Julia Sáez-Angulo
Byblos, recoleto puerto de mar en el Mediterráneo, a unos 50 km. de Beyrout. Su ciudadela habla del castillo de los templarios con columnas de granito embutidas en los milenarios muros de piedra, procedentes a su vez de templos fenicios, romanos y egipcios. Desde su puerto se canalizaron miles de cedros y papiros procedentes de los cercanos montes del Líbano para construcciones y escritura en Egipto.
El foro,con el cardo y el decumeno de los romanos, atraviesa el paisaje de ruinas pétreas que abarcan el foro y otras vías que llevan indefectiblemente al mar, atravesando la ciudad. Una desidia sostenida de políticos que llevan meses sin ponerse de acuerdo para encontrar un gobierno, hace que estas ruinas soberbias estén abandonadas a una vegetación invasiva que mina su conservación y dice muy poco a favor de la responsabilidad y estima local por estos vestigios históricos.
Han sido los arqueólogos franceses los que han excavado estas ricas presencias de piedra, testimonio de la historia del comercio y el vivir del Mediterráneo. En un principio Líbano y Francia se repartían las piezas arqueológicas descubiertas, hoy es solo el país de origen quien las guarda. Lamentablemente hace tiempo que no se ve un arqueólogo por las ruinas de la ciudadela. Una sola casa moderna, de tejado rojo, se levanta en el recinto histórico, es la residencia de los arqueólogos y el almacén de piezas excavadas.
Byblos es de las pocas ciudades antiguas que han mantenido población y vida activa desde que se fundara. La catedral de san Juan Marcos da testimonio de la antigua presencia cristiana en la ciudad; un cristianismo sostenido y defendido principalmente por los maronitas, comunidad de rito oriental especial que sigue unido en obediencia al papa de Roma. La misa maronita se celebra en árabe y ciríaco, mientras que reserva las para la consagración palabras en arameo, la lengua de Cristo.
El hermoso paisaje libanés de montañas y valles –la Suiza de Oriente Medio- es un variado salpicado de casas y villas de todo calado: desde palacetes ostentosos de nuevos ricos a viejas casas libanesas rehabilitadas con buen gusto. La casa libanesa básica es de piedra –no en balde sus colinas son una cantera, amalgama de piedra y vegetación- y las que llevan dos pisos se construyen con una serie de arcadas a la italiana que dan vista y entrada al salón. La nueva normativa local exige el revestimiento de piedra y el tejado de teja roja, de todas las casas que se construyen o renuevan. Seguramente en unos años se pueda ver un paisaje más uniforme y embellecido.
Libaneses en América Latina
La población del Líbano cuenta con cuatro millones de habitantes, pero son más de doce los que han emigrado y viven en diversas partes del mundo, principalmente América latina y África, sin perder nunca el contacto con la familia y el país. Podría decirse que el libanés es un ciudadano mediterráneo errante, como otrora lo fueran los italianos, griegos, españoles. Sólo en Brasil se cuenta con una colonia de diez millones de libaneses entre emigrados y descendientes. De hecho la ciudad de Beirut acaba de abrir un gran centro cultural con todo tipo de actividades, dada la gran relación entre ambos países.
Con frecuencia el libanés regresa con dinero a la patria y eso le permite adquirir un terreno o una casa para instalarse y descansar. Lo perverso de la emigración libanesa, por falta de puestos de trabajo, es que son fundamentalmente los hombres los que se van y la población se encuentra con una proporción de siete mujeres para cada hombre.
Las distintas guerras de las dos últimas décadas del XX y la de 2006 dejaron muy destruido y expoliado al Líbano, que ha tenido que reconstruirse como el Ave Fénix. Beirut es el ejemplo más claro de esa reconstrucción. Algunos libros muestran con claridad las vistas de la ciudad ante y después de ser reconstruida. El libanés es un ciudadano al que le gusta vivir bien y por ello valora el buen clima del país, la variedad de su geografía con montañas nevadas y playas para bañarse al mismo tiempo, por eso, entre otras razones apuntadas, suele regresar a su país.
La comida libanesa es una de las mejores del mundo árabe. Su “mezé” es laboriosa, a base de multitud de platos para degustar que van desde el hummus de garbanzos, berenjenas con carne o pequeños bollos de carne picada, al “zaatar”, mezcla de pasta de aceitunas con aceite de oliva, orégano, sésamo y otras hierbas o el “labnéh”, queso blanco fresco, con ligero sabor amargo. Estos dos últimos ingredientes se toman también con pan no fermentado en el desayuno, porque resultan muy energéticos para afrontar el día.
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