siempre
la he admirado, y lo primero que me atrajo de ella fue la belleza de su pluma.
Pero profundizando más en el personaje, descubrí a una mujer fascinante, que no
era como yo esperaba, no era lo que nos enseñan en los manuales del colegio ni
en los libros de historia.
Lo
que más admiro en ella es la voluntad: una voluntad infinita, capaz de mover
montañas, y de hacerlo a pesar de estar enferma. El hecho de que su salud fuera
siempre tan precaria me resulta particularmente admirable y conmovedor.
-¿Has descubierto algo nuevo de ella?
Parece
que sus contemporáneos veían en ella muchos defectos, y de esos hablo con
particular cariño en la novela: tenía un puntito de vanidad, de honra, de
desear ser apreciada, de gustar. Fue coqueta, y disfrutaba gustando, maquillándose,
perfumándose… Ella misma, en su autobiografía, se arrepiente de ello con gran
severidad. Tenía lo que hoy llamaríamos “un gran ego”, era orgullosa,
testaruda. Le reprochaban ser excesivamente libre, no comportarse con la
sumisión que se esperaba entonces de una mujer, actuar como si fuera varón. Y,
según sus contemporáneos, reía y cantaba demasiado, y esa alegría les resultaba
sospechosa. A mí todos esos rasgos me la hacen más cercana y entrañable, no los
considero defectos.
¿A quien va dirigido el libro, a quién lo recomiendas?
Es
para todos. Al ser Teresa el gran personaje histórico que fue, y al ser tan
polifacética, sabe seducir también hoy en día a todos los que se acercan a
ella, hombres o mujeres, de cualquier edad, y sean cuales sean sus creencias
religiosas. Además, la edición de La
esfera de los libros está muy cuidada estéticamente.
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