miércoles, 3 de febrero de 2021

TUNEZ. ¿SE ESTÁ AGOTANDO LA PRIMAVERA ÁRABE ?


Túnez


 

        Víctor Morales Lezcano


03.02.21.- Madrid .- Hace casi veinte años, el autor de estas líneas emprendió la redacción de unos Diálogos ribereños, basados en conversaciones con algunos miembros de las élites tunecinas. Aquellos diálogos fueron prologados por don Alfonso de la Serna (ed. UNED, 2005). Tal designio universitario, respaldado por la Agencia Española de Cooperación Internacional, me facilitó la tarea de introducirme en la imagen de España que albergaban ciertos periodistas, historiadores, diplomáticos e hispanistas tunecinos. Entre ellos, figuraban Mohamed Talbi, intelectual de reconocido prestigio, Najib Bouziri, embajador de la República de Túnez en la España de la transición (1974-1982), Abdeljelil Temimi, moriscólogo de fuste, Raja Yassine y Meimouna Hached, destacadas hispanistas de la Universidad de La Manouba, y otros varios colegas e interlocutores representativos de las aludidas élites tunecinas. Aquellos diálogos ribereños permitieron poner de relieve las diferentes apreciaciones habidas entre Túnez y España y España y Túnez, dos países de tradición cultural milenaria que, volens nolens, se contemplan mutuamente desde sus respectivas orillas mediterráneas.

Las escuetas pinceladas anteriores no llevan otra intención que la de situar en perspectiva aquello que ocurrió hace un decenio y que fue bautizado como Primavera Árabe. Particularmente, “primavera del jazmín tunecino”, en alusión al paréntesis que se abrió en el norte de África entre el 17 de diciembre de 2010 y el 11 de febrero de 2011.  Recordemos por un instante lo que ocurrió en la milenaria Ifriquiya de la Historia Antigua, a partir de las fechas que acabamos de acotar. 

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El espejo que nos permite contemplar el escenario del pasado hace evocar de inmediato la proclamación en Túnez de la consigna “todos somos Mohammed Bouazizi”. O sea, se hizo vox populi la primera víctima de la indignación popular contra el Régimen en la persona de un vendedor ambulante que segó su vida autoinmolándose, en señal dramática donde la haya. 

Cuando a la indignación que despierta el abuso político en la gente de un país cualquiera, se suma la cólera extravertida de sus componentes, ambos sentimientos conducen inexorablemente al enfrentamiento de la ciudadanía con el poder. ¿Nos hallamos en tal caso ante una rebelión o, quizá, una revolución?

Visto desde hoy lo que ocurrió en la “primavera del jazmín” en Túnez, se trató de una rebelión radical contra el régimen republicano que venía presidiendo Zine El Abidine Ben Ali en el Palacio de Cartago, desde 1987. Una rebelión, ciertamente, que fue a más en la réplica egipcia que se desató también en El Cairo, semanas después de que estallase en Túnez y teniendo su teatro de expresión social en la cairota plaza de la Liberación (Tahrir).

Al socaire del contenido llamamiento popular contra el Régimen en el bulevar Burguiba se proclamaron los deseos de libertad (inspirados en un régimen público de fundamento constitucional) y de justicia, una aspiración sempiterna de la condición humana. Al tratarse de un vuelco al régimen político entonces vigente, pero estando dicho vuelco exento, en parte, de la violencia consustancial a las revoluciones, se extendió con rapidez en los medios publicísticos y hasta en los análisis más sesudos de la politología una especie de consenso opinático sobre el hecho de que en Túnez había habido una “primavera global”, definitiva y plausible de todas, todas. En este contexto, emergieron, palpablemente, varias opciones político-ideológicas, en particular la islamo-moderada de Ennahda, la de inclinación liberal, Ettakatol, y otra, de perfil religioso radical, como lo había sido el argelino y precoz Frente Islámico de Salvación (FIS). A las opciones citadas, se sumó en Túnez el conglomerado del veterano Caid Essebsi.

