por Aramis López
02.12.19.- Alicante .- El pasado 15 de noviembre se inauguró en la Sala 365 del Museo de la Universidad de Alicante
una exposición con la obra de Frutos María. Entre todas las piezas expuestas llamó mi atención
la que está al final del recorrido, la última, Delfín, es una de las obras que Frutos realiza a partir
de objetos recobrados del mar; recorre puertos y bahías recogiendo objetos que el mar expulsa, los
trata, cuida y les da un contenido artístico, las convierte en arte.
La obra es un gigantesco tronco que ha permanecido mucho tiempo sumergido, tiene una cara
llena de todo tipo de incrustaciones de pequeños moluscos, algas y pequeños seres marinos y otra
suave, aterciopelada por el rozamiento con el fondo marino, esta parte se asemeja al vientre de un
delfín, con esa textura de suavidad que atrae al tacto. La parte con incrustaciones me resulta difícil
de mirar, sufro tripofobia que es aversión a la visión de elementos repetitivos y abultados producto
de una mala percepción de las tres dimensiones, sin embargo, no puedo apartar la vista. El tronco
ha sido tratado, moderado y preparado para su exhibición y para que lo percibamos como una obra
de arte, cuelga y es enmarcado por un bastidor metálico, la pericia del artista lo convierte en un
objeto bello.
La última vez que escribí sobre la obra de Frutos me llamó la atención una pintura a la que yo
atribuí la imagen del dios romano Jano, el ser de las dos caras, principio y fin, y en esta ocasión
también me intriga esa doble cara, por un lado, presenta una parte rugosa y dolorosa a mi visión
y la otra es suave y atrayente.
Frutos y yo somos antagónicos en muchas visiones e ideas, sin embargo, no creo que nunca vaya
a discutir con él, es muy respetuoso conmigo, y yo con él, siempre pienso que es increíble que
podamos hablar con tanta facilidad y cordialidad.
Fui a ver con mi sobrino Leo de seis años la
segunda parte de Maléfica, una producción Disney nada edulcorada, al final se produce una batalla
entre humanos y seres alados, parece que no va a tener ganador, es brutal, en un momento de la
trama algunos de los protagonistas se dan cuenta de que todo el conflicto es provocado por la
perversión de una sola persona, y deciden no continuar luchando, y así se acaba la guerra, ninguna
de las dos partes ganaba nada con la victoria y las dos perdían en la batalla, era tan simple como
parar de luchar. Detener la contienda es simplemente querer parar de luchar. ¿Qué les empujaba
a la lucha? La incomunicación, la imposibilidad de decirse unos a otros, la percepción
distorsionada del otro.
¿Es posible la alteridad? No es sencillo percibir al otro en su complejidad, no es fácil ver las dos
caras de nadie, habitualmente solo apreciamos la que se nos muestra o la que queremos ver.
Volviendo a Delfín, la pieza de Frutos, tiene dos caras contrarias, una rugosa y repulsiva y la otra
suave y seductora, en mi percepción atrofiada miraría mucho más tiempo la que me resulta
dolorosa y mareante, mi fobia me hace prisionero de la autoflagelación que me impone la imagen
degradante.
Mi fobia me obliga a escribir sobre esta obra. Y solo de ella, no es que el resto de la
exposición no tenga interés, ni mucho menos, pero mi vivencia personal de la visita a la exposición
se queda marcada por lo que me hace reflexionar esa última obra vista, y claro que el arte conmueve
y mueve. Es muy probable que tras ver un partido de futbol no tuviese yo la mente tan ocupada
como me sucedió ese día. Y es mucho más probable que cuando regrese a ver de nuevo ese delfín
me sucedan de nuevo pensamientos nuevos.
La palabra tiene su poder en ser escrita, leída y escuchada, la imagen se completa al ser vista y
perdura en nuestra mente, pasa a nuestro espíritu y aunque no lo creamos moldea nuestro cuerpo.
Mi facilidad de comunicación con Frutos creo que viene de su capacidad creadora, de su interés y
persistencia en crear, le importa mucho su obra, le importa que su vida tenga un recoveco siempre
para invertir en hacer, no es una afición es vida.
Vimos la exposición en compañía de Lidó Rico,
otro artista, y por deformación pensamos enseguida en como habríamos montado cada uno de
nosotros las piezas para su exhibición, pero los dos recaímos en la misma obra, y en el dispositivo
que había creado para mostrarla, un marco metálico del que se suspendía el trozo de madera
anudada por hilo de acero, un marco para enmarcar ese paisaje. Para mí la forma perfecta sería
flotando, sin marco ni sujeción.
Frutos me contó que el trabajo de consolidación de la madera la
convertía en eterna, que soportaría el paso del tiempo eternamente, y me fascinó pensar en esa
madera flotando eternamente en el universo, como un asteroide, una pieza eterna que sobreviviría
a cualquier hecatombe, un trozo de madera convertido por un artista en un objeto inalterable, y
pensé en el niño de la película Inteligencia Artificial de Spilberg, creado para amar a sus padres,
un humano artificial también eterno que perduraba más allá de la civilización que lo creó, con
conciencia y con capacidad de amar, pero con esa capacidad ya sin destinatarios.
¿Será cierto que
ese trozo de madera tan bello podrá durar eternamente? ¿incluso cuando no halla ningún humano
capaz de apreciar su belleza? ¿Somos capaces de percibir la belleza de objetos creados bajo
condicionamientos culturales distintos?
Como decía nada de esto se me pasa por la cabeza después de ver un partido de futbol, no es
estimulante de la misma manera, pero es cierto que visitar una exposición artística o un acto
cultural pide más esfuerzo, hace años estas actividades formaban parte de lo cotidiano ya que se
entendía que para la formación integral del ciudadano era necesario tanto el haber cursado estudios
reglados como la costumbre de acudir a actos culturales, nos parecía a todos que parte de nuestra
actividad como zoon politikón era la de consumir cultura.
En estos tiempos hemos perdido el
rubor de declararnos incultos y se debe a la falta de referentes en los que mirarnos, los medios de
comunicación, políticos y algunos otros actores sociales han manifestado desde hace años su falta
de interés por crecer intelectualmente, vemos en televisión auténticos atentados contra la cultura
actual continuamente, y no a hay quien escuchar, la oratoria política es desastrosa, vemos
habitualmente a lerdos integrales marcar la pauta.
En un panorama así ni exposiciones de arte, ni libros, ni periódicos, ni teatro, conciertos o
representaciones de ningún tipo tienen posibilidades de progreso, y cada vez más las personas que
se dedican a desarrollar contenidos se ven desoladas, tanto anímicamente como económicamente.
Nos preocupa que el cambio climático producido por la voracidad de los intereses económicos
acabe con la naturaleza tal y como la conocemos, pero no hay preocupación por que la inacción
cultural acabe con la civilización humana.
Animo pues a todo aquel que aún lea y a aquellos que aún escuchen a visitar la exposición de
Frutos María en el Museo de la Universidad de Alicante.
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