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L.M.A.
Madrid, 31 de enero de 2018
Madrid, 31 de enero de 2018
"Invasiva,
abundante en circunstanciales metáforas que abarcan el universo (o que ya son
el universo), la cibernética es, como bien señaló el poeta de la ciencia
Gregory Bateson, “el más grande mordisco a la fruta del árbol del conocimiento
humano que la ciencia ha dado en los últimos 2000 años”.
Mediante este
sistema de información, valiéndonos de diminutas y sofisticadas máquinas que
superan toda memoria humana, recuperamos datos y nos comunicamos con los sitios
más remotos del planeta, y hasta nos miramos cara a cara a través de pantallas,
en un juego de mágicas simultaneidades, que hasta pueden eludir cualquier traba
de intimidad.
De un modo casi lúdico, subidos a las redes de internet, con
habilidad en el manejo de los instrumentos, que para nada invalidan la torpeza,
hoy tuiteamos, chateamos, blogueamos, googleamos, whatsapeamos. Se ha
comprobado, por otro lado, que los niños ya presentan dificultades para
sostener el lápiz entre los dedos.
La escritura -y ni hablar de la estética caligrafía que
alguna vez nos enseñaron en el colegio- ya forma parte de un distante ayer en
desintegración. ¿Pero, qué es el sistema cibernético de internet? ¿Cómo
funciona? Intentando simplificar, digamos que es un medio comunicacional masivo
compuesto de dos partes esenciales: un software y un hardware. El primero
permite las 12 / Ciberpoemas / conexiones físicas que facilitan el contacto de
servidores y demás artefactos; en tanto que el otro permite la codificación y
decodificación de la información, tales como programas, satélites, navegadores
y demás componentes.
Todo esto funciona como un inmenso sistema conjunto y
descentralizado de redes de comunicación interconectadas, que mediante
protocolos TCP/IP, posibilitan su funcionamiento abarcando todo el planeta y
conectando miles de millones de computadoras. Y más y más y más… Acaso hasta el
infinito. Esta moderna ciencia tecnológica no tienen un solo inventor, pero su
padre indiscutido fue Norbert Wiener (1894- 1964), un matemático, filósofo y
poeta norteamericano que sentó las bases en 1948, cuando publicó en Nueva York
su Cybernetics or Control and Communication in the Animal and the Machine
(Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas), libro escrito
en clave netamente matemática en el que propone la denominación de Cibernética,
palabra que deriva de una palabra griega que viene de Homero: kubernetes o
Κυβερνήτης, cuyo significado es “timonel”; es decir, el Ulises de la nave.
Desarrollada y
alentada por este sabio la cibernética es una muestra contundente de las
mudanzas que se le ha impuesto al lenguaje de manera interactiva; pero como
nada es para siempre, es probable (como él mismo inventor lo advierte) que
mañana todo perezca sepultado por algo más potente. Lo cual demuestra, una vez
más, que a pesar o sobre cualquier forma de vulgarización, las palabras siguen
vivas y no cesan de renovarse, y flotan un día para elevarse al otro o hundirse
para siempre en su propio naufragio impredecible.
Esto ha hecho encender la alarma roja a nues- 13 / Roberto
Alifano / tra compleja contemporaneidad, representada en escuetos “mensajes de
textos”, que abruman y sobrevuelan el universo todo el tiempo, colonizando los
idiomas; y también limitándolos, por supuesto. Se sabe así que en nuestro bello
y generoso español utilizamos cada vez menos palabras para comunicarnos, y que
estas no superarían la módica suma de trescientas entre las más de ochenta mil
registradas por la Real Academia.
¿Mientras tanto, qué lugar ocupa nuestra legendaria poesía y
su soberbia epopeya, iniciadora de todos los lenguajes? ¿Se justifica asumir
una actitud lírica o romántica ante la desidia de una época simplificada en
pulgares y proyectada sobre pantallas que limitan las palabras y empobrecen los
idiomas? Tan solo la perseverancia en el arte, un cierto sentido del humor y no
resignarnos, pueden ser nuestra modesta tabla de salvación.
A pesar de las redes sociales que nos abarcan, de la
liviandad del habla cotidiana, de la ridícula tontería de emoticones o memes,
alégrense los idealistas pues siempre habrá poesía mientras existan el amor y
la belleza, la ternura y los sueños; mientras los sentimientos nos hagan latir
el corazón y quedar deslumbrados ante unos ojos de mirada interminable o una
obra de arte. La poesía es, además, un arma del espíritu que puede operar en
cualquier terreno, sin duda la más amplia y contundente.
