Silos Manso y M. Antonia García de León recibieron sendos Accésits
María Lopez (1941)
L.M.A.
07/07/2020.- Madrid.- Ana Belén Higueras de la Calle ha sido la escritora ganadora del I Certamen Internacional de Relato Breve María López, por su cuento titulado Ríos de deshielo. El premio está dotado con 700 (setecientos) euros y un diploma acreditativo. Los dos accésits del certamen han correspondido a los escritores Domingo de Silos Manso, por su cuento Ingrid y a María Antonia García de León, por su cuento Primavera cautiva.
El jurado del premio estuvo compuesto por los escritores Julia Sáez Angulo;
Rogelio Sánchez Molero, que actuó como secretario y María Dolores Gallardo López como presidenta.
María Dolores Gallardo López, Dra. en Filología Clásica, Profesora de la Universidad Complutense de Madrid y crítica de Arte, quiso crear este premio con el nombre y en memoria de su madre María López (Almería 1929- Madrid 2000).
El Jurado ha considerado, además, realizar menciones especiales a los relatos titulados La espera, de Rodolfo Gonzalez, y Flores de Valdemadera, de Patrocinio Gil Sánchez.
El fallo del presente certamen se ha demorado más allá de la fecha prevista en las bases, a consecuencia de las medidas adoptadas por el Gobierno durante la situación de crisis sanitaria.
El Premio y los diplomas se entregarán en un acto a lo largo del 2020, que se anunciará a los ganadores oportunamente.
Ana Belén Higueras de la Calle (Madrid 1969) es licenciada en Derecho, especialista en defensa de derechos de las mujeres. Ha dirigido los Servicios Sociales de la Mancomunidad MISECAM (sudeste de Madrid.) Actualmente es asesora jurídica en el Ayuntamiento de Pinto en el área social. Ha recibido algunos premios como escritora, entre ellos, el VI Certamen literario de E. S. Rocaberti, convocado por la Asociación de Amigos de la Biblioteca y del Archivo de Chinchón (ABACH), Madrid, que ese año se definió como un concurso de cartas. Su más reciente novela juvenil: "Vuela abril".
RÍOS DE DESHIELO
Viven en portales contiguos y sus vidas han recorrido contiguas solo en ocasiones. Vidas como ríos del mismo deshielo, que nacen en distintas cumbres y se funden en el valle como aguas del mismo caudal, para luego desviarse en diferentes afluentes y, quizás quién sabe, desembocar en el mismo mar.
El Premio y los diplomas se entregarán en un acto a lo largo del 2020, que se anunciará a los ganadores oportunamente.
Ana Belén Higueras de la Calle (Madrid 1969) es licenciada en Derecho, especialista en defensa de derechos de las mujeres. Ha dirigido los Servicios Sociales de la Mancomunidad MISECAM (sudeste de Madrid.) Actualmente es asesora jurídica en el Ayuntamiento de Pinto en el área social. Ha recibido algunos premios como escritora, entre ellos, el VI Certamen literario de E. S. Rocaberti, convocado por la Asociación de Amigos de la Biblioteca y del Archivo de Chinchón (ABACH), Madrid, que ese año se definió como un concurso de cartas. Su más reciente novela juvenil: "Vuela abril".
RÍOS DE DESHIELO
Viven en portales contiguos y sus vidas han recorrido contiguas solo en ocasiones. Vidas como ríos del mismo deshielo, que nacen en distintas cumbres y se funden en el valle como aguas del mismo caudal, para luego desviarse en diferentes afluentes y, quizás quién sabe, desembocar en el mismo mar.
Madres de puerta de colegio, primero solo conocidas, aunque reconocieran en la otra los mismos ojos huidizos y desconfiados. Después, amigas de talleres de apoyo a mujeres víctimas, bueno supervivientes las llamaban de forma eufemística para dar una imagen más positiva del horror. Fue allí donde aprendieron a poner el alma al sol para derretir el hielo. Y con ese mismo calor, ambas quisieron arropar a sus hijos, sin saber que ya era demasiado tarde.
Ellos compañeros de clase, de juegos en el patio y en el parque, y luego de videoconsola, cada uno en el pequeño salón de su casa; y así se fueron separando como muros de edificios contiguos. A ambos el hielo les resquebrajó como a la roca, antes de que ellas pudieran darse cuenta. A Salvador, la grieta le enfermó el corazón de abandono y de miedo. A Said, por contagio, el rencor y el fanatismo le invadieron el cerebro.
Aquel día María salía de casa más temprano, quería ir después de trabajar a comprar el regalo de Navidad a Salva. Pensaba en la sorpresa y sus ojos chispeantes intentaban ocultar la tristeza, como se oculta la pelusa debajo de los muebles.
–Hijo, he puesto el despertador para que apagues las judías verdes. Y acuérdate de tomarte las medicinas, he dejado el pastillero en la mesa de la cocina. Adiós amor –Él emitió un pequeño de gruñido entre sus mantas.
Al salir del portal, una mujer árabe le cortó el paso.
– ¡María, cuánto tiempo! –Ella dio un respingo, seguía siendo asustadiza.
–¡Uy, Nadia, no te había conocido con el velo! ¡Sí, cuánto tiempo!
