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De una pequeña, empedrada y empinada ciudad hondureña (Copán) nos fuimos a otra similar, y todavía más bonita, guatemalteca (Antigua). Esta vez el largo viaje fue más agradable. Compramos el billete en el magnífico Café ViaVia, que hace las veces de hostal, agencia de viajes y restaurante con unos excelentes desayunos (incluso tiene sesiones de cine los fines de semana: ahí vimos el decepcionante "Lincoln" de Spielberg), e hicimos el viaje en una furgoneta solos con otro turista sueco. Eso sí, tardamos más de 6 horas con un pequeño descanso para comer algo, y después de atravesar "Guate" (como llaman aquí a la capital) de punta a punta y a la hora punta (serían las 6 de la tarde).
Antigua (la antigua capital guatemalteca hasta 1776) está considerada como una de las más bellas ciudades coloniales americanas. "Esta ciudad de nostálgicas calles empedradas representa en sus antiguas paredes la rica herencia de la época colonial hispánica. Iglesias, conventos, monasterios, casonas familiares forman un evocativo y hermoso conjunto monumental arquitectónico, que garantiza una experiencia llena de religiosidad, misticismo y tradición". En Antigua estuvimos unos cuantos días en una buena habitación de un hostal que tenía el evocador nombre de "Posada del Jardín de Lolita", con un patio lleno de flores, ardillas y pájaros exóticos enjaulados.
La atracción de la encantadora Antigua, la Ciudad de Santiago de los Caballeros, le viene dada principalmente por su magnífico entorno dominado por tres volcanes espectaculares: el Agua, el Fuego y el Acatenango; por las montañas que la rodean; por sus calles empedradas y sus bien conservados edificios coloniales casi todos ellos con magníficos patios; por el bello Parque Central con su famosa fuente dieciochesca y el Palacio del Muy Noble Ayuntamiento "erigido en el Año de Gracia de 1743 y manteniéndose airoso a través de los siglos desafiando las iras de las conmociones terrestres", como reza una placa en su pared; y por sus iglesias y... las ruinas de sus iglesias.
Esto último conviene explicarlo un poco. Deambulando por la ciudad te impresionan más las enormes ruinas de sus iglesias y conventos (que están por todos sitios y son producto de numerosos terremotos) que las pocas que han sido reconstruidas de nuevo. Ejemplo paradigmático es la Catedral de Santiago, que se remonta a 1542 y que fue en los siglos XVII y XVIII la más grande de Iberoamérica junto con la de Méjico.
Pues bien, dañada por los terremotos de 1717 y de 1751, fue reconstruida en ambas ocasiones pero el seísmo de 1773 provocó en ella tan grandes daños que ya no ha sido reparada. Así que estuvimos en la nueva, pobre y humilde Catedral (la Parroquia de S. José) con todas sus imágenes acristaladas para que, supongo, no se llenen de polvo, y en las ruinas de la catedral original justo detrás. ¡Qué pena! Las numerosas capillas desnudas y llenas de suciedad con sus nombres originales escritos en las paredes, los enormes bloques de ábsides, cruceros y bóvedas desplomados en el suelo como si de ruinas mayas se trataran, los restos del Palacio Arzobispal ("construido en 1711, arruinado totalmente en 1773 y desescombrado en 1941") tapados con techos de uralita, y las catacumbas y sótanos alumbrados por una mísera bombilla.
Las ruinas "cristianas" más prominentes, aparte de las de la Catedral, son las de la Iglesia y Convento de la Recolección, las de San Jerónimo justo al lado, y las de Santa Clara. Como si fueran Copán o Tikal, si quieres verlas prepárate a rascarte el bolsillo (40 Q). El resultado es que casi nadie entra a verlas. Hasta la Embajada Española en Guatemala ocupa un gran convento de 3 patios reconstruidos al lado de las ruinas de la Compañía de Jesús.
Allí estuvimos merodeando por sus magníficos patios interiores y por su centro cultural, y nos fijamos en su raquítica programación cultural que, para el mes en curso, se reducía, los miércoles, a la proyección de una serie de películas que parecían el "Armageddon del Capitalismo Mundial" con títulos como "La última crisis financiera", "Fraude, porqué la gran recesión", "La doctrina del shock: el auge del Capitalismo del Desastre" y una de Michael Moore titulada "Capitalismo: Una Historia de Amor" o algo así.
