Julia
Sáez-Angulo
Fuga Mundi, la autora Mar Gómez Glez, es la última obra dramática de en el Teatro Guindalera, que ha anunciado su cierre hasta que cambien las
difíciles condiciones en que se han movido en los últimos tiempos. La última función del Teatro Guindalera
como sala de programación será el próximo 17 de julio. Hasta ese día, Fuga mundi estará en cartel los
jueves, viernes y sábados, a las 21h. y los domingos, a las 20h.
Juan
Pastor Millet, director, dice en la carta: El Teatro Guindalera nació como
centro de creación teatral con la voluntad de ser un servicio público, un
servicio público para la ciudad de Madrid, con un espacio físico para la
creación y difusión de sus producciones. Durante estos trece años y en ese espacio
concreto hemos intentado crear un estilo propio, con unas características específicas,
que son el sello de nuestras producciones.
Como “verso suelto” que somos en la
profesión, hemos buscado la independencia, la dignidad artística, técnica y laboral,
así como el equilibrio entre lo que nos interesa a nosotros y a nuestra
sociedad, entre la elección de textos sólidos y el deseo de renovación, además
del entretenimiento y la búsqueda de temas que hablen de la condición humana y
planteen nuevos interrogantes sobre el ser humano en el universo.
Nos interesa fundamentalmente el actor
como centro de la experiencia teatral y sus procesos creativos, al tiempo que
nos alejamos del “efecto teatral”, en la búsqueda de la esencia del arte
escénico. Buscamos la magia del juego sin estridencias circenses ni trucos
escondidos bajo la manga. En nuestros montajes damos prioridad a la cercanía
con el espectador, que siente la proximidad de las emociones desnudas de nuestros
actores.
La sala, situada en el número 20 de la
calle Martínez Izquierdo, fundamentalmente ha sido ese espacio físico que ha
propiciado que el proyecto se desarrollara adecuadamente; un lugar donde poder
elaborar y mostrar nuestra propia producción teatral, enriquecida con la
aportación de otros espectáculos cercanos a nuestra forma de concebir el arte
escénico. De esta forma, el Teatro Guindalera se ha convertido con los años en
un espacio de culto con un público fiel, en un referente por la calidad artística
y por su modelo de gestión independiente (se paga un precio muy alto por la independencia),
en algo que, como servicio público muy localizable, sin los presupuestos de los
teatros “oficiales”, enriquece a la sociedad a la que pertenecemos.
Es también un lugar que, por sus
características, propicia intimidad y cercanía –que se amplía con el licor de
guindas que comparten espectadores y actores en al hall al final del
espectáculo, como excusa para intercambiar comentarios sobre la obra, o en pequeños
debates programados–.
Sin embargo, después de remontar muchas
situaciones críticas -que nos llevaban durante varios años a un posible
cierre-, nos vemos finalmente en la obligación, definitivamente, de cerrar la
sala como centro de exhibición, por la única razón de una total imposibilidad
económica para su mantenimiento.
El Teatro Guindalera se convierte así en
un lugar donde únicamente se ensayarán nuestros espectáculos -que deberán
exhibirse en otros teatros-, o se llevarán a cabo otros proyectos de
investigación teatral. No podemos seguir manteniéndonos como sala de teatro con
una programación estable. Es verdad que una posible solución para evitar el
cierre sería la de renunciar al centro de creación para convertirnos en sala multiprogramación,
programando incluso varios espectáculos diarios o exigiendo un porcentaje
superior a las compañías. Pero, por razones que nos alejan de nuestros objetivos
anteriormente expuestos o, simplemente, por dignidad profesional, nos negamos a
ello. No buscamos la supervivencia a través de un servicio comercial.
Por tanto, después de muchos años
buscando soluciones cada vez mas ingeniosas, llega el momento en el que en la
balanza pesa más la desesperación del presente (el 21% del IVA es solo un matiz
más) que la esperanza de un futuro mejor -en el que siempre habíamos creído-,
especialmente porque llegamos a la conclusión de que nuestras administraciones
no sólo son incapaces, sino que no tienen interés en proyectos como el nuestro.
Hay que añadir que las instituciones
apenas ayudan a las salas de creación, pero se vuelcan con festivales que todo
el mundo difunde y de los que se sienten muy orgullosos (FRINGE, TALENT,
SURGE...), que no miran por la calidad de la programación ni por la
profesionalidad o legalidad de las personas que participan.
¡Nadie premia ni destaca que los artistas
estén contratados! La cuestión es ganar dinero o servir de imagen, y no crear
un proyecto de calidad y un equipo de trabajo estable... Por otro lado, el
teatro profesional tiene que ser cosa de profesionales con la estabilidad
necesaria para su desarrollo profesional, y si no están al servicio de las
necesidades del mercado, mejor.
Debemos agradecer a todos los ángeles que
han desfilado por Guindalera, que han sido multitud, espectadores,
colaboradores, artistas y, porqué no, a algún demonio que quiso hacernos daño
-aprovechándose de nuestra ingenuidad-, pero que nos abrió los ojos un poco más
a la realidad. Nos vamos con la alegría y satisfacción de haber
sido fieles a nuestros postulados y con
la tristeza de comprobar que el país no puede permitirse proyectos como el de
GUINDALERA o, simplemente, no le interesan.
¡Ojo! Tenemos que cerrar la sala, ¡pero
Guindalera seguirá dando que hablar en sus producciones! Seguimos con nuestro
montaje de Tres hermanas de Chéjov que en octubre iniciará su gira, y en
noviembre El año del pensamiento mágico estará programado en el Teatro de la
Abadía.
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