sábado, 23 de mayo de 2020

El genial don Camilo siempre presente


Camilo Jose Cela Trulock



por Roberto Alifano

         23/5/2020 .- Buenos Aires .- Es raro que un hombre genial no sea contradictorio. Si repasamos la biografía de Camilo José Cela comprobamos que fue siempre un heterodoxo; alguien que vivió contra la opinión del dogma de toda una cultura. Tampoco nunca dudó en rebelarse ante los poderes constituidos y formar parte de ellos. Lo hizo con ironía, con un humor áspero e implacable. Al principio logró (y acaso se propuso) el escándalo; luego los años lo fueron despojando de esa incómoda actitud y aunque no dejó de ser un transgresor se mostró tal cual era, un polemista implacable y, desde su lado más tierno, un auténtico poeta. Menos conocido en ese camino, no dejó nunca de escribir en verso a la manera de Quevedo, su gran referencia, siempre provocativo y de un impudor fresco de incontenida emoción.
Pisando la dudosa luz del día es, quizá, el mejor volumen de poemas de Camilo José Cela, que lo ubica entre los esenciales aedos de los años cuarenta, un decenio que dio a la literatura española nombres como el de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Dionisio Ridruejo, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Jaime Gil de Biedma, José Hierro y Ángel Valente, por citar algunos. Cela escribe en un tono menos intimista que cercano al surrealismo, idóneo para expresar el desasosiego de un artista inmerso en crueldad de la guerra. “Himno a la muerte”, uno de sus grandes poemas, dividido en cinco partes, tiene a la muerte como tema y la convoca a través de estremecedoras imágenes:
Ven Muerte, ven! Ven, Muerte, rodeada de esquinas;
Ven, Muerte como un sueño, por algas misteriosas,
Por cuerpos de carneros, por pétalos de olvido.
Ven Muerte como un dardo a cabalgar mi sangre!
Ven Muerte, como un toro, personada del celo,
Por los tardos crepúsculos que orientan nuestros dedos,
Oh aguja velocísima, mar de llagas a oscuras!...
Pero, sin duda, lo que más se ha difundido de Cela es su renovadora obra en prosa. La familia de Pascual Duarte inicia un estilo que se dio a conocer como “tremendismo”, el cual entronca con la tradición realista española, la picaresca y el naturalismo del siglo XIX y, ya en siglo XX, con la novela social de los años treinta; digamos que es un punto de encuentro de una forma que surge en la España de posguerra, próxima al existencialismo y definida localmente como “extremo realismo”.
En 1950 la censura del régimen de Franco prohibió la publicación de La colmena; muy a pesar de que el autor era amigo (y se dice protegido) de Juan Aparicio, un influyente político del régimen. En 1951, a través de amigos argentinos, la editorial Emecé aceptó publicarla. Cuatro años después vería la luz en España, tras el nombramiento de Manuel Fraga y la insistencia del autor. La novela fue un éxito de ventas y sería incluida por el diario El Mundo  como una de las 100 mejores escritas en español durante el siglo XX. Agreguemos que en su momento uno de los censores era el poeta Leopoldo Panero, que aconsejó su publicación; pero, eso sí, recomendando que el autor atenuara ciertas escenas. El otro, más implacable, era el sacerdote Andrés de Lucas Casla, que hizo un informe muy crítico y desfavorable, siendo el que prevaleció (“Ataca el dogma y la moral y, también, al régimen. Por otro lado, es escaso su valor literario”, concluía).
“La novela la empecé a escribir en Madrid, en el año 1945 y la rematé en el verano del 1948. -recordó Cela en una entrevista que le hice en Buenos Aires en la década del 80’-. Ahí quedó. No fue todo, por supuesto. Como buen empecinado, volví  a la carga en 1950 e hice la última corrección. Pulí mucho, quitando, poniendo y sufriendo, como imaginarás, pues esa tarea siempre te deja cojo o mal parado al volver sobre la senda ya pisada”.
“¿Y de la censura qué me puedes decir?”, intervine yo.
“Eso empezó antes, diría que en 1946, cuando concluí La colmena. Pero, hombre, te confieso que fue una lucha a brazo partido en la que perdí todas las batallas. Menos la última; pues conseguí que se publicara como yo quería. Después vino la versión cinematográfica que aplanó todo. Aunque este fue otro cantar.”
La colmena es una de las primeras novelas de posguerra que enfrenta aquella realidad de la sociedad española. Con toda la intención de denunciarla o ponerla en evidencia, presenta una apariencia de espontaneidad que esconde un cuidadoso trabajo literario. Como buen poeta de la prosa, la escritura de Cela contiene efectos rítmicos donde predomina el tono cortado, brusco y directo, pero a veces se abren paso fragmentos líricos, que sugieren los inicios poéticos del escritor. En el argumento de La colmena los componentes temporales (todo sucede en sólo tres días) y de espacio (una ciudad y un reducido café) se presentan limitados; esto hace, sin embargo, que los elementos que componen la intriga se focalicen en una dilatada escena. Cada capítulo consta de un número variable de secuencias de corta extensión, que desarrollan episodios que están mezclados con otros que ocurren simultáneamente. De esta manera el argumento se rompe en multitud de pequeñas vivencias. Luego, en la conclusión, lo esencial es la suma de las mismas, que conforma un conjunto de existencias entrecruzadas, como las celdas de una colmena de abejas.
Agreguemos que la novela fue llevada al cine en 1992 bajo la dirección de Mario Camus y contó con un extenso plantel de primeras figuras del cine español entre los que destacan José Sacristán y Victoria Abril, José Luis López Vázquez y Charo López, Francisco Rabal y Ana Belén, Imanol Arias y Fiorella Faltoyano, entre otros. Cuenta también con la participación del propio Camilo José Cela, que tiene un pequeño papel interpretando a Matías, un parroquiano que cada tanto concurre al café. 
Fiel a la novela, el filme, transcurre en el Madrid de la posguerra, época en que la población sufría las consecuencias de la Guerra Civil. En tanto que un grupo de tertulianos, para sobrellevar la situación, se reunía todos los días en el café La delicia. La colmena fue un gran éxito de taquilla, con más de un millón y medio de espectadores, y recibió diversos galardones, como el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de cine de Berlín.
Creo que para los lectores hedónicos, entre los que me cuento, hay libros que no sólo soportan una relectura, sino que merecen que volvamos a ellos más de una vez; pues sus páginas siempre producen un renovado placer. Es lo que me ocurre en estos dilatados días de cuarentena con La colmena, que por tercera vez estoy releyendo.
Mi memoria para las fechas es bastante endeble. Lo conocí a Camilo José Cela a principios de la década del 80’en uno de los tantos viajes que hizo a la Argentina. A partir de ese momento, de este o del otro lado del Océano, nunca  dejamos de vernos ni de hacernos señales de amistad. En 1988, cuando con un grupo de amigos hicimos posible la tercera época de Proa, Camilo formó parte del Consejo de Redacción; sus colaboraciones honraron las páginas de nuestra revista. Más o menos por esa época, la Universidad San Marcos de Lima, la más antigua de América, le otorgó el grado de “Doctor Honoris Causa”, y me pidió que lo acompañara. Viajé con él al Perú y luego a México; conservo un entrañable recuerdo de aquellos días. Por esos años hablamos mucho (y discutíamos) sobre Borges. A Camilo lo divertía la ironía del autor de El Aleph; un humor que, curiosamente, en algunos aspectos, se asemejaba con el suyo. En otras ocasiones, con simpatía o tolerancia de su parte, aceptaba mi admiración por Borges a regañadientes. “Sal de aquí con ese conservador refinado”, me atacaba. Sin embargo, yo lograba hacerlo reír con las insólitas anécdotas de mi maestro, que concluyeron luego en el libro El humor de Borges. Camilo creía que lo mejor se daba en sus cuentos; aunque no desdeñaba su poesía. Lo emocionaba escuchar las milongas de Para las seis cuerdas, entonadas por Edmundo Rivero, su cantor de tangos predilecto. Me parece que al final lo convencí sobre el caso Borges. Conservo una primera edición de su libro El molino de viento, con esta dedicatoria: “A Roberto, mi querido amigo, que me instruye y me divierte con las historias del gran Jorge Luis Borges”.
Camilo José Manuel Juan Ramón Francisco de Jerónimo Cela Trulock,  famoso y bien leído como Camilo José Cela, nació en la población gallega de Iria Flavia, ubicada en Padrón, provincia de La Coruña, el 11 de mayo de 1916 y se sumó a los más en Madrid, el 17 de enero de 2002. Fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura en 1989 y con el Premio Cervantes en 1995 (A propósitos de sus muchos nombres, recuerdo que en un aeropuerto, cuando hacíamos el chequeo y revisaban su pasaporte, le advirtió al desconcertado funcionario con una sonrisa resignada: “Hombre, está usted autorizado para decirme Camilo a secas y olvidar todos los demás nombres con los que mis padres me han quebrantado, pues ni el más voluntarioso memorialista podría recordar tanta abundancia”).
No con disculpas por el tono picaresco, sino con la convicción de ofrecer al lector algo imperdible y poco difundido, como guinda para el postre, reproduzco su célebre poema La donación de mis órganos. Versos que bien pudieran haber provocado la envidia de su admirado Francisco de Quevedo. Aunque claro, la conjetura es poco probable pues en aquellas épocas del Siglo de Oro no existían los trasplantes.
Quiero el día que yo muera
Poder donar mis riñones,
Mis ojos y mis pulmones.
Que se los den a cualquiera.