En fin, entre las bellas iglesias restauradas estuvimos viendo La Merced (al ladito teníamos nuestro hostal) con su bella fachada barroca, S. Francisco que nos gustó más y Las Capuchinas.
También subimos al Mirador del Cerro de la Cruz (una media hora de caminata), que ofrece unas magníficas vistas de la ciudad y de sus tres volcanes.
Y naturalmente subimos a un volcán: al Pacaya, el más accesible de todos, según nos dijo la agencia, y también el que está más lejos de Antigua. La "excursioncita" al estromboliano Pacaya (así se llaman los volcanes que, al acumular gases, provocan explosiones) fue dura. Salimos a las 6 de la mañana, vimos amanecer en la furgoneta con otros 12 gringos, llegamos hora y media después al pueblito de S. Vicente Pacaya, subimos hasta S. Francisco de Sales, pagamos la entrada al Parque Nacional, nos presentaron a la guía (una joven india que, más que guía, hacía de acompañante y no sabía nada de inglés) y ¡ala! p'a arriba, seguidos por una reata de mulas dispuestas a ser alquiladas a cualquier turista que no pudiera con la ascensión.
Estaríamos a unos 1.800 m y llegamos hasta los 2.300 (la cima está a 2.552). Gracias a que había llovido y que la lava del camino estaba mojada porque, si no, con el polvo que hubieran levantado las mulas y los turistas, la ascensión habría sido peor. Dejamos atrás algunos miradores (El Descanso la Chilamata, el Mirador la Laguna de Caldera: "un antiguo cráter que nació ahí, en palabras de la guía) y el Mirador Descanso el Roble). Cuanto más alto subíamos, más majestuosas eran las vistas de los tres volcanes (el Agua, el Fuego y el Acatenango).
Nos pintarrajeamos la cara con la planta "llorasangre" y vimos varios Arbol del Hormigo, que es con el que se hacen las marimbas y que se llama así porque las hormigas se apoderan de él por dentro.
Llegamos hasta casi la cima, seguimos por unos senderos quemados por la lava negruzca, nos metimos en un hoyo caliente del que salían fumarolas y nos comimos unas "nubes" que la guía sacó de una bolsa y que calentó en uno de estas grietas de los que salían gases calientes.
El paisaje era impresionante: hondonadas totalmente calcinadas, otras con algo de verde más lejos, los tres volcanes imponentes a la vista, nubes que se movían a nuestro alrededor tapándonos las vistas y el sol saliendo minutos después en ciertas partes del valle. La última erupción del Pacaya fue el 27 de mayo de 2010 y tuvieron que evacuar a toda la gente de por aquí. La única muerte que se produjo fue la de un cámara periodista que se quedó allí filmando, a pesar de ser advertido de que se largara. "Pero no quiso, encontró así su destino", aseveró la guía. En fin, volvimos por donde habíamos ido y bajamos lo que habíamos subido intentando pisar bien (la lava se mezcla con las piedras del camino y las oculta dificultando el descenso) y dejar de lado las múltiples cagadas recientes de las mulas que nos habían acompañado. Vuelta a la furgoneta (otra hora y media hasta Antigua) y a comer derrengados.
La agencia nos ofreció "otro volcán" todavía más duro y más caro: la subida a la cima del Acatenango, saliendo a las 3 y media de la madrugada y regresando a las tres de la tarde, con 5 horas de ascensión y un precio de 1.500 quetzales para un mínimo de 3 personas. Ni que decir tiene que se lo dejamos a avezados mochileros más jóvenes que nosotros.
De Antigua nos fuimos al altiplano guatemalteco, a Panajachel (conocido por todos como "Pana"), la puerta de entrada al Lago Atitlán (unas 3 horas de viaje).
*¡Bienvenidos!
