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Víctor Morales Lezcano
04.05.19 .- Cuando se proclamó la
Primavera Árabe, que nació y se desarrolló en Túnez durante los meses de
enero-marzo de 2011, solapándose luego con la insurrección egipcia que tuvo su
epicentro en la plaza de Tahrir (El Cairo), pocos fueron aquellos que previeron
con antelación la deriva perversa que adquiriría aquella primavera; hasta el
punto de que, transcurrido menos de un año desde la eclosión popular
tunicio-egipcia, no faltaron quienes proclamaron el advenimiento de un súbito
“otoño árabe” en el que, según ellos, habían desembocado las revueltas
populares y manifestaciones de descontento generalizado, que provocaron el
derrocamiento de los presidentes Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez y de Hosni
Mubarak en Egipto.
No
se hicieron esperar, empero, los “frenazos” consecutivos que sufrió la
Primavera Árabe tanto en Egipto como en Bahréin y Libia. Para no pocos
observadores del ámbito turbulento que predominó en el Magreb y en Oriente
Medio cuando despuntaba la segunda década del siglo, una especie de
contrarrevolución vino a instalarse en los epicentros mismos de la Primavera
Árabe, a excepción de Túnez. La consolidación del mariscal Al-Sisi como
presidente de la república de Egipto en 2013 vino a corroborar que un otoño
vespertino había suplantado irremediablemente a la Primavera Árabe de 2011.
Ahora bien, hubo
entonces, también, más de una voz discrepante de la línea interpretativa a que
se viene aludiendo en esta semblanza, ya histórica. Se comentó, se subrayó, ya
entonces, que las poblaciones del mundo árabe se soliviantarían de nuevo, antes
o después, contra los poderes civiles y militares que venían gobernando desde
tiempo casi inmemorial en no pocos países del área árabe-islámica, como Argelia
y Sudán. Y así parece que está teniendo lugar en ambos países árabes la
premonición de algunos estudiosos, como si se tratara de un revival del aliento primaveral que
acompañó a la Primavera desde sus orígenes en 2011. Abdelaziz Buteflika y Omar al-Bashir han sido, hasta este
momento, las cabezas que “han rodado” dentro de las instituciones militares
argelina y sudanesa, de resultas de las insurrecciones urbanas (en particular,
en Argelia), en las que se ha reproducido otra “primavera árabe”.
Según fuentes no mal
informadas, Estados Unidos, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos han
acordado hacer fracasar el desarrollo de una segunda “primavera árabe” en el
siglo XXI.
A propósito, una
pregunta pertinente podría formularse de esta manera:
¿Cuándo, en el
transcurso de un ciclo de insurrecciones y contrarrevoluciones, se logrará una
ruptura política, cultural incluso, en el ámbito del mundo árabe que mira, sea,
al gofo-arábico pérsico, sea, al mar Mediterráneo?
Quizá la sibila de turno conozca ya
la fecha de la transición que abra las puertas del cielo a la constelación de
países árabes, que persigue con denuedo, aunque sin conseguirlo hasta hoy, dar
un salto histórico sin retorno al pasado.
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