Julia
Sáez-Angulo
En busca del silencio. La actuación plena en
un mundo ruidoso, de Adam Ford es un libro publicado por la editorial
Siruela, traducido del inglés por Eva Cruz. Y
La magia del silencio es otro
libro, publicado por la editorial Planeta que, bajo la etiqueta de monja
budista zen, Kankyo Tannier, escribe este libro. Como ella misma aclara, es una
monja 2.0 que se encarga de gestionar su blog, así como de las redes sociales
del monasterio, y de otras asociaciones budistas.
“El
placer del silencio tiene que ser una de las experiencias más democráticas que
existen: está a disposición de cualquiera en este mundo ruidoso, ya sea joven
o viejo, rico o pobre, religioso o laico”, se dice en la introducción al libro En busca del silencio. “El silencio
siempre está ahí, rondándonos
calladamente, en la trastienda de nuestras vidas, esperando a que lo disfrutemos. Puede servir de consuelo
en momentos de ansiedad y ayudarnos a regenerar el espíritu; también puede ser
fuente de una gran energía creativa, como han descubierto artistas y escritores
de todos los tiempos”.
Los
títulos de los capítulos de En busca del
silencio son: Buscando el silencio, Silencio profundo, El lado oscuro del
silencio, El mundo natural, El extraño atractivo del monasterio y Lidiar con el
cuerpo.
El silencio de las palabras
Por su parte, Kankyo Tannier, en un
apartado de La magia del silencio, dice con
una elocuente frase de Nicolas de Chamfort «de entre todos aquellos que no
tienen nada que decir, los más agradables son los que guardan silencio».
La
autora nos habla de las palabras que no llegan a pronunciarse y siguen
desfilando en el interior de la cabeza, ya el cerebro continúa funcionando y emitiendo ideas, pensamientos y otras
reflexiones. Desde la más tierna infancia, estamos acostumbrados a nombrar las
cosas que vemos, nos permite comunicarnos y hacernos entender.
Asimismo, da unos contornos tranquilizadores a la vida: al nombrarlo, demostramos la existencia de tal o cual objeto, al mismo tiempo que delimitamos el entorno. Algunos de los consejos que la autora nos brinda para desactivar la vocecilla interior, son detectarla, bajar su volumen o deslocalizarla.
Asimismo, da unos contornos tranquilizadores a la vida: al nombrarlo, demostramos la existencia de tal o cual objeto, al mismo tiempo que delimitamos el entorno. Algunos de los consejos que la autora nos brinda para desactivar la vocecilla interior, son detectarla, bajar su volumen o deslocalizarla.
El silencio del cuerpo
En muchas ocasiones no somos
conscientes de la importancia del cuerpo, no desde una visión estética, desde
la certeza de que está en estrecho contacto con la realidad. De manera
completamente pragmática, el cuerpo respira, digiere, resuena y experimenta
emociones. El cuerpo y las emociones, pues, están estrechamente ligados.
Apartarse del cuerpo permite rehuir cualquier emoción negativa y permanecer en
la superficie de las cosas. De ahí la existencia de los males psicosomáticos
que a menudo se tratan de una situación de estrés prolongada, de una tristeza
sin expresar o de un malestar cotidiano. Esto puede desembocar en una
hipertensión crónica, una úlcera de estómago o un eczema recurrente. Son signos
de una emoción no escuchada, que intenta expresarse a toda costa. La emoción
acaba encontrando el cuerpo, que, lejos de callarse o de guardar silencio,
utiliza entonces toda su inteligencia intuitiva para transmitir el mensaje.
Patalea, reacciona y grita a su manera para que actúes. En cierto modo, el
cuerpo rompe su estado de silencio natural, su armonía original, con el fin de
enviarle al cerebro una petición de cambio.
“Pero,
a menudo, el ser humano está desvalido para tratar esa clase de requerimiento.
En la escuela no ha aprendido a gestionar las emociones, no sabe cómo funcionan
los pensamientos, teme derrumbarse y prefiere aislarse de las sensaciones por
medio de todas las escapatorias que le ofrece la sociedad moderna. Es el reino
de la bulimia, de las adicciones y otros paliativos que permiten aislarse de
las emociones que nos desbordan. El cuerpo es olvidado por un reflejo de pura supervivencia,
porque no se sabe hacer de otro modo”, aclara Kankyo Tannier.
Uno
de los ejercicios que la autora nos propone para volver a activar nuestra
presencia corporal es sentarnos en silencio y tomar conciencia de las emociones
que sentimos en el cuerpo. Permanecer en la simple observación de lo que
ocurre, por medio de una actitud interior de acogida ilimitada. Observarlo
todo, como si fuéramos un gran espejo curioso, y dejar que todo desaparezca tan
deprisa como ha aparecido. Eso es el amor incondicional, la capacidad de
aceptar todo lo que constituye el ser humano en su totalidad. Una vez que
hayamos sentido esa emoción amorosa tan tierna por ti mismo, podrás envolver a
los demás con tu calor humano, de manera muy discreta, rebosando de alegría y contagiándola
a tu alrededor.
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