jueves, 18 de junio de 2020

“DIOS EN LA POESÍA ACTUAL (ANTOLOGÍA”)


De la serie Sacra, por Adriana Zapisek
           




L.M.A.

Este texto no se difundió en su día entre el listado de escritores
 y por su interés se publica en la actualidad.

         18/6/20 .- Madrid .- Al convocar la “Proclamación y Entrega del 72º Premio Adonáis de Poesía” que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de Madrid el 14 de diciembre de 2018 Ediciones Rialp comunicaba: “El Premio Adonáis nació en 1943, al mismo tiempo que la colección del mismo nombre, como apuesta bajo el signo de Biblioteca Hispánica, regida por Juan Guerrero Ruiz, el gran amigo de Juan Ramón Jiménez, y José Luis Cano, que dirigió la colección durante veinte años, para contrarrestar la creciente oficialidad de la poesía. En 1949, ambos empeños serían adoptados por Ediciones Rialp que los desarrolló hasta el día de hoy.

En la actualidad la Colección Adonáis cuenta con más de 650 volúmenes y es un ejemplo de continuidad no alcanzado, hasta ahora, por ninguna otra empresa editorial de este carácter”. Teniendo como invitado de honor al Profesor de la UAM, y autor de “Última poesía española” (2016), Rafael Morales Barba, Carmelo Guillén Acosta, Director de la Colección Adonáis procedió a dar lectura del fallo de esta 72º convocatoria, además de mostrar la estatuilla con que se acompaña el galardón, del escultor Venancio Blanco, manifestando que el jurado otorgó el Premio Adonáis de Poesía 2018 a Marcela Duque (Medellín-Colombia-1990) por su poemario BELLO ES EL RIESGO (“Es bueno que se te resistan las palabras,/que no sean acuarela sino mármol,/obra de cantería”) y los dos accésit a José Alcaraz (Cartagena 1983) por EL MAR EN LAS CENIZAS (“Todo lo invisible que nos duele,/¿es el miembro fantasma/de lo que no pudimos ser?)” y a Guillermo Marco (Madrid 1997) autor de OTRAS NUBES (“Tus comentarios eran mi compañía, Guillermo…”). Algunos poetas cuyas obras resultaron finalistas tuvieron ocasión de leer sus poemas.
Tras José Luis Cano la Colección y el Premio Adonáis fueron dirigidos por el poeta cordobés Luis Jiménez Martos hasta su fallecimiento y, desde entonces, por el Profesor de Literatura y, también, poeta Carmelo Guillén Acosta.
Figuras relevantes han formado parte de los jurados del Premio durante toda su existencia como Gerardo Diego, el propio José García Nieto, Claudio Rodríguez, Florentino Pérez-Embid, Joaquín Benito de Lucas, el Catedrático Rafael Morales…
En 1943 el galardón fue concedido exaequo a José Suárez Carreño por su libro “Edad del Hombre”, Vicente Gaos por “Arcángel de mi noche” y Alfonso Moreno por “El vuelo de la carne”. Dejó de convocarse hasta el año 1947 en que fue el poeta José Hierro el agraciado con el premio por su memorable poemario titulado “Alegría”.
Desde entonces importantes poetas (féminas y varones) de todo el ámbito de la lengua castellana han sido premiados o han obtenido accésits, generalmente sin orden de prioridad, lo cual ha venido a significar, en su momento, un espaldarazo a su labor creadora. Entre los primeros podemos citar a Ricardo Molina, José García Nieto (que creó una situación algo rocambolesca al presentarse, y así se publicó el libro, como Juana García Noreña estando el propio García Nieto en el Jurado), Claudio Rodríguez, Rafael Soto Vergés, Francisco Brines, Jesús Hilario Tundidor, Félix Grande, Miguel Fernández, Joaquín Benito de Lucas, José Ángel Valente, Blanca Andreu, Luis García Montero, Diego Doncel, María Luisa Mora Alameda, Irene Sánchez Carrón, Lorenzo Gomis, Laureano Albán, Eduardo Moga, Javier Vela y, el año pasado, Alba Flores Robla. Los nombres de los accésits también han sido los de interesantes creadores, premiados a su vez en otros concursos y alcanzando algunos de ellos brillante notoriedad, entre los que incluiríamos a Antonio Gamoneda, Eladio Cabañero, Antonio Hernández, Ángel González, Antonio Colinas, Juan Van-Halen,
