domingo, 1 de mayo de 2011
“El canto del pueblo judío asesinado”, un poemario hermoso y sobrecogedor
“El canto del pueblo judío asesinado”
Itsjok Katzenelson
Traducción de Eliahu Toker
Editorial Herder
Barcelona, 2011 (150 pags)
Julia Sáez-Angulo
Este furioso y dolorido poema traducido ahora al español por Eliahu Toker, ya ha sido traducido del original en yidish al hebreo, al inglés, al francés, al alemán, al italiano y a muchas otras lenguas. Un poema conmovedor, demoledor, que lleva a una reflexión sobre una cultura europea, capaz de un holocausto sobre el ser humano por una cuestión de raza.
“¡Canta! Toma el violín vaciado y huec/ y arroja sobre sus delgadas cuerdas tus dedos/ pesados como corazones doloridos. Y canta el último/ canto/ acerca de los últimos judíos en tierra europea,” dice el poeta al comienzo de “El canto del pueblo judío asesinado.”
Primo Levi escribió; “Ante el “cantar” de Itsjok Tatzenelson al lector no le queda otra alternativa que detenerse turbado, respetuoso. No hay una obra comparable a esta en toda la historia de la literatura; es la voz de “morituro”, entre los cientos de miles que van a morir, atrozmente consciente de su destino singular y del destino de su pueblo”.
Transcreación al español
“Fue el poeta brasileño Haroldo de Campos, quien acuñó el término “transcreación” para denominar la delicada y compleja tarea de trasladar un texto poético de una lengua a otra, de un universo de imágenes, sensaciones y sobreentendidos a otro”, dice Eliahu Toker al final del libro en “Acerca de la transcreación al español de esta elegía”. Dicho esto, cabe decir que la “transcreación” al castellano suena muy bien.
-¿Cómo cantar? Cómo abrir la boca siquiera/ habiendo quedado completamente solo,/ sin mi mujer, sin mis dos pequeños. ¡Es un espanto/ El horror me habita... Escucho un canto a lo lejos...” dice la segunda estrofa de Itsjok Tatzenelson.
“El canto del pueblo judío asesinado”, editado por Herder, se compone de quince cuartos de quince cuartetos. “El poeta presenta al último hombre de su pueblo, “que conserva aún su condición de hombre, porque ¿no representa acaso lo que queda de humano en el hombre cuando junto con los suyos, ha sido apartado de la humanidad? La voz que se hace poesía”, dice en el epílogo Philippe Mesnard que lo titula “Reconocer la voz de ese Cristo”.
El libro reproduce la foto facsímil de la escritura diminuta en un cuaderno del poeta herido y lastimado, que en sus últimos versos, escritos en 1944, dice a modo y con lenguaje de salmos: “¡Ay de mí, no queda nadie ya! ¡Hubo un pueblo.../ y ya no más! Fue cierto cuentito que comenzó/ en la Biblia, en el jumeshl, y llegó hasta aquí.../ Un cuento triste ¿Quién dice hermoso? Un cuento/ desde Amalek y hasta alguien peor aún: el alemán.../ Oh, cielo lejano, ancha tierra, mar enorme:/ no se anuden en un puño para aniquilar a los malvados/ de la tierra; ¡que ellos mismos se aniquilen!"
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