domingo, 29 de marzo de 2020

José Varela Ortega. SOBRE “UN RELATO DE GRANDEZA Y ODIO”




Víctor Morales Lezcano

20.03.2020 .- En la apertura del curso académico de 1924-1925 en la Universidad de Madrid, el catedrático Pedro Sainz Rodríguez pronunció un discurso titulado “Evolución de las ideas sobre la decadencia española”. Se trató de una alocución que hizo época, que fue publicada de inmediato, y que conoció una segunda edición en 1962 (Biblioteca del Pensamiento Actual).
Es cierto que el tema de la gradual pérdida española de calidad de potencia hispanoamericana entre 1823-1898 fue abordado tanto por un elenco de escritores pesimistas de oficio como también por una panoplia de interesantes autores, reconocidos entonces con el apelativo de “reformistas”, como fueron Joaquín Costa, Giner de los Ríos y Miguel de Unamuno.
Sainz Rodríguez quiso sellar en su discurso la controversia interpretativa sobre las causas de la secular decadencia española, por parte de Forner y Menéndez Pelayo, del lado defensivo, cuando no apologético, de la España imperial, y, de otro lado, por Jovellanos y Gumersindo Azcárate, del ala liberal reformista; controversia que venía dividiendo la evolución de las ideas emitidas sobre la decadencia española, tanto en Europa como en España. Este recordatorio inicial del discurso de Sainz Rodríguez viene calculado como si de un final y de otro principio de la cacareada controversia se tratara.  La cuestión ciertamente se ha reiterado ad nauseam hasta el tiempo presente. Galdós, por poner un ejemplo, redondeó en su último Episodio nacional (Cánovas) un presentimiento que fue creciendo en el magín de don Benito. Se avecinan tiempos históricos malos para España ꟷadvirtió el novelista canario (madrileño)ꟷ. Revueltos, confusos, más que malos; esperanzados, a veces, pero también sangrientos, como sucedió entre 1923-1975.
En rigor, la controversia entre las ¿dos?, o ¿tres? Españas se fue endureciendo, con el transcurso del tiempo, hasta límites de enemistad insospechables entre las mismas partes en liza.
 Refiriéndose a la controversia histórica hispana, Américo Castro abundó en ella treinta años después del discurso de Sainz Rodríguez. La puntualización de don Américo era la siguiente: La historia de España no está invertebrada ni es misteriosa. Ha sido un incongruente diálogo entre el hombre y las cosas, entre lo vital como un bloque y el cincel de la mente, incapaz de tallarlo (véase La realidad histórica de España, 2ª edición renovada, 1962). A partir de estas someras indicaciones diacrónicas, se impone ahora apuntar a que la cuestión antes invocada está bibliográficamente relacionada con la obra que lleva por título  España. Un relato de grandeza y odio. Recuerde el lector, empero, que la discordia sigue viva, aunque menos descarnadamente que antaño. La evidencia de ello se corrobora en las recientes y variadas interpretaciones de la controversia que han rubricado Elvira Roca Barea, Arturo Pérez Reverte, A. Muñoz Molina, y Henry Kamen, por citar solo a los autores más conspicuos que han vuelto al ruedo sobre dicha controversia.
Creo no equivocarme, si la memoria (falible en proporción directa a los años cumplidos) no me traiciona: recuerdo que, en una ocasión, compartí mesa de tribuna con el autor de este relato de grandeza y odio, que se llama José Varela Ortega. La coincidencia tuvo lugar en uno de los varios diálogos y conferencias titulados La mirada del otro. La imagen de España en el extranjero, que patrocinó el Banco de Santander con motivo de la Exposición Universal que tuvo lugar en Sevilla, cuando corría el año 1992. Ya entonces el profesor Varela Ortega tenía algo más que en agraz la cosecha intelectual que ahora ha fructificado en España. Un relato de grandeza y odio: entre la realidad de la imagen y la de los hechos (Espasa, 2019).