Ayuden todos a mantenerme limpio y sano
Atentamente, El Lago
(en el muelle de Panajachel)
* Dios nos dice: "Por favor... cuida mi lago"
(en el muelle de Tzununá)
Pues sí, falta le hace al bellísimo lago Atitlán (Atitlán significa "Lugar de muchas aguas") que le cuidemos entre todos, porque este "inmenso espejo de agua" enmarcado entre tres volcanes (San Pedro, Atitlán y Tolimán) e interminables cordilleras está muy contaminado. Seguro que si el gran Aldoux Huxley lo viera ahora seguiría catalogándolo como "el lago más bello del mundo", pero ya no se comería con tanta fruición el pescaíto frito en cualquiera de los pueblos que descansan en sus riberas. Ya lo vimos la primera mañana que nos dedicamos a recorrer Pana y sus dos embarcaderos. Pasamos por uno de los tres ríos (el Panajachel, precisamente) que alimentan el lago y la pestilencia de sus negruzcas aguas, más las cloacas que desembocan en el lago, nos dejaron "patidifusos".
Menos mal que el lago es el más profundo de América Central (325 m), que es bastante grande (18 km de largo), que filtra por debajo y por los lados, y que hasta tiene un río subterráneo. Y que está rodeado de pintorescos pueblitos indígenas desde cuyas empinadas laderas se pueden divisar vistas majestuosas.
Así que, un día, nos fuimos a ver Santa Catarina Palopó y San Antonio Palopó, a 4 y 10 km de "Pana" respectivamente, en "picops" (del inglés "pickup truck"), que son unas camionetas (con la parte de atrás abierta y con barras laterales y centrales) usadas por los nativos para trasladarse y transportar cosas. Son dos pueblos indígenas, de casas de adobe y techos de uralita en medio de la montaña. Las bellas panorámicas del lago y de sus aguas azul verdosas, tanto desde arriba, por donde brujulean los "picops" sobre estrechas carreteras llenas de baches bordeando las montañas, como desde abajo, en los embarcaderos, son espectaculares. Pero ¡espectaculares, espectaculares, eh!. Allí, en Santa Catarina, nos quedamos "encantados", media hora, una hora, a la sombra, y luego cogimos otro "picop" y, de pie para ver mejor el panorama, llegamos hasta San Antonio, parando justo al lado de su singular iglesia situada en medio del pueblo y de la montaña. Bajamos también al embarcadero y nos quedamos algún tiempo contemplando el lago. Al final ya, cansados de tanta belleza, volvimos a Pana a comer.
Otro día, salimos en lancha (unos 45 minutos) hacia Santiago Atitlán, otro pueblo maya al lado del lago. Subimos, como todos los turistas, hasta la plaza central, no sin antes pasar por el mercado, para ver la singular iglesia de Santiago Apostol. Fundada en 1547, tiene todos sus santos de madera cubiertos con coloridas túnicas que los lugareños cambian de año en año y tres magníficos retablos detrás del altar. A sus lados en la plaza está el Centro Educativo Parroquial con aulas numeradas desde primaria hasta 6º y en las que vimos a los maestros adentro dando clase con las puertas abiertas. Enfrente de la iglesia se ve el imponente volcán San Pedro y en la plaza la estatua de Santiago con su borrico y su espada. También vimos una placa conmemorativa y una enorme foto del Padre Francisco, un misionero norteamericano muy querido por el pueblo y que fue asesinado en esta iglesia por escuadrones ultraderechistas en 1981, en la que se podía leer: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos".
Pero a Santiago hay que venir principalmente a ver a Maximón. ¿Que quién es este singular personaje? Pues una deidad que fuma, que los españoles llamaron San Simón, y al que reverencian los nativos del altiplano guatemalteco. Combinad unos cuantos dioses mayas con San Judas Tadeo y ya casi lo tenéis. Para ir a verlo paramos un "tuc-tuc" (triciclos a motor fabricados en India) y le dijimos al conductor que queríamos ir al Santuario de Maximón. Nos subió unos 4-5 minutos por la montaña y nos paró frente a un angosto pasadizo lleno de porquería y suciedad, diciéndonos que era por ahí. Unos cuantos metros más y nos encontramos ya delante de una gran figura de madera vestida con coloridas bufandas de seda, llevando un gran sombrero y fumando un enorme cigarro. Había un hombre y un chico sentados a su lado y frente a nosotros.