Ángel García López, Verónica Aranda, Nelo Curti, Concha Zardoya, Eugenio de Nora, César Aller, Julio Maruri. José Manuel Caballero Bonald, María Beneyto, Elvira Lacaci, Salustiano Masó, Fernando Quiñones, Pino Ojeda, Amparo Amorós, José Agustí Goytisolo, Manuel Padorno, Pilar Paz Pasamar, Beatriz Hernán, Paloma Palao, Manuel Ríos Ruíz, Justo Jorge Padrón, José María Bermejo, Enrique Gracia, Pedro J, de la Peña, Ana María Navales…
Al mismo tiempo Ediciones Rialp, con idéntico formado e incluidos en la Colección Adonáis, ha publicado y publica los poemarios galardonados en otros certámenes que, a veces en solitario y en otros casos con el concurso de determinadas instituciones,  enjuician los jurados determinados al afecto por el propio Director de Adonáis, como puede ser el Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander, el Premio “San Juan de la Cruz” en algunos momentos patrocinado por la Caja de Ahorros de Ávila con la colaboración de la Fontivereña Abulense, el Premio Florentino Pérez-Embid de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras de Sevilla, el Premio González de Lama del Ayuntamiento de León.
Ni que decir tiene que además de los premiados en todos los certámenes aludidos el resto de los libros publicados, hasta la fecha, cuentan con la titularidad de la mayoría de los poetas más importantes del ámbito español tanto en libros de autoría individual como participando en antologías diversas. También Rialp ha incluido en la Colección algunos traducciones de poemarios de otras lenguas que, parecía o eran, importantes y de gran interés para su conocimiento por poetas, estudiosos y críticos cercanos al ámbito poético.
Así que prescisdiendo de valorar estilos, escuelas, tendencias líricas, capacidad creadora voluntad literaria,  libertad expresiva o cuestiones meramente particulares, o personales, de cada uno de los poetas, o de todos, que forman parte de este entramado editorial, lo antes comentado, todo ello, nos permite, o anima, ahora mismo por ser algo de poética actualidad y de cierto interés común, a comentar dos de los últimos libros publicados en la Colección Adonáis, lo cual es de agradecer a Ediciones Rialp dada la escasa atención que Editores, Agentes Literarios, críticos especializados, periodistas de la cultura o medios de difusión dedican a la poesía y a los poetas de manera general. Estos libros son “Dios en la poesía actual (Antología)” y el los versos de “Sibilario” de Ana Sofía Pérez-Bustamante, obra galardonada con el Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander.
 “DIOS EN LA POESÍA ACTUAL (ANTOLOGÍA”)                 NÚMERO 661-662 DE LA COLECCIÓN ADONÁIS (EDICIONES RIALP) MADRID 2018.
Primero surge la duda, el escalofrío. No es fácil creer en lo divino, en la inescrutable, con los malos ejemplos que nos sigue dando este siglo secularizado quienes debían ser portadores de los mejores ejemplos para, sobre todo, afrontar el valor de la fe y los misterios que acompañan a las sobrenaturales creencias.
“Perdida estoy, Señor;/cógeme de la mano…”,. exclama Gracia Aguilar y Javier Almuzara confiesa “El mundo es escenario y espejismo,/la vida entera un agotado sueño”. Será, como escribe José Julio Cabanillas que “El libro de la creación se nos ha ido llenando de erratas”. Tiempo atrás, año 2000, Carmelo Guillén Acosta al referirse a lo que divisaba en el Portal de Belén susurraba: “¡Miradle bien, es Dios mismo!”(“Misterio gozoso”. Los Cuadernos de Sandua).