Cuando Pablo Neruda, ya debilitado por su enfermedad, se
enfrentó a los militares golpistas que allanaron su casa de Isla Negra, les
dijo: “Aquí no hay armas, señores o, mejor dicho, hay un arma más poderosa que
todas las demás que ustedes buscan. Mi poesía”. 14 / Ciberpoemas / Más atrás en
el tiempo, en el remoto Siglo de Oro Español, le tocó a don Francisco de
Quevedo, comparecer ante los acólitos del duque de Osuna, que pretendían
hacerlo retractar de sus versos condenatorios. Contundente y fiel a su estilo,
el poeta respondió con esta frase gloriosa: “¡Caballeros, la poesía no se
compra porque no se vende!”.
Tal vez poco leída (raramente un libro de poemas puede
llegar a ser best-seller), la eterna poesía es -y seguirá siendo- la luminosa
Cenicienta de los géneros literarios, la que nos puede servir para aproximarnos
a esa suerte de alquimia verbal que, con atrevimiento y cierta temeridad,
usamos para nombrar aquello que a veces se teme nombrar o se considera
innombrable; sobre todo ahora, en la abundante jerga de las redes informáticas.
En lo personal, sigo creyendo a pie firme en la aventura de
la palabra, en esa posibilidad de libertad que nos brinda y en el sendero que
nos abre, siempre. Aún a riesgo de ser abusivo, apoyado en las formas clásicas,
mi intento es ahora la modesta busca de una sintaxis construida sobre
neologismos que ya se han vuelto cotidianos y hasta invasivos del lenguaje
corriente, abrumando toda forma de diálogo que sorprendería al mismísimo don
Luis de Góngora. Yo, en este caso, alentado menos de afán revulsivo que de resignada
modestia intento aproximarme a una crítica usando los términos que pertenecen
al lenguaje cientificista y que la mayoría considera antipoéticos, pero cuyo
desarrollo está implícito en un mundo en vertiginosa transformación.
La palabra es algo libre y exultante de vida. Es probable
que este lenguaje choque a los puristas del idioma, pero tengo la convicción de
que ya se ha estableci- 15 / Roberto Alifano / do con la misma intensidad que
las palabras amor o melancolía tan necesarios a la construcción de cualquier
poema. Hacia fines de la década del 60’, bajo el influjo de Jacques Prévert y
de mi amigo Nicanor Parra, publiqué Revoque Grueso, un pequeño volumen
pretendidamente rupturista, imbuido de sensibilidad social, que definí como
“poemas de emergencia”; esa línea concluyó en el libro Solo para mayores, que
cerró un ciclo de rebeldía. Luego regresé a mi lirismo melancólico y a cierta
formalidad clásica, que no excluyó un libro de sonetos titulado Los números,
dedicados a la entrañable y genial Silvina Ocampo.
¿La busca de una estética nueva? Para nada. Mis
limitaciones, mi falta de continuidad, mi temor, se oponen a dicha pretensión.
Me consuelo con las artimañas de la experiencia (que algunos llaman oficio) y
el apoyo de las lecturas que me siguen conmoviendo. Me asumo, eso sí, menos
como un nostálgico de pasado que de futuro; es decir, de aquello que quizá aún
no ha sucedido y puede suceder, cibernética mediante. Vuelo así en esta
vivencia de internet, agregando palabras nuevas, que ya son cotidianas, lo hago
como en un sueño (ahora sobre nubes y redes tangibles) retomando retazos de mi
juvenil y modesta “poesía de emergencia”. Con algo de dolor y no menos
melancolía, en esa dirección, van estos versos que pongo en tus manos, amable y
paciente lector".
(*) Homepage es la primera página o portada de un sitio web.
1 comentario:
Roberto Alifano es uno de los grandes escritores de nuestro tiempo, como ya reconoce y algùn día reconocerá aún más todo el mundo literario. Escritor en todos los géneros, profundo conocedor de la vida y de la Historia, es, además de un formidable poeta y narrador, un gran articulista y ensayista. Un buen escritor es siempre un acopio de cultura. En el caso de Roberto Alifano estamos ante un erudito. Alguien lleno de experiencias vitales memorables y dotado, además, de un extraordinario dominio del lenguaje. Ameno, profundo, con sentido del humor, toda la obra de Alifano es excelente. Este libro, además, muestra la capacidad del autor para entroncar con los nuevos tiempos. Una obra deliciosa y diferente, un libro de una alta originalidad y demostración de que a Roberto Alifano no le asusta ningún reto.
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