-->
por Scardanelli.
26.04.19 .- Madrid Este mes de marzo de 2019 el
Ayuntamiento de Madrid ha colocado una placa, en la calle Ortega y Gasset (antes
Lista), donde vivió Juan Cristóbal, magnífico escultor, hoy casi olvidado como
tantos otros ilustres.
Fue un escultor de vocación
temprana, con 12 años comienza a recibir clases con D. Nicolás Prado Benítez y
tres años después ingresa en su estudio de escultor y en la Escuela de Artes y
Oficios de Granada. Con 16 años obtiene la Primera Medalla en el Concurso de
Escultores Noveles de Granada. En 1913 le descubre el escultor francés Daniel
Backe, que deslumbrado con su trabajo y cualidades le recomienda a Natalio
Rivas, que será su protector, estableciéndose entre ellos una relación
paterno-filial, que durará toda su vida, siendo esta la primera relación de las
muchas que tuvo con los más importantes hombres de la España de su tiempo.
En 1914 obtiene una beca de
diversas Instituciones granadinas para estudiar en Madrid, donde se traslada y
entra en el Estudio de Mariano Benlliure. Un año después instala ya su primer
estudio, en la calle Atocha 151, por donde pasan varios intelectuales, entre
otros, Manuel Ángeles Ortiz e Ismael González de la Serna, y a la vez participa
en el movimiento artístico literario que se desarrollaba en Granada, en la
tertulia del Rinconcillo, con los hermanos Lorca, Soriano Lapresa, Gallego
Burín, etc. y otros intelectuales coetáneos.
En Madrid asiste a las
clases de San Fernando, al Casón del Buen Retiro y sobre todo al Museo del
Prado, donde copia y estudia a los clásicos, y se entusiasma con Dónatelo, y
mientras se relaciona con Timoteo Pérez Rubio, Moisés Huertas, Fructuoso Orduña
y otros, algunos de los cuales eran, como él, alumnos de la Escuela de San
Fernando.
Su asistencia en Granada a
la tertulia de El Rinconcillo, fue el inicio de lo que resultó ser una vida
marcada por la relación de amistad y camaradería con intelectuales como
Valle-Inclán, Maeztu y Unamuno de la generación del 98; de la del 27, Lorca y
Gerardo Diego; Otros: Ramón Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Marañón, Ramón y
Cajal; los escultores Benlluiure y Victorio Macho; los pintores Zuloaga,
Penagos y Julio Romero de Torres; los
hermanos Buñuel, Manuel de Falla, Belmonte, Julio Camba y un largísimo etcétera.
Entre su Obra Pública destacan los
Monumentos: a Ángel Ganivet (Granada);
a Julio Romero de Torres (Córdoba);
al comunero Francisco Maldonado (Alto
del Rollo: Salamanca); Cabeza de elefante
en la presa El Salto (El Carpio: Córdoba); a Gabriel y Galán (Salamanca); a Diego
Ventaja (Ohanes: Almería); El Cid
(Burgos), etc.
En Madrid puede verse: la Cabeza de Goya, que primero se instaló
en S. Antonio de la Florida, después en el Parque del Oeste, volvió de nuevo a
la Florida, y por último está actualmente en el Parque de San Isidro desde
1986, junto al Palacio de Anglada. En el Parque de El Retiro está el Monumento
a Cuba, en el que participa con la estatua de la Reina. En la fachada posterior
del Circulo de Bellas Artes está el Alto Relieve Alegoría de la Música, y dentro del mismo edificio La Sibila Casandra. El Ángel de la cripta de la Catedral de la Almudena. La placa a Ramón Menéndez Pidal en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, y la restauración del
Monumento de Felipe III, en la Pza. Mayor.
Mostró interés en la arquitectura y el diseño
de jardines, como evidencia el espléndido trabajo que realizó en el Palacio de
Cadalso de los Vidrios, que en origen fuera de D. Álvaro de Luna, con una
visión anticipada, dado que el conjunto fue recuperado y restaurado adquiriéndolo
poco a poco, en pequeñas parcelas, hasta formar el recinto que ahora forma,
salvándolo de su desaparición y haciendo de él una obra digna de admiración
partiendo de una ruina.
