L.M.A.
El
tema de la emancipación de la mujer en el siglo XIX fue cierta constante en la
literatura, cuando los escritores veían a mujeres enclaustradas en el hogar,
bajo la tutela de padres, madres, abuelas, tíos o tutores. Solo la liberación
por un oficio, un empleo o un trabajo era la salida y no era fácil que la obuvieran porque necesitaban permiso y para muchos varones era una deshonra que "sus hembras" trabajaran, aunque en casa hubiera necesidades. La libertad económica es
la que lleva de manera directa a una mujer a ser libre sin sujeción bajo la férula, o
lo que es peor, a la “protección” masculina.
El
Teatro Fernán Gómez de Madrid presenta una versión dramática de la obra Tristana ´por
Eduardo Galán y Alberto Castrillo-Ferrere interpretada por Olivia Molina-, que
junto con Fortunata y Jacinta constituyen
lo mejor de la literatura galdosiana.
Cuando
se dice que el hombre piensa de cintura para abajo, las más de las veces, se refieren las mujeres a que piensan con el bolsillo y la cartera, más
que con el sexo, como a bote pronto pudiera pensarse. La mujer, de acuerdo con
una supuesta “legislación proteccionista” ha estado bajo la administración
económica del hombre durante siglos, porque el Derecho la consideraba una menor.
Se
legislaba en definitiva para la economía del hombre y no de la mujer, que
necesitaba permiso paterno o marital para administrar sus propios bienes o
enajenarlos, amén del mismo para poder trabajar fuera de casa con sueldo
remunerado. Con estas leyes, el hombre
controlaba la espita de liberación de la mujer, de emancipación posible y de
ello ha dado cuenta la literatura con casos dramáticos y terribles.
Tristana
es una mujer inteligente y dispuesta, tiene facilidades para los idiomas, se le
da bien el coser bien, el pintar y la repostería –según el libro de Galdós-, podría
muy bien ganarse la vida como ella quería, pero no se le facilitaban las cosas,
en la novela, porque el tutor deviene seductor y se la beneficia sexualmente,
en otros casos, porque se aplica sin más el dicho de "a la mujer, la pata
quebrada y en casa”, nunca mejor dicho en el caso de Tristana, que acaba coja
de una pierna.
Los Parlamentos,
que han pedido perdón a ciertos pueblos o colectivos como los judíos o los
armenios, han de hacerlo a las mujeres, la mitad de la humanidad, porque desde
el Código napoleónico se ha legislado contra ellas, como seres humanos de orden
inferior, o segundo sexo como diría Simonne de Beauvoir. Esa situación llevó a
muchas mujeres a verdaderos casos de sometimiento y esclavitud, de situación
bloqueada en su liberación junto a un p adre posesivo o a un marido, celoso, cruel o violento.
La novela
y, por ende, la obra de teatro representada en el Fernán Gómez, acaba con la
transacción del matrimonio, algo que Tristana no quiere, no desea, pero es lo “conveniente”
para ambos, ante la dependencia económica de ambos ante los otros, ajenos incluso a la
pareja.
El
hombre y la mujer son seres “oeconomicus” y necesitan ingresos para subsistir.
Ahí, y no en otra razón, radica la verdadera independencia y liberación de la
mujer, lo demás es casi una “trata de personas” o romanticismos contrarios a la realidad.
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