Procede advertir que, entre las variadas orientaciones historiográficas de los últimos quince años, el enfoque cultural prioritario de cómo creemos que somos y cómo nos ven los otros ha ido ganando terreno en la bibliografía internacional, y no solamente en la occidental (digamos, europea), sino incluso en aquellas otras, por ejemplo, de origen árabe-islámico (piénsese en Edward Said), o asiático-hindú (como es el caso de Pankaj Mishra). Cómo creemos que somos, y cómo, finalmente, nos ven los demás (las otras culturas, las otras miradas) es un tema que se ha consagrado abundantemente en el mercado internacional, un fenómeno que relativiza el asunto y da la espalda a nacionalismos evidentes o subrepticios. Por mor de mi inclinación profesional [1]a escrutar en detalle el cruce de percepciones franco-hispano-magrebíes, antes y después del paréntesis imperio-colonialista, me he visto impulsado a familiarizarme con parte del crecimiento exponencial que viene registrando esa antibiótica  y afortunada historiografía de los últimos años.
Ahora, en un macizo volumen de poco más de mil páginas, Varela Ortega se ha enfrentado a la ardua tarea de cómo fue cuajando en la Europa moderna (siglos XVI-XVIII) una cierta imagen peyorativa de España y lo español, mientras que los hechos, si documentadamente leídos, se prestan hoy a brindar al lector una realidad histórica del Otro, distinta a la frecuentemente imaginada en virtud de prejuicios arraigados. De ahí surgen dos leyendas: la leyenda negra que pesa sobre el pasado “intolerante” de la España imperial; y la leyenda, no tanto rosa, sino versátil, caballeresca, en ocasiones, romántica, y hasta heroica a la usanza decimonónica (1808-1812; 1936-1939), según no pocos estudiosos de la dramática primera mitad del siglo XX (1914-1945).
En su último libro, Varela Ortega viene a decirnos que el sujeto de tantos hispanófobos no es “lo mirado” (España, los españoles), sino “la mirada”, la imagen, sin importar tanto su sintonía con la realidad factual como su capacidad para construir un estereotipo de curso legal. A partir de este posicionamiento, el autor despliega diferentes itinerarios diacrónicos, a partir del otoño de la Edad Media, gobernados siempre por la percepción de una España militante a veces, indolente otras; mientras que, en fortuitas ocasiones, ha sido sublimada a través de sus guerrilleros, de las pervivencias exóticas, cuando no “morunas”, de su femme fatale, por excelencia, Carmen, la cigarrera de la sevillana fábrica de tabaco. Por otra parte, surge en el texto, reiteradamente, el rebote de una España cruel, dislocada por guerras intestinas, inquisitorial a través de los siglos y sumida en un subdesarrollo pernicioso. Todo ello contribuyó a componer el armazón de una leyenda negra recurrente, y no, del todo, diluida.
Cuando se celebró en 1992 la Exposición Universal de Sevilla, luego de una traída y llevada transición política, y, en menor medida, social y cultural, el profesor Varela Ortega recordó entonces un comentario que le hiciera Raymond Carr en su etapa oxoniense. Aquel comentario vino a colación del ínclito Wittgenstein, que solía interrogarse sobre lo siguiente: ¿para qué estudiar filosofía si se siguen emitiendo frases peligrosas formuladas como conclusiones que preceden a los hechos?
 Nos encontramos, visto lo visto y leído el Relato de grandeza y odio, ante un legado historiográfico de envergadura, que creemos, en nuestra humilde valoración, que tardará en ser superado algún que otro decenio por venir.
 Mis pocas observaciones críticas a este suntuoso relato de José Varela Ortega llegarán cuando haga una nueva lectura de la obra. Para esa tarea ya hago preparativos ad hoc. Pero ahora, como botón de muestra, valgan estas cuartillas un tanto improvisadas.

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[1] Véanse indicios de estas indagaciones en Víctor Morales Lezcano. España y el Mundo Árabe. Imágenes cruzadas. Madrid: Instituto del Mundo Árabe (ICMA), 1993, p. 73-91; y en “De cómo el Oriente musulmán ha contemplado la España contemporánea”, en La mirada del otro. La imagen de España, ayer y hoy; José Varela Ortega; Fernando Rodríguez Lafuente; Andrea Donofrio (coords). Madrid: Fórcola; Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, 2016, p. 269-300

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