Del 28 de junio al 2 de octubre de 2016 (Entrada gratuita)
“Hortus conclusus soror mea, sponsa
hortus conclusus, fons signatus”
Eres huerto cerrado hermana y novia mía
huerto cerrado, fuente sellada
(Cantar de los Cantares, IV 12)
L.M.A.
El Museo Thyssen-Bornemisza presenta una nueva instalación temática con obras de sus
colecciones, en esta ocasión, en torno a la figura literaria del hortus conclusus; una selección
de doce obras que muestran el eco de esta imagen en la pintura europea desde la Edad Media
hasta el siglo XX.
La expresión Hortus conclusus aparece en el Cantar de los Cantares evocando al Edén,
un jardín idílico, cerrado, creado por Dios para el hombre, del que posteriormente sería
expulsado. El deseo de recuperar ese paraíso perdido fue el que impulsó su carácter poético y
lo que le hizo perdurar a lo largo del tiempo. Desde las primeras representaciones medievales,
basadas en la interpretación cristiana del relato bíblico, hasta la diversidad de tendencias
artísticas del siglo XX, esta figura se ha ido revelando bajo diferentes facetas: las
representaciones del Paraíso en el arte religioso, la pintura de jardines, que encontró su punto
álgido en el siglo XIX con pintores como Monet, o la diversidad de bodegones que
encontramos a lo largo de la historia de la pintura, tienen en común esa reminiscencia del
jardín cerrado original, del Paraíso perdido.
La selección de obras empieza con La Virgen y el Niño en el Hortus Conclusus (c. 1410),
de un autor anónimo alemán del siglo XV, que muestra la interpretación cristiana del Cantar de
Imágenes, de izquierda a derecha:
Hans Memling. Florero, c. 1485; Pierre-Auguste Renoir, Mujer con sombrilla en un
jardín, 1875; Georgia O’Keffee. Lirio blanco nº 7.
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
los Cantares representando a Cristo y a su Madre en un jardín
vallado y rodeados por la fuente sellada mencionada en el
poema y otras imágenes que simbolizan la virginidad de María y
su papel como madre del Redentor, y continúa con Florero (c.
1485) de Hans Memling, en el que las especies representadas
tienen una evidente simbología religiosa: los lirios aluden a la
pureza de la Virgen y los iris morados son símbolo del dolor por
la muerte de Jesús; el jarrón, en el que aparece inscrito el
monograma de Jesús, se convertiría así en una metonimia
cifrada del jardín cerrado.
A partir del siglo XVI, el creciente
interés científico por las especies exóticas, tanto vegetales
como animales, y por la observación de la naturaleza, provocó
un cambio de gusto artístico que se pone de manifiesto en
obras como El Jardín del Edén (1610-1612), de Jan Brueghel el
viejo, en el que flores y plantas mantienen el simbolismo
religioso pero en el que se empieza a evidenciar ese deseo de
explorar la naturaleza y sus formas; curiosidad científica que
vemos también en los bodegones de la época como Vaso chino con flores, conchas e insectos
(c. 1609) de Ambrosius Bosschaert I o Jarrón con flores y dos manojos de espárragos (c. 1650)
de Jan Fyt.
La temática del hortus conclusus se mantuvo latente en el
denominado género de jardines, que alcanzó su máximo
protagonismo con la llegada del impresionismo, en el
siglo XIX. Fue a partir de 1880 cuando algunos artistas
dejaron de interesarse por la vida moderna para centrar
su atención en la pintura por la pintura. En este contexto
surgió la pasión por la jardinería, impulsada
fundamentalmente por Gustave Caillebotte -a quien el
Museo dedica este verano una exposición-, y llevada al
máximo exponente por Claude Monet, quien construyó
un amplio jardín que él mismo cuidaba y representaba en
sus cuadros, como en La casa entre las rosas (1925). En
este proceso, el jardín acabó convirtiéndose en metáfora
de la pintura: cultivarlo era como cultivar la pintura
misma.
Fueron muchos los artistas que siguieron las
huellas de Monet, entre ellos, el norteamericano Carl
Frieseke cuyo cuadro Malvarrosas, pintado también en su
jardín, se incluye igualmente en esta selección junto a Mujer con sombrilla en un jardín (1875)
de Renoir o Tarde de verano (1903) de Emil Nolde, que nos remiten todos ellos a la imagen del
paraíso cerrado.
Las últimas obras reunidas en la instalación ofrecen una idea de la diversidad de caminos e
interpretaciones respecto al jardín y a su representación a lo largo del siglo XX, desde los
Girasoles resplandecientes (1936), también de Emil Nolde -un ejemplo más de flores cultivadas
Anónimo alemán. La Virgen y el Niño
en el Hortus Conclusus, c.1410.
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Claude Monet. La casa entre las rosas, 1925.
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en
depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza
de Madrid.
por el propio pintor convertidas en motivo del cuadro y del jardín como metáfora de la
pintura-, hasta Flor-concha (1927) de Max Ernst que, aunque puede considerarse un homenaje
a la pintura neerlandesa de flores y conchas del XVII, un concentrado de pintura pura, el
componente azaroso de la técnica utilizada (grattage) la convierte en todo lo contrario.
Por
último, Lirio blanco (1957) de Georgia O’Keeffe, interpretada a pesar de su autora como una
exaltación del órgano genital femenino; la novia del Cantar de los Cantares en toda su
luminosidad deslumbrante.
FICHA DE LA EXPOSICIÓN E INFORMACIÓN PRÁCTICA
Título: Hortus Conclusus
Fechas: Del 28 de junio al 2 de octubre de 2016
Organiza: Museo Thyssen-Bornemisza
Comisario: Tomás Llorens
Coordinación: Laura Andrada
Número de obras: 12
Horario: Lunes, de 12.00 a 16.00 horas; de martes a domingos, de 10.00 a 19.00 horas.
Lugar: Balcón-mirador de la primera planta. Museo Thyssen-Bornemisza, Paseo del Prado, 8.
Madrid.
Acceso gratuito
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