Por no atosigar al lector de esta rememoración histórica sobre el inicio de la Primavera Árabe (y sus respectivas “primaveras” locales), procede añadir que, con los altibajos de rigor en su recorrido, el legado de la “primavera del jazmín” tunecino ha sobrevivido a partir de enero de 2011 hasta, prácticamente, enero de 2021. Es aquí donde procede subrayar, sin embargo, que ahora mismo se está asistiendo a la disolución de los logros jurídicos, políticos y socioeconómicos en cuya plataforma se consiguió erigir un monumento a la libertad e igualdad dentro de lo que hoy reconocemos como mundo árabe e islámico. Sin embargo, en el arranque de este año de 2021 hemos de constatar que ha hecho aparición una fenomenología indicativa de la descomposición gradual de aquellas “primaveras” (árabes), víctimas, ahora, del regreso cíclico a la injusticia y a la represión generalizada en la ecúmene islámica. Y también en la República de Túnez viene manifestándose una serie de signos desalentadores que presagian otra pérdida histórica para el Magreb y, si se apura, para el mundo árabe en general.

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Hace también diez años, el autor de estas cuartillas se preguntaba lo que sigue:

¿Se abrirá camino en Túnez un período de transición orientado hacia una democracia aceptablemente equilibrada que recupere lo mejor del legado burguibista, pero ajustada a las circunstancias predominantes en el siglo XXI? ¿Sabrán conducirla los protagonistas principales del período de transición política de la republica norteafricana hacia un sistema de equilibrio de poderes, sin que el lastre del presidencialismo clientelista y depredador (etapa gubernamental de Ben Ali) sea una rémora para el horizonte de libertades, que empieza a avizorarse en Túnez con claridad apasionada? ¿Podrán las nuevas alternativas políticas que han nacido con la “primavera del jazmín” llegar a colmar las aspiraciones y los anhelos justicieros del pueblo tunecino?

A lo que parece, el horizonte despejado que, hace diez años, se esperaba de aquella “primavera árabe” no solo empezó a experimentar un ocaso frustrante en el ámbito del Magreb y de Oriente Próximo, en general, sino que, incluso, en Túnez, la “primavera” ha venido a deslizarse paso a paso hacia la regresión. Según parece, el actual presidente de la República, Kaïs Saied, viene defraudando a numerosos sectores sociales desclasados, que han estado apoyándolo, desde que fue elegido hace aproximadamente año y medio. Tampoco la fractura partitocrática del Parlamento en nada contribuye a restituir la esperanza de una cierta gobernación prometedora del país. Cierto es que el primer ministro de Túnez, Hichem Mechichi, lleva poco tiempo en su cargo, pero continuemos con los cuestionamientos: ¿conseguirá su gobierno contrarrestar el 16 % de paro que se registra en el país, pero que asciende a un 36 % en el caso de la población de los ciudadanos jóvenes? Por otro lado, la deuda exterior contraída por los gobiernos de la República de Túnez hasta alcanzar actualmente el 89 % del PIB solo permite no dispararse más todavía gracias a la provisión cíclica de créditos por parte de un salvavidas que llaman FMI. Conviene retener un dato más: otra de las medidas paliativas de una economía en tasa de “encogimiento” preocupante (entre 8 % - 9 %) está siendo la huida de emigrantes en pateras con destino a la Europa mediterránea. ¿Cómo evitará Túnez un retroceso que muchos lamentaremos?

Sabido es que, cuando el fervor popular favorable al cambio económico, social y político defrauda a los “condenados de la Tierra” (Franz Fanon dixit), no tarda en despuntar tiempo después una cierta nostalgia del orden reinante en los “años preprimaverales”, a medida que los activos de la rebelión-revolución se devalúan y que aquella nostalgia del pasado reviste las autocracias con un manto de conveniencia, insospechada en los tiempos en los que se soñaba con los cantos del mañana.

                                                   



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