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30 aniversario del pintor en el recuerdo
Manuel Moral Roca
28.12.19 .- Torredelcampo. Jaén .- En esta conmemoración de
la ausencia carnal del pintor Manuel Moral Mozas (1908 – 1989), sacamos a la
luz del presente una parte de su obra pictórica inédita. En dicha colección, al
margen de sus ordenados campos de olivos, podemos sentir, de manera curiosa y
en algún sentido enigmática, figuras que en sí mismas relatan sentimientos
cotidianos, comunes en la memoria vital del autor, ya sean imaginados o impregnados
por las costumbres que habitaban en las calles del pueblo, en este caso de
Torredelcampo.
Incido en renombrar las figuras de los cuadros de esta
colección porque ellas son, en muchos casos, el centro de la composición,
siempre adornados por el paisaje con el que se compartió Manuel desde su
infancia. Las leyendas que cada personaje nos dice son de temáticas muy diferentes,
de sencilleces que por sí solas nos llevan directos a su esencia narrativa; por
dar un ejemplo de éstas últimas, vemos a san José, con su cayado, cuidando de
la Virgen y del niño Dios montados sobre un burro camino de alguna parte. De la
misma temática bíblica vemos varias composiciones en esta colección aquí
expuesta. En dichas composiciones la mirada del autor y la cercanía de su
pincel nos cuentan justamente lo que tantas veces hemos oído o leído en el
Nuevo Testamento. Hay otras pinturas más personales en las que las gentes viven
en la memoria de Manuel, ya sean como recuerdos por los que la felicidad
chorrea en colores, en los gestos de los personajes retratados. Fijémonos en el
cuadro que nos regala al retratar a su amada mujer Soledad echada sobre su hijo
Juan junto a él mismo en el Monasterio de Piedra. Es un conjunto de alegría en
un momento determinado y quizá por ello Manuel lo pintó.
El viaje que propone esta colección que hoy tenemos la
fortuna de ver, nos lleva a un tiempo que ya, para bien o para mal, muy pocas
personas conocen; la siembra, la siega del fruto en campos agostados, la
trilla, el saludo de un vecino que pasa por el camino de otras vidas, la
conversaciones entre amigos a la vera de los arriates secos, el baño de una
mujer en el río, casi seguro que imaginado, mientras el hombre trabaja en la
lejanía, el paseo en moto de un joven por la carretera que lleva al castillo,
quizá una metáfora sobre el vivir que toca a cada cual, pero sin olvidar el
origen. Otro conjunto sería el retrato
de una familia al abrigo de un árbol, quizá otro mensaje de Manuel, y así
escenas que evocan costumbres y rasgos del vivir de las gentes de su pueblo y
de él mismo, pues al pintarlas las hace suyas y a la vez de todos aquellos que
las quieran ver y a más sentir por haberlas vivido.
Sin embargo hay otras pinturas dentro de esta curiosa
colección que llaman la atención porque la temática es, si se quiere, curiosa.
En una podemos ver a una muchacha con el vestido rasgado, la cara hacia el
suelo y con el lloro de vergüenza bañando su rictus. Tras ella va otra mujer
siendo recriminada por un hombre. ¿Por qué esta escena tan diferente? ¿Quiso el
pincel relatarnos una desobediencia? ¿Tal vez una traición? La imaginación no
es tan libre como se dice. La vida es tan sencilla o tan complicada como uno
quiera hacerla y aquí Manuel nos muestra otra cara de la vida necesaria para
que averigüemos los otros desnudos de la existencia. En la composición todo parece
estar en su sitio; los olivos, las casas, el cielo. Los únicos que no están en
paz son los tres personajes que parecen salidos de una soleá de Antonio
Mairena. No me digan que en esta pintura no hay algo de misterio.
En el campo a la espera de siembra
En otro lienzo vemos a un padre dando un beso a su hijo en
mitad del campo. Están solos. Frente a ellos unos campos a la espera de la
siembra, como alimentándose del tiempo. Tras ellos la casa y los campos eternos
de olivos. ¿Los campos frente a ellos serán los futuros de ambos? ¿La casa y
los terrones con olivos serán sus presentes? Este cuadro también me parece
singular por los protagonistas, puestos en primer plano, dando y recibiendo
cariño de familia. En otro cuadro vemos a un hombre andando por un camino y a su
perro unos pasos delante de él. Los dos personajes están entre una casería y el
pueblo. Al fondo la sierras se recortan, en el cielo, bastantes abruptas y
afiladas ¿Por qué la escena? ¿Acaso estaban hartos de estar solos y deseaban
abrazar al pueblo para ver a sus paisanos? ¿O los paisanos les aburrían y
querían refugiarse en la soledad de la casa?
Y así podría estar narrando diversas escenas plasmadas en
esta colección que ahora tenemos la oportunidad de disfrutar, si bien es
inevitable decir que la impronta estética de Manuel broncea, como no podía ser
de otra manera, cada mirada que echemos a sus cuadros, cuajándonos de esa vitalidad
colorista que siempre supo transmitir desde sus simples campos de pan, desde
sus ordenados olivos, desde sus sierras que agudizaron su vista desde sus más
infantes experiencias vitales.
Luego de estas tres décadas vacías de su perfil bajo el sol,
que no de su presencia, y de tantas palabras escritas a su obra pictórica, aún
hoy podemos seguir recreándonos en su visión tan sencilla, y por eso tan de
verdad, de sus paisajes y del paisanaje que pinceló sin complejo ni recato.
Séneca le dice a Galión en el tratado De la vida bienaventurada: “Así lo primero que hay que determinar es
qué deseamos y luego determinar en derredor por qué camino podemos ir allá con
la mayor celeridad”. Manuel Moral Mozas, en su natural jubilación, así lo
hizo y quería decir cosas que en sus antes no pudo o no quiso pronunciar. Cogió
un pincel y hoy nos tiene aquí, mucho tiempo después, ante la manera que
encontró de llegar a las demás personas con sencillez, con más fuerza y de
forma breve; su pintura.
Disfruten de esta inédita colección de relatos pictóricos
del pintor Manuel Moral Mozas y dejen la celeridad para los distintos
amaneceres que ya tendrán oportunidad de frenar. Y ahora, ante estos cuadros,
es uno de esos únicos momentos para apacentarse. A los amaneceres jamás se los
detienen.
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