Y ya estamos viviendo, re-conociendo los versos, muchos y determinantes, de un libro donde, en 223 páginas, los mencionados José Julio Cabanillas y Guillén Acosta (éste como Director de la Colección Adonáis) han tenido el acierto, o la oportunidad y valentía, de aglutinar el pensamiento de una serie de poetas hablando de lo divino y, por supuesto de lo humano, sólo con la premisa de tratar de actualizar o continuar la idea de Alfonsina de Champourcín, inspirada creadora de la llamada Generación del 27, que al regresar de su exilio mexicano (México se escribe con x que suena jota) publicó una antología lírica con el mismo título que los editores, ahora, han mantenido para regalarnos esta delicada colección de inspiraciones de tantos y tantos creadores, féminas y varones, religiosos o menos, creyentes o agnósticos más o menos declarados, pero todos que con la intención, digamos, prioritaria de dar un testimonio activo de sus actitudes ante la creencia de un Dios invisible en un mundo donde lo visible es la crueldad, la ignominia y la desazón.
Ya sabemos que hacer una selección de poemas para un tema tan concreto es, siempre, tarea difícil, aunque encomiable pero, digamos, que en este caso se ha logrado un buen elenco de versos que tratan sobre lo enunciado es decir, como aprecia Cabanillas en el prólogo, de devolver “al mundo su esplendor primero” donde, como “si el alma entera/volviera a hacerse niña”, que expresa Enrique Andrés Ruiz el universo fuera capaz de acoger cercanías y distancias de los seres humanos implicados, por encima de todo, es la rara aventura de vivir.
Así que vamos a ver qué dicen, qué nos dicen los versos de esta pléyade de creadores, elegidos generalmente entre los nacidos a partir de 1950 y todas las latitudes, ideas y estilos de la única patria verdadera que es la de la poesía. Muy apropiados para los días de la reconciliación que, desgraciadamente, muchos hombres y mujeres olvidan de practicar son los versos de Rocío Arana ante el Belén: “Niño mio Dios/esta vida que tengo que me prestas…” o los de Jorge de Arco cuando pide “Abrid el corazón al enemigo,/y perdonad la ofensa”, consejo que pocas veces tenemos en cuenta aunque Manuel Ballesteros confiesa: “Sólo tú me conoces” e Izara Batres deja un interrogante: “Y la voz de Dios, ¿desde dónde llega/cuando el albor de la primavera calla?” a lo que respondería, con música de Bach Jesús Beades: “este Dios no se deja/crucificar sin más se obstina en redimir el universo”.
Dios o dioses, altares o conciencia, vida o muerte se debaten en la mente del ser humano, crean su propio conflicto, se enfrentan a realidades externas y a misterios ocultos. En medio de esta vorágine está el hombre, el ser humano, la mujer, el varón, el egoísmo del adulto y la inocencia del recién nacido. Ahí está el temor, la soledad de los malvados, la magnificencia de las buenas obras, el amor de los que nada tiene y la violencia mental de los que abandonan a quienes les necesitan. Ni siquiera hace falta hacer penitencia, pagar bulas o rezar rosarios y rosarios para purificar la conciencia: a los malos, a los perversos, tampoco les sirve de nada ese apremio de pública devoción cuando sus actos están guiados, o mantenidos, por la perversidad. Dios también están entre las sartenes, decía más o menos Teresa de Ahumada, “Dios o la idea de Dios”, es lo promete o precisa Alfonso Brezmes y el reiterado Cabanillas implora: “Cuando llegue la hora que sólo Tú conoces/llévame por un campo donde crecen higueras”, he ahí la virtud de la inocencia que Luis E. Cauqui convierte también en interrogante:“¿volverás a nosotros?”, dirigiéndose, tal vez , al “Señor de las galaxias más remotas” de Daniel Cotta cuando Jesús Cotta quiere admitir, posiblemente con fervor, “No puedes no existir”.
Luis Alberto de Cuenca afirma: “Feliz quien, al amparo de la fe, escribe poesía desde el júbilo…” que Miguel D`Ors convierte en un “Splendor veritatis” o, después, escribe “la verdadera Fe/es esto de escucharte cuando callas…”. Claro que, acto seguido, José María Delgado solicita: “Dame ese cielo y llévate esta tierra” para desembocar en los versos de Mercedes Díaz Villarías de “Si no encuentro a Dios,/qué encontraré en su lugar” cuando José Antonio Fernández Sánchez habla del “Fulgor sagrado de una luz antigua/que algún día sabremos transcribir”.