Si hay un paciente que espera
Por lo que yo ofrezco aquí
Espero que lo haga así
Para salvar una vida.
Si no puedo respirar,
Que otro respire por mí.

Donaré mí corazón
Para algún pecho cansado
Que quiera ser restaurado
Y entrar de nuevo en acción.

Hago firme donación
Y que se cumpla confío
Antes de sentirlo frío,
Roto, podrido y maltrecho
Que lata desde otro pecho
Si ya no late en el mío.
La verga yo donaré,
Que se la den a un caído
Y levante poseído
El vigor que disfruté.
Pero pido que después
Se la pongan a un jinete,
De los que les gusta brete.
Sería eso una gran cosa
Yo descansando en la fosa
Y mi verga dando fuerte.

Entre otras donaciones
Me niego a donar la boca.
Pues hay algo que me choca
Por poderosas razones.
Sé de quién en ocasiones
Habla mucha bobería;
Chupa lo que no debía
Y prefiero que se pierda
Antes que algún comemierda
Mame con la boca mía.

El culo no donaré,
Pues siempre existe un confuso
Que pueda darle mal uso
Al culo que yo doné.
Muchos años lo cuidé
lavándomelo a menudo.
Para que algún cirujano
En dicha trasplantación
Se lo ponga a un maricón
Y muerto me den por culo.

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