Estábamos dentro de un cobertizo con olor a incienso y rodeados de una indescriptible parafernalia religiosa. Flores, frutas, velas, incienso, una botella grande de Coca Cola, baratas luces de colores, dos candelabros para dejar la ceniza, efigies de Cristos y de santos vestidos con ropajes indios a derecha e izquierda, y un hombre y una mujer de rodillas cantando y rezando en maya, de espaldas a nosotros y frente a Maximón. La señora ofrecía dinero y el chamán, recitando en maya y quemando incienso, bendecía los billetes y los ponía debajo del brazo de Maximón junto a otros que ya tenía. Permanecimos alucinados 2 ó 3 minutos viendo la ceremonia y salimos. En inglés estaba escrito que era el Maximón de la Cofradía de la Santa Cruz, que el horario de servicios era de 7 de la mañana a 6 de la tarde, y que había que donar 2 quetzales para pagar las velas, el incienso y la marimba. Hay que decir que el Santo es acogido cada año por un miembro de la Cofradía de la Hermandad Católica Maya y que es adorado como se hacía en España, en los años cincuenta del pasado siglo, con las urnas de las Vírgenes y los Santos.
Al día siguiente tocaba ir a San Pedro La Laguna (40 minutos en lancha), otro pueblo costero del lago. La ida fue prácticamente un "tour del lago", de esos que tanto gustan publicitar las agencias de viajes ya que fuimos navegando por la costa y recogiendo y dejando turistas en Santa Cruz La Laguna, en la Casa del Mundo de Jaibalito, en Tzununá, en San Marcos La Laguna y en San Juan La Laguna. Bajamos de la lancha en este último pueblo, el más limpio y mejor cuidado de todos (las paredes de sus casas están pintadas con murales de tema indígena para decorarlas mejor), y entramos en algunas tiendas de sus laboriosos artesanos y pintores nativos.
Es, sin duda, aquí en el altiplano donde más arraigada está la cultura indígena. En una de estas tiendas nos dijeron que su Municipalidad la llevan en plan cooperativa y que todo el pueblo está involucrado ahora en "impulsar y apoyar el desarrollo sanjuanero". Vimos, de nuevo, desde lo alto del pueblo cómo el lago está en un cráter enorme de un volcán que explotó hace miles de años y en cuyo fondo unos buceadores canadienses encontraron hace años ruinas mayas (que están en no sé qué museo).
Desde San Juan nos fuimos andando el kilómetro que separa esta ciudad de San Pedro La Laguna y aquí, después de pasear por el pueblo otro rato, volvimos a Panajachel.
La actividad más interesante en San Pedro es subir al volcán pero es una ascensión dura (llegas hasta la cima) en la que tardas unas 5 horas a través del bosque. Sales a las 6 de la mañana y vuelves a las 5 de la tarde. Ni que decir tiene que todavía nos lo estamos pensando pero, por si alguien se atreve mientras tanto, el precio es de $50 dólares por persona.
El domingo 3 de febrero era día de mercado en Chichicastenango, así que nos fuimos a ver su famoso y colorido mercado conocido como "El Telar del Arco Iris" y que es el mayor de Guatemala al aire libre. "¡Compra algo amigo, mejor precio!" es el grito de guerra de los vendedores en cuanto ven a un turista. El mercado ocupa no sólo la plaza central sino un montón de calles paralelas. A un lado de la plaza está la increíble iglesia de Santo Tomás, que es en sí misma un espectáculo mayor que el mismísimo mercado. Las escaleras de la iglesia, en forma piramidal, están abarrotadas de gente quemando incienso y botando incensarios (unas rudimentarias latas).
