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Frutos María en el taller
Julia Sáez-Angulo
17/11/19 .- Alicante .- Tiene su
casa/estudio junto al Campo de Golf de Alicante. La construyó sobre una antigua
huerta de las afueras, respetando el estilo de casa-torreón que caracterizaba
el paisaje, hoy completamente urbanizado. Allí está también su gran almacén de
piezas, más de mil en su catalogación, que dan fe de su creatividad artística
donde conjunta los materiales más diversos que van desde el hormigón, al
hierro, acero, plomo, textiles, redes y maderas rescatadas del mar, que
oportunamente tratadas conforman una presencia singular y artística dentro de
las obras.
Frutos María Martínez (Hontoria de los
Arados. Burgos, 1949), residente en Alicante, acaba de inaugurar una exposición
en el Museo de Universidad de Alicante, MUA, titulada Acero y pecios del mar, en
la que muestra casi medio centenar de obras en los distintos materiales que el
escultor trabaja. “Hoy en día se desechan materiales buenos y se utilizan
materiales inferiores como cartones prensados, conglomerados.. y otros”,
explica el escultor, que recorre la costa levantina y recoge las ofrendas del
mar como un tesoro con toda su significación simbólica. Nueva vida tituló una de sus exposiciones en 2017. El reciclaje como técnica y actitud de rescate, desde sus estudios de Maestría industrial durante su juventud Aranda de Duero, cuando la escultura ya estaba arraigada en su vocación. Sus obras se encuentran hoy en distintas instituciones y colecciones privadas.
La crítica de arte Carmen Valero
escribe en el catálogo de la exposición: “Ya se
le había visto dar una segunda oportunidad a las cosas en su anterior
exposición en el Museo de la Universidad de Alicante, MUA, en 2017, cuando Frutos
María mostró sus vetustas puertas con cerradura, intervenidas de pintura y
expuestas de nuevo a la mirada o a los relieves rectangulares de madera, que
algunos críticos denominaron confesionarios por la oquedad aparente o casi manifiesta
en la superficie de la tabla. Por si quedara alguna duda, los títulos de algunas
piezas lo subrayan: Nueva vida. Obras
de arte que el escultor convoca a la resurrección. Un reciclaje desde el
vertedero al arte, toda una aventura de compasión, piedad y transformación de
la materia. Una metamorfosis pensada, calculada, voluntaria y llevada a efecto.
Una aventura feliz, desde la desventura táctil a la cristalización del arte. Una
visión doble, el antes y el después; una visión dual con distinta
intencionalidad. Como Jano, el dios
bifronte, con cuyo nombre el autor quiso titular la muestra anterior.
El
escultor se nos manifiesta ahora de nuevo como un salvador, un rescatador de la
materia arrojada por el oleaje del mar, la que él recoge, cortocircuita y
manipula. La materia no se crea ni se destruye,
se transforma es todo un principio de la física, desde que lo afirmara con
rotundidad el químico francés Antoine Lavoisier en 1785 y que viene a la memoria, cuando se contemplan las esculturas de Frutos
María.
Maderas,
pigmentos, arenas, resinas... sobre tablas de madera, todo sirve para dar vida a la obra de arte con aire mineral u
orgánico, según los casos. Nueva vida a
unos componentes que solos eran solo materia desechable, mientras que unidos y organizados
generan algo diferente, con significado muy particular en la gestación de la obra
de arte. Un objeto escultórico que es ejercicio plástico, estético, comunicativo,
ante un público abierto y heterogéneo que mirará y reinterpretará su
significado.
Junto
a las pinturas de renovada vida, prácticamente relieves de escultor, Frutos
María ofrece esculturas de metal, de hierro, acero u hormigón –elementos
industriales y constructivos-, que emergen con la fuerza rotunda del arte de la
tercera dimensión, bien sea un “elogio a la Arquitectura, un “brocal” o unos “abrazos” en el aire.
Un poco de
historia escultórica
Recordemos
que la escultura nació en origen como tótem sagrado sin ánimo estético alguno,
según se puso de manifiesto, entre otros estudios, en la exposición Qu´est que ce que la Sculture Moderne (1900
– 1970), celebrada en el Musée National d´Art Moderne – Centre Georges Pompidou
de París en el año 1986, muestra que contó con la obra de algunos artistas
españoles como Jorge Oteiza, quien, en su laboratorio de tizas, se “perdió” en
la Caja vacía como último estadio de
su investigación. Una muestra gigantesca que desbordó el edificio original del
Pompidou y tuvo un segundo ámbito en un hangar a las afueras de la capital de
Francia. Nunca más volvió a hacerse una exposición tan gigantesca en el citado
museo francés, porque los organizadores aprendieron que lo mejor enseña más que lo mucho. Aquel gigantismo de la exposición
había sido contraproducente en los espectadores, que se mostraron fatigados
ante la avalancha inacabable de tanta obra.