Posiblemente en expresiones como ésta se encuentren el valor de las creencias o de las realidades de los creyentes, en transcribir el fervor pero, sobre todo, en actuar como pide el Evangelio no en actuar a espaldas de él. “Dad y se os dará”, dice el Nuevo Testamento porque “De Dios es este instante, y él lo ignora”, según afirma Vicente Gallego. En esos territorios, supuestamente, es donde debe encontrarse no el paraíso, sino, la iluminación de las conciencias, el camino de la rectitud que políticos, hombres de leyes o ministros de las iglesias, a veces, no saben encontrar. Federico Gallego Ripoll ya nos alerta: “Descalzo mi mirada para leer tu nombre”. Imitémosle como se nos pregona muchas veces y tal vez hallaremos respuestas.

“Me preguntas que cómo será el cielo…” deja escrito Lutgardo García y con versos casi de Lope de Vega Enrique García-Máiquez aduce: “Para quererte a Ti, mi Dios/me remueven tu Cielo y el infierno” o afirma Bárbara Grande Gil: “Busco a Dios donde ya nadie lo escribe”. Es que el Dios del creyente está en los rincones de los palacios y la frialdad de las chabolas, aunque no solemos darnos cuenta, tan alejados estamos de algo tan realmente sobrenatural. Por eso Carmelo Guillén Acosta viene a solicitar “Aléjame, Señor, de la barbarie..”. Y añadiríamos, de quienes programan guerras, de quienes niegan un pedazo de pan al hambre, de aquellos que se enriquecen con el sudor ajeno, de quienes habitan castillos y desahucian a quienes menos tienen de un rincón benigno y les arrojan a la tormenta.
A mitad de esta antología, y para corroborar la esencia de los versos que contiene, damos entrada a opiniones, inspiraciones, lamentaciones de otros poetas que podrían formar parte de este memorable volumen que podrán leer las gentes de buen corazón y que ignorarán los duros de mollera y los infames de la tierra. Fijémonos en lo que escribe el propio Jorge Luis Borges en su “Historia de la eternidad” (Alianza Editorial 1997): “La eternidad quedó como atributo de la ilimitada mente de Dios, y es muy sabido que generaciones de teólogos han ido trabajando esa mente, a su imagen y semejanza”.
El poeta zamorano y exagustino Octavio Uña, en su poemario titulado “Cierta es la tarde” (Visión Libros 2010) aconseja: “…dad gracias a Dios que hoy os abraza/con lentísima lluvia”. El argentino Roberto Di Pasquale en “Las alusiones” recuerda que “…se abren ventanas/por las que asoman/en algunos momentos/las pestañas de Dios”. El malagueño José Ruiz Sánchez en “El ojo de la cerradura” (Ediciones Cultura Hispánica 1977) hablaba de “Dios que se mete de noche/en la brasa de un cigarrillo”. ¿Y Machado, Antonio Machado?. En “Campos de Castilla” se refería así al tema que nos ocupa: “Este que insulta a Dios en los altares,/no más atento al ceño del destino,/también soñó caminos en los mares/y dijo: es Dios sobre la mar camino”. Juan Ramón Jiménez en su “Canción” (Seix Barral 1993) dice, lacónicamente, “Dios está azul”, expresión casi divina para analizar la realidad de los creyentes, la inefabilidad de una cercanía. Y, más cercanamente, el valenciano Rafael Soler escribe en “Los sitios interiores (Soneto urgente)” (Colección Adonáis, 1980) “El mar es un pacto con los dioses,/un tiempo encaramado/pertinaz/que asola sin remedio mi laguna”, ampliando el ámbito de las divinidades y acercándole a los pobres mortales, a todos nosotros.

Tal vez no precisemos echar mano de los grandes teólogos, de los escolásticos, de los padres de la Iglesia para encontrar a Dios, ahora sí, entre los pucheros. El creador tinerfeño Sabas Martín, buen lector y detenido escritor, pone en “Un rumor de siglos” (Mercurio Editorial 2018) las palabras, la vida, las dudas, el temor de Dios y las vivencias de Sor María de Jesús de El Sauzal, conocida como la Siervita de Dios: “Todo es del Señor, todo, incluso los prodigios y los más velados secretos”. El poeta José Hierro nos dejó dicho que “el castellano es una buena lengua para hablar de Dios”. Y así sucesivamente.
Volvemos a la antología que trata de incluir a importantes poemas de interesantes poetas aunque falten muchos o muchas y pueden sobrar, lo cual siempre puede suceder. Lo verdaderamente efectivo es tener un librito como éste que tanto puede convertirse en poemario de cabecera como rememorar los mejores versos de sus autores. “Otro tiempo hubo en que se derramaba la vida…” escribe José Gutiérrez, Gabriel Insausti aconseja “Inventemos a Dios”, José Lupiáñez recuerda “De ti venimos, Señor, y hacia ti vamos”, Alejandro Martín Navarro confiesa “Apoyado en un árbol llamo a Cristo”, Julio Martínez Mesanza se lamenta “Eres, Señor, la guerra interminable”, José Mateos clama ·”Un Dios que se concibe ya no es Dios”, Juan Meseguer titula un poema “Eros es Dios”, Mario Míguez suplica “Oh Dios, al menos dame resistencia…”, Jesús Montiel razona “Es posible rezar aunque fuera del templo”, José Manuel Mora Fandos se/nos tranquiliza: “Qué alivio da saber que en Ti está todo…”.
Sí es cierto, o puede serlo, lo que manifiesta Cabanillas en el prólogo a esta antología: “Da la impresión de que el poeta no ha encontrado su sitio en este mundo”. O sí. Lo que sucede es que tanto progreso, tanta libertad, tanto vicio como decía mi madre, tanta tecnología como sufrimos, a veces, nos aparta de lo menos material, de las creencias, de la divinidad, de la fe concebida como instrumento de salvación. Los malos ejemplos de los poderosos ayudan mucho a esa capacidad de engendrar duda, de crear situaciones de angustia. Pero, pese a todo, aún la poesía, que sirve para cantar el amor o para lamentarnos de la desgracia, también, tiene un cometido claro como es el de cantar los valores de lo sobrenatural, de lo divino, de lo excepcional. O no.
“Quiero vivir, Señor…” solicita Carlos Javier Morales. “No sé nada./Ni para qué escribo esa palabra, “Dios”…” anuncia Antonio Moreno.  De Inmaculada Moreno nos quedamos con tres versos: “…hace frío y esos hombres/parece que se encorvan levemente/por Dios sabe qué fardos invisibles”. De Sergio Navarro: “Regresa aquí su bendición de brisa/que refresca al paseante solitario”. Antonio Praena dice “No hay muerte en la que no quepa tu misterio”. María Eugenia Reyes Lindo escribe
“Llévame/por encima del gris,/fuera del ruido de las calles”. De José Antonio Sáez elegimos “En tu ausencia, todo me habla de ti…”. De Eloy Sánchez Rosillo “…la muerte viene a prolongar/la aventura que somos…”. Pedro Sevilla nos susurra “Has compartido hoy con Dios una naranja”. Rafael Adolfo Téllez “Siempre hay una luz muy tenue,/como en el Génesis”. Andrés Trapiello recuerda que “El tiempo es infinito para todos”. Beatriz Villacañas afirma “Nada como el Amor/para darnos noticia de lo eterno”. Y Fernando de Villena en el penúltimo poema de este delicado y, en muchos casos, necesario libro para creyentes, agnósticos o personal sin filiación aparente escribe “¡Qué hermosa es la obra de tus manos,/qué hermosa, Señor, aunque la comparemos/con nuestras ambiciones”.
Adonáis otra vez. Gracias en nombre de quienes recibirán alborozados estos poemas, a veces, sobrenaturales y, otras, a ras de nuestra conciencia. 