Ya dentro de la iglesia hay tal cantidad de humo que casi, por momentos, no puedes ver el interior, donde hay un montón de velas encendidas tanto en mesas como en el suelo. La iglesia es oficialmente católica (había una Custodia en el altar mayor) pero sirve también para rituales mayas. Vimos 7 bellos retablos barrocos ennegrecidos por el humo a lo largo de los años y con sus pinturas irreconocibles. También, tres santos vestidos como reyes mayas y, enfrente, la Virgen de los Dolores y un Jesús Nazareno dentro de una vitrina piramidal. Y, al lado, otra vitrina con vírgenes, santos, reyes mayas y dos ángeles a cada lado a los que, se supone, les han sacado el corazón ya que tienen un agujero rojo encima del pecho. También había, en el suelo de la iglesia, ofrendas de maíz y de flores, y a varios fieles mayas arrodillados delante del altar hablando en voz alta o leyendo algo de un cuaderno.
¡Lástima que no tengamos prueba gráfica de toda esta peculiar mezcla católico-maya porque no se permite hacer fotos dentro de la iglesia y ya hay allí, nada más entrar, dos guardias para recordárselo a los turistas!
Enfrente de esta iglesia y, al otro lado de la plaza y del mercado, hay otra iglesia más modesta, con un solo retablo, nada de incienso y muy poquitas velas. Es la iglesia de la Hermandad del Calvario del Señor Sepultado. En fin, por aquí son así. Y no me olvido del singular cementerio de "Chichi", que vimos de lejos, con todas sus tumbas pintadas de colores primarios (azules, verdes, amarillos, rojos...). Seguro que hay fotos en internet.
Nos faltaba ir a San Marcos La Laguna, sin duda el más bello pueblito costero del lago, y por eso lo dejamos para el final. Así que allá nos fuimos en otra lancha (¡la última!). San Marcos se ha convertido en un imán para los neo-hippies del siglo XXI. Abundan los lugares (desde el puerto y hasta la plaza del pueblo) con clases de yoga, kinesiología, rituales tántricos, reiki, hipnoterapia, centros holísticos, etc., además de hostales, restaurantes y tiendas. Toda la gente es muy amable y no hay calles -son más bien senderos- por lo que no hay ni siquiera "tuc-tucs" hasta llegar al final del pueblo. En fin, naturaleza, tranquilidad y toda la "energía espiritual" que seas capaz de buscar. Pero nuestra idea al venir aquí era también subir a Santa Clara La Laguna, el pueblo a mayor altura de la cordillera que rodea el lago, y ver éste desde allí. No resultó fácil. En un tuc-tuc "Made in India", como todos los que hay por aquí, subimos hasta San Pablo (a 3 km) y desde allí, en un "picop" hasta Santa Clara (unos 7 km más arriba). En esta ciudad no encontramos nada interesante, así que preguntamos por "los Miradores del Lago". Los lugareños nos miraban desconcertados hasta que un policía de tráfico que apareció por allí nos indicó el camino: "suban hasta allá arriba y luego a la derecha, en la carretera". Caminamos una media hora bajo un sol tórrido (ya serían más de las 12) hasta llegar a la carretera, que resultó ser la misma por la que habíamos subido. Bajamos, y preguntando, encontramos al final el "mirador", que de mirador no tenía nada.
En una de las curvas había un ensanche de tierra que, un metro más adelante, se abría a una pequeña esplanada llena de porquería y plásticos, y con dos pedruscos enormes. Nos subimos a ellos y, ¡ooh maravilla de las maravillas!, allí teníamos a todo el lago Atitlán a nuestros pies y a los tres imponentes volcanes. Deberíamos estar a unos 2.500 m de altitud (el San Pedro tiene 3.000). Los volcanes enfrente de nosotros, los pueblos de San Pedro y San Juan a la derecha (Santiago no se divisaba porque está en un brazo del lago al otro lado del volcán), y San Marcos, Santa Cruz y hasta "Pana" a la derecha y a lo lejos. ¡Oooh, madre mía, qué belleza! Allí nos quedamos extasiados y haciendo fotitos hasta que el hambre nos recordó la hora. Bajamos al borde de la infame carretera y paramos el primer vehículo que nos llevó de vuelta al embarcadero. Hay que decir también que las vistas de pie en los "picops" son extraordinarias. Ves subiendo, subiendo o bajando, bajando curva tras curva panoramas majestuosos.