Tuvo una vida intensa, y a la vez productiva,
fue un trabajador infatigable. Era un hombre simpático, muy ameno, y un gran
retratista, por lo que le llovían los encargos. En Granada se le han realizado
dos grandes exposiciones, de la primera no fui testigo, de la segunda tuve la
suerte de poder disfrutar con la contemplación de más de cien piezas distribuidas, en la Alhambra, entre el Palacio
de Carlos V y la Fundación Rodríguez Acosta. No obstante, con una obra tan
extensa voy a centrarme en resaltar tres piezas, La Cabeza de Goya, La Sibila Casandra y El Cid, y no en otras, porque creo que en estas piezas Juan
Cristóbal fue más creador, puso más de sí mismo, y tal vez por ello no ha
tenido, ninguna de ellas, el reconocimiento que merecen.
La
Cabeza de Goya es una
escultura impresionante, tiene en sí la monumentalidad de las Cabezas Olmecas
mexicanas. Ignoro si Juan Cristóbal había visto esta pieza, que hoy se puede
contemplar en el Ensanche de Vallecas, porque México la donó a España (creo que
en el 2005). Es una copia de la Cabeza Número 8, de Veracruz, El Rey, cuyo original está en el Museo
Arqueológico mexicano. Si uno se fija en los retratos de Goya, aunque tiene
nariz poderosa y labios prominentes, estos tienen un trazo casi rectilíneo y
Juan Cristóbal marca y resalta sus curvas a la manera de la Olmeca. Considero
un acierto el tomar este detalle, tanto si conoció la Olmeca como si no, porque
es una manera precisa de resaltar la fuerza del personaje. Pieza que se ha
movido de ubicación hasta cuatro veces y aún no sé si está ubicada como debiera. Ahora que los escultores contemporáneos han
puesto de moda las cabezas monumentales (Antonio López, Manolo Valdés, Jaume
Plensa, etc.) hay que recordar que Juan Cristóbal realizó la de Goya entre 1929-1933.
En El
Cid de Burgos, el escultor pretende resaltar el mito del personaje, como lo
demuestran los detalles de la escultura ecuestre, y no el caballo que deja de
ser elemento principal, y no porque no supiese trabajarlo, pues hacia ya más de
veinte años que había realizado diversos estudios para la restauración de la
ecuestre de Felipe III de la Pza. Mayor de Madrid. En las esculturas a caballo el
guerrero o soldado lleva lanza, que era como hacían la lucha en la batalla, y
aquí el artista coloca a D. Rodrigo una espada. Para la cabeza del héroe le sirvió
de modelo Alfonso Buñuel, al que colocó una luenga barba como signo de
dignidad. Y la capa, que va al viento,
cuando el caballo precisamente no va al trote, es un indicativo más de la
pretensión mítica del artista. De hecho la capa no la añadió hasta la última
etapa del trabajo, porque toda gran obra, llega un momento que manda sobre el
artista y este tiene que obedecer su mandato. Magnífica pieza, apreciada solo por
unos pocos.
Y para terminar La Sibila Casandra, conocida simplemente
como La Sibila. Obra realizada en
1917, en pórfido (el mármol de los Emperadores), basada en un cuadro de Anglada
Camarasa, que lleva el mismo nombre. Dicho cuadro, del que fue modelo J.G.
Pinos, es un reflejo de la época parisina, del fauvismo, casi mujer fatal, en
cualquier caso personaje decadente. Juan Cristóbal realiza esta pieza con 21
años. Ha captado perfectamente la intencionalidad del pintor, pero él pretende
reflejar una mujer casi en trance y a la vez serena, con la madurez de un
destino aceptado y sabedora de su misión. Y lo consigue. La frialdad del
pórfido le da el aire de distanciamiento y la piedra abujardada, que le sirve
de vestido, le añade un toque de contraste.
Sorprende la genialidad de
un artista tan joven, que aún a pesar de haber viajado poco, la influencia de
los círculos intelectuales, en que se movía, le abrieron la mente y le prestaron
alas. Juan Cristóbal fue un escultor prolífico, que nos dejó unos retratos que
rezuman fidelidad y belleza, y algunas piezas, como las aquí resaltadas,
bastarían para incluirlo entre los grandes de nuestra historia.
Nota: Scardanelli es el
nombre con que firma la poeta Encarnación Pisonero los trabajos sobre artes
plásticas. Miembro de la Asociación Madrileña de Críticos de Madrid (AMCA), de
la Española (AECA), y de la Internacional (AICA).
No hay comentarios:
Publicar un comentario