Julia
Sáez-Angulo
El
libro Los ritos de los sentidos es la
antología de poesía árabe de los siglos XX y XXI, seleccionada y traducida por
Jaouad Elouafi, Bahi Takkouche, Manuela Palaciós y Arturo Casas. La ilustración
del mismo es la caligrafía de Hachemi Mokrane. EL libro, bilingüe en árabe y
español, ha sido publicado por la
editorial Cantarabía, dirigida por Carmen Ruiz Bravo.
En la
introducción suscritas por los antólogos y traductores se explica que “Los ritos de los sentidos es una
selección de poesía árabe sobre el cuerpo y la cultura que lo arropa, lo
engalana, lo circunscribe o lo oculta, Los cuerpos que habitan estos poemas
gozan y sufren, ansían el roce de otros cuerpos o bien la unión con un espíritu
trascendente”.
“A i
amado no lo iguala amado alguno,/ en mi corazón no hay sitio para otro./Mi
amado se ausenta de mi vida y presencia/ aunque de mi corazón jamás se aleja”,
dicen los primeros versos del poemario.
“El
poemario, con versos de los siglos XX y XXI en el rico y vasto contexto de la
literatura árabe, incorpora varias muestras de la literatura sufí a partir del
siglo VIII. La lírica sufí ilustra un tratamiento del amor que, para trascender
el cuerpo, ha de delimitarlo primero. La poesía árabe custodia el pensamiento y
la voluntad de su pueblo, conciliando su cautivadora dimensión estética con
otros empeños de índoles social, emocional y espiritual”, se explica en la
introducción.
“Esta
es Damasco, estos la copa y el vino./ Amo y algunos amores degüellan./ Soy el
damasceno y si abriera mi cuerpo/ brotarían de dentro racimos y manzanas./Si el
cuchillo hendiera mis venas/ oiríais la voz de los ausentes en la sangre./
Trasplantar el corazón sana a ciertos amantes/ más para el mío –si amase- no
hallaría cirujano.”, dice el poema de Nizar Qabbani.
La
musicalidad y cadencia de sus versos van acompañadas, por los ritmos
caligráficos que Hachemi Mokrane puso a dialogar con cada poema, lustrándolo
con una de sus palabras primordiales.
“Se
fue sin que ninguna mejilla palideciese por ella ni temblase labio alguno./ Las
puertas no escucharon la historia de su muerte una y otra vez, nadie corrió
cortinas en las ventana,/ derramando tristeza y dolor, para acompañar con la
mirada el ataúd hasta perderlo de vista. (…), dice el poema Elegía a una mujer corriente de Názik
Al-Malaika.
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