Así nos despedimos del lago. ¡Atitlán, mon amour!, fue fantástico mientras duró.
Ah, y si alguien está pensando en retirarse y vivir aquí, que preste atención: "Casa de 2 dormitorios y 1 estudio al borde del lago, ideal para jubilados o como inversión, 325.000 dólares negociables" o "parcelas a $55.000 también negociables" en www.atitlanrealestate.com. Vamos, casi como en España.
De Panajachel nos fuimos a Quetzaltenango, conocida como Xela. Menos mal que encontramos una buena casa de huéspedes familiar regida por una pareja holandesa porque Xela nos pareció la típica gran ciudad a evitar. Es la segunda más grande del país después de la capital y está a 2.335 m. de altitud, lo que significa que te falta aire para respirar y que la contaminación del tráfico es horrorosa y te marea. Además, la ciudad carece de interés: una catedral típica y tópica, un parque central con pretensiones neoclasicas parisinas, dos mercados enormes y una terminal (Minerva) aún más horrorosa que la ciudad. Y su decadencia es evidente. Xela era una ciudad próspera a finales del XIX debido al auge y al comercio del café pero el terremoto y las erupciones volcánicas del Santa María en 1902 acabó con todo ello. Las grandes casas coloniales vacías y sin restaurar que te encuentras al pasear por la ciudad son buena prueba de ello.
Lo interesante en Xela está pues fuera de la ciudad, por lo que nos fuimos "de bureo" a hacer unas cuantas excursiones.
Un día, a San Andrés Xecul, a ver su famosa iglesia. La más extraña y "bizarra" de todas, con sus ángeles, flores, sarmientos ascendentes, tigres y monos en su increíble fachada pintada de color amarillo intenso y, dentro, cristos enanos crucificados con coronas mayas, largos cabellos hasta la cintura y túnicas de medio cuerpo, santos en tecnicolor, un altar coronado por la Santísima Trinidad y, debajo, un "Pescador de Hombres" con letras blancas iluminadas. Recordad venir por la tarde, que es cuando el sol da en la fachada y la ilumina en todo su esplendor. Subimos también, montaña arriba, ¡y bien empinada que estaba!, hasta El Calvario, una ermita más pequeña en la falda de la montaña, decorada con los mismos temas y de idéntico color amarillo intenso. Al lado vimos a dos personas, en un montículo, haciendo un ritual maya, quemando troncos y ramas, y rezando arrodilladas ante tres cruces y tres cuevas, sobre lo que fuera un antiguo cementerio maya.
Al día siguiente, y para compensar, nos fuimos a bañarnos en las más bellas fuentes termales guatemaltecas: Fuentes Georginas. En la parte de arriba hay 3 piscinas, con agua de menos a más caliente, y bajando por un "sendero ecológico" otras dos piscinitas. En todas nos metimos hasta salir "cangrejos total" pero ¡qué delicia!, igual que en los "onsen" japoneses. El paraje es selvático: manantiales de agua caliente sulfúrica rodeados de tupida vegetación tropical en plena montaña. Para llegar hasta allí fuimos en bus hasta Zunil para ver su linda iglesia y el altar, cruz y santo de plata, y después esperar un "picop" o regatear el precio con un taxista. Apalabramos uno de éstos que nos subió, y nos bajó 3 horas después, acompañados de otra pareja española de nuestra edad. El precio de entrada a Fuentes Georginas se ha triplicado en 4 años. Nos contó el taxista que la concesión del "spa" la tiene ahora ¡¡un diputado del lugar!! y ¡claro! lo primero que hizo fue subir el precio a extranjeros y nacionales (que pagan la mitad).