Manuel Quiroga Clérigo

San Vicente de la Barquera, 19 de Marzo de 2019. Llueve
*****

Respuesta a una súplica

                            [A mi amigo Tomás Paredes]

                                          I

                     "¿Dónde está Dios?"
                                                 [T. Paredes]
                                                          
Búscalo en la flor abierta,
en el agua remansada;
pon tus ojos en las nubes
y en la luz de las campanas.
Pálpalo en la mano pura,
en la voz enamorada;
bébelo entre la dulzura
del agua que corre clara.

¡Dios aquí! ‑ te grita el aire ‑
¡Aquí Dios! - murmura el río ‑;
la fuente suspira Dios
y con Dios juegan los niños.

Y en la pena, pena tuya,
Dios está, clavel, dormido,
esperando que tu mano
le corte su sueño al lirio.



Sácalo de tu tristeza...
Déjale tu llanto al río;
y que se muera la pena,
¡que en ti está Dios hecho niño!


                                              I I      

   "Háblame mucho de Dios”
                            [T. Paredes]       

Háblame mucho de Dios
‑ le dijo la fuente al río ‑,
y Dios, que estaba escuchando,
mandó a la tierra el rocío.
Y hablaron de Dios las flores;
de Dios hablaron los pinos;
bañaron a Dios las aguas;
y a Dios besaron los niños.
Con Dios jugaron las piedras
a cantos de viejos grillos
movidas de alada mano,
según pasaba, de río.
Con Dios soñaba un mochuelo,
que de la encina su nido
colgaba junto a la fuente,
que se moría de frío.
A Dios sabía el pastor,
que cantaba un estribillo
y le cortaba a una moza,
lejana, no sé qué lirio.
A Dios llamaba la nube,
que, en horizonte perdido,
pintaba cabritas blancas
sobre azules redivivos.

Háblame mucho de Dios
‑ le dijo la fuente al río ‑,
y Dios, que estaba escuchando,
le dio unos ojos de niño.
Y allí, en los ojos azules,
azules... como infinitos,
dicen que la fuente un día,
dormida como otro lirio,
a Dios le cantó la copla
de los ojos de su niño.


Lucrecio Pérez Blanco
Autor del poema

1 comentario:

Enrique Gracia Trinidad dijo...

Excelente entrada que es muy de agradecer. Dar a conocer esas publicaciones y tenerlas en cuenta para adquirirlas y disfrutarlas, merece la pena.
Por mi parte, haber formado parte de Adonais (accésit en 1972) es un orgullo que siempre llevo conmigo.
Gracias.