A la citada
exposición del Centro Pompidou se sumarían años más tarde, en 2001, la muestra 50 años de Escultura española en el siglo
XX, organizada en el Palacio Real de París y ese mismo año La escultura española del siglo XX, en
la Fundación Banco Santander Central Hispano, BSCH, de Madrid. La reflexión e
indagación sobre la escultura reciente ha sido un hecho y son varios los
estudiosos que opinan que la escultura ha sido mucho más audaz que la pintura
en pasadas y presentes décadas del XX y XXI.
Frente
a la pintura como prima donna de las Bellas
Artes en los museos tradicionales, la escultura ocupaba siempre un segundo
lugar hasta el punto de que el poeta Charles Baudelaire, escritor y crítico de
arte, afirmara aquello de que “la escultura era aquello que dificulta la visión
de la pintura” en los salones de otoño. Tuvieron que ser las vanguardias
históricas de los años 20, con Marcel Duchamp a la cabeza rupturista, las que
pusieran de manifiesto y en valor la escultura moderna –más punta de lanza que
la pintura-, una escultura que dejaba de ser estatua o bulto redondo, para
centrarse sobre todo en el objet d´art, el
objeto artístico, en una sucesión imparable que llegaría a nuestros días y en
la que se inserta con toda autoridad, la escultura de Frutos María.
Las
enseñanzas de Picasso, Miró y Julio González iban a granar con fuerza en una
pléyade de seguidores españoles singulares de posteriores generaciones de
posguerra, como Alberto Sánchez, Pablo Gargallo, Honorio García Condoy, Pablo
Serrano, Ángel Ferrant... amén de los vascos Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Una
saga fecunda y rica. Y en esta línea, sin solución de continuidad, se inscribe
la escultura de Frutos María.
En el
trabajo escultórico del autor que nos ocupa, se advierte una indagación
espacialista, una investigación sobre los materiales elegidos para conjuntarlos
y hacerlos dialogar en su dispar consistencia. El escultor busca presencia y
vacío, volumen y ausencia, ligereza y rotundidad, ocupación y oquedad, dinamismo
y quietud, peso y vuelo al mismo tiempo, dentro de la abstracción o lo que es
lo mismo, de la escultura no imitativa de la realidad, aunque cuente con ella. Corporeidad
y espacialidad. Escultura de cierta verticalidad.
El
escultor experimenta con materiales y con formas en el espacio y, al igual que
Pablo Picasso, más que buscar encuentra la forma definitiva en el proceso de
indagación y trabajo. Cierto espíritu constructivo o constructivista se aloja
en su trabajo, donde no se abandona el trazo revelador identitario de la propia
caligrafía plástica. Geometría y gesto. Apolo y Dionisos. Líneas metálicas que
escriben y dibujan el aire. El autor logra piezas que se prestan muy bien al
monumento o la escultura pública, obras que sugieren, más que dicen; obras
abiertas a la interpretación libre de quien las mira. La escala es fundamental
en la obra tridimensional, porque la escultura ha de adaptarse de modo muy
particular, como contenido, al espacio o continente que la alberga.
La
filosofía de Frutos María va más allá de la indagación de la forma para
adentrarse en el reciclaje y la
reutilización de las tablas de madera arrojadas por el mar, como en una llamada
silenciosa de salvamento, un S.O.S. que pide auxilio para no morir en la
destrucción y el olvido. La materia habla, los despojos del mar gritan y el
escultor va en su auxilio para devolverlos a la vida y proponer una reflexión
sobre la cultura del desecho, la que destruye y abandona la materia. La
creatividad y producción del autor no prescinde de lo que le rodea, sino que se
implica y lo pone de manifiesto. Una visión estética y meta-artística al mismo
tiempo. Una actitud ética. Una llamada de atención hacia la contención y la sobriedad
de la vida, una actitud más racional frente al derroche y el aniquilamiento. Y
una vida nueva en sus obras expuestas.
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