El tercer día nos dirigimos, en una excursión programada por Adrenalina Tours, al Mirador Santiaguito. Salimos a las 5 de la mañana, nos llevaron durante media hora en una furgoneta hasta Llanos del Pinal y allí, con linternas, "arriba, arriba, arribita, a subir por la montañita". Tardamos dos horas en llegar a La Meseta, subiendo de 2.500 a 2.900 metros. Ya había amanecido y, gracias a Dios, a partir de entonces toda la caminata fue por senderos llanos buscando la cara sur del volcán Santa María. Serían las 7 y media cuando alcanzamos el Mirador. Delante nuestra teníamos todo un espectáculo: a la izquierda, el imponente Santa María (de 3.772 m) y enfrente el activo volcán Santiaguito (2.800 m) junto a una extraña formación volcánica de varias crestas de media luna. Divisábamos además el enorme valle, el río en el fondo del volcán y las cordilleras alrededor. Nos paramos a tomar un "tentenpié" y nos sentamos a esperar las explosiones del Santiaguito. Hacía frío porque el Santa María nos tapaba el sol que ya veíamos enseñorearse por todo el valle de la derecha.
De repente, ¡brrroooom! un buen trueno y una explosión. ¡Ay vaaa, oooh! Se formó una nube blanca que ascendió, ascendió y se desplazó hacia la derecha. Esperamos más, salió el sol, las fumarolas del Santiaguito en el cráter y en las laderas hacían presagiar nuevas explosiones (según el guía hay una cada media hora) y ¡booom! otra explosión más grande todavía. Nos quedamos allí dos horas más y vimos unas cuantas erupciones más. El guía nos contó que, en la famosa explosión del Santa María en 1902, se abrió una chimenea en un lateral y se formó el Santiaguito que, cada 50 años, se va desplazando hacia la izquierda. También nos dijo que la excursión continúa (si así se contrata) hasta el cráter que veíamos enfrente, justo en medio de la formación volcánica, y que allí pasan la noche los turistas. Y sí, mientras esperábamos en el Mirador comiendo nuestras frutas, bocatas y demás, llegó una joven pareja con guía que iba justamente a pasar la noche en el cráter. ¡Qué grande es ser joven!
Ni que decir tiene que también se puede subir al Santa María. Dura medio día, cuesta $25, se sale también a las 5 de la mañana y la empinada y dura ascensión dura 4 horas. Eso sí, nos aseguraron que, en la cima, las vistas del Altiplano y de la Costa del Pacífico son espectaculares. Y no digamos nada de las explosiones del Santiaguito cada media hora desde allí. A ver si algún día lo vemos por televisión.
Y faltaba la laguna: la sagrada y misteriosa Laguna Chicabal. Allí nos fuimos con otras dos cooperantes españolas (Agur y Bea) y sus tres "cuates" guatemaltecos. Salimos a las 8, cogimos una furgoneta hasta la terminal Minerva, otra a San Juan y otra a San Martín Chiliverde. Desde aquí subimos en un "picop" particular (éramos siete y el precio se pudo abaratar mucho) hasta Laguna Seca, donde pagamos la entrada al parque. Subimos el kilómetro y medio que nos separaba hasta el Mirador (los jóvenes andando y nosotros en otro "picop") pero ¡oh catástrofe! la niebla lo invadía todo y la laguna se mostraba invisible. Descansamos, y bajamos hasta la laguna por los agotadores 615 peldaños que hay. Allí nos quedamos desilusionados porque la intensa niebla nos impedía ver nada. Esperamos. El señor que estaba en el Mirador nos había dicho que normalmente hacia la una de la tarde la niebla desaparecía durante breves minutos y era posible verlo todo.
Faltaba poco para esa hora. Sacamos los plátanos y las rosquillas y esperamos y esperamos charlando hasta que ¡oooh maravilla! la niebla se diluyó y la "Mágica Laguna Chicabal" (Chi: dulce, ca: agua y bal: lluvia) formada en el crater del volcán se nos apareció, pequeña ella, allí delante de nuestros ojos, en todo su esplendor. Poco duró el milagro, lo que aprovechamos para pasear bordeando la laguna y viendo los altares mayas erigidos en sus riberas dado que la laguna es el "Centro de la Cosmovisión Maya Mam". Tocaba ahora subir los 615 escalones y repetir las "operaciones motorizadas" de la subida, pero al revés. Llegamos al hostal sobre las 5 de la tarde después de haber "disfrutado de la belleza de la laguna", como rezaba uno de sus cartelones a la entrada.
Hoy toca descansar, hacer la colada y enviaros esto. Mañana estaremos ya de nuevo en Méjico.
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