–¿Cómo estáis? ¿Y Salvador, cómo se encuentra?
–Mal, cada día peor, la cardiopatía ya es severa, tuvo que dejar el conservatorio, ahora ya no puede ni salir de casa. La única solución es el trasplante.
–¡Un trasplante tan joven! ¡Ay Salva, fue siempre tan bueno…! –María, asintiendo cambió de tema, no era mujer de lamentos sino de soluciones.
–¿Y tú cómo estás? No habrá vuelto Mohamed –le dijo señalando su cabeza.
–No, no ha vuelto –balbuceó– ¿Lo dices por el pañuelo? Lo llevo por Said, que cada día se parece más a su padre –dijo con desolación.
–¿Sigue estudiando?
–No, se sacó el carné en cuanto cumplió los dieciocho, y ahora solo va a la mezquita y a tomar el té con otros musulmanes.
–Pues dile que venga un día a casa, Salva está siempre allí tocando la guitarra, igual si echan una partida a la videoconsola, vuelven a retomar la amistad.
–Se lo diré, pero…
–Bueno Nadia, te dejo que hoy quiero llegar antes a trabajar, y felices fiestas.
–Igualmente, María y que se mejore Salvador.
En sus cabezas quedaron flotando los recuerdos fugazmente felices de dos niños jugando en el parque, aunque los posos del presente eran tan amargos que hacían aquella felicidad pasada, infinitamente más intensa.
María daría lo que fuera por su Salva. Cuántas veces había pensado darle su corazón, no de forma literaria sino literal, tal y como ella era, resolutiva.
–Dios mío, si no hay un corazón para mi niño, pon a funcionar el destino y llévale el mío –rezaba por las noches.
Nadia daría lo que fuera por su Said. Cuántas veces había deseado darle su corazón limpio de forma literaria no literal, porque su hijo había heredado el corazón sucio de su padre, y ella sabía que podía causar mucho mal. Oraba para que algún día hubiera bondad dentro de él.
Era mediodía, María no veía el momento de salir del trabajo para ir a por el violín. Había ahorrado durante el último año. Todo con tal de ver la sonrisa de felicidad de su hijo y escuchar la melodía de su pasión, la música.
Nadia esperaba a Said con la comida en la mesa, le había preparado tajín. Siempre venía a su hora, comía y se volvía a marchar. Pero hoy era demasiado tarde. No quería llamarlo, se enfadaría. Siempre repetía las palabras de su padre, que una mujer nunca controla a un hombre.
A las cinco en punto abrían la tienda, había encargado exactamente el violín que él quería. María estaba esperando en la puerta, recogería el instrumento y después le compraría algún detalle en el mercadillo navideño del barrio. Mientras esperaba, echó un vistazo a los puestos que estaban abiertos.
Eran las cinco y tenía que abrir la frutería. Nadia estaba muy extrañada de que su hijo no la hubiera avisado que no venía a comer, así que antes de salir se decidió llamarle, él descolgó y por un momento se tranquilizó, pero la voz de Said al otro lado del teléfono sonaba irreal cómo en éxtasis. –Madre, voy a hacer algo grande, ¡Alá es grande!– gritó en árabe. Él había nacido en España, apenas sabía árabe. Nadia ahogó un sollozo entre sus manos.
Escuchó el cierre metálico de la tienda de música, y se apresuró a entrar, los detalles del mercadillo los dejaría para después. El dependiente abrió solemne la funda y sacó con sumo cuidado el violín. Era precioso, digno de su tesoro. Entregó todos los billetes que tenía en el sobre con satisfacción, lástima que no pudiera comprarle la salud. Salió a la calle protegiendo el violín entre sus brazos, estaba atardeciendo y los puestos se habían llenado de gente y apenas se podía caminar, todo el mundo buscaba su regalo de última hora. Quería llegar hasta el puesto de bufandas hechas a mano.
Se escuchó el portazo en todo el edificio cuando Nadia ya volaba calle abajo, abriéndose paso entre la gente. Corría dirección a la Mezquita, tenía que encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde, si era necesario hablaría con el Imán.
Eligió la bufanda más suave al tacto. Al pronto, un ruido extraño, sordo, un estruendo, gritos, gente corriendo, una estampida, un motor revolucionado, cuerpos despedidos, una furgoneta blanca… Se giró para proteger el violín… La furgoneta siguió calle arriba, unos ochocientos metros arrasando con todo lo que encontraba a su paso: puestos, quioscos de prensa, carritos de bebés…
Said bajó de la furgoneta dejando la puerta abierta, y corrió por las callejuelas de su propio barrio que conocía como la palma de su mano y más allá del barrio, siguió corriendo.
Nadia encontró la Mezquita vacía y corrió hacia la plaza del mercado y después hacia el sonido de las sirenas.
Salvador dejó la guitarra y apartó el teclado, se quitó los cascos. Miró por la ventana, acababa de oscurecer. Mamá tenía que hacer la cena de Nochebuena, se había ido pronto, tenía que estar al llegar. La llamó al móvil, al teléfono de la oficina. Esperó. Se tumbó en cama, puso Radio 3. Sonó el teléfono fijo, era Nadia.
María era código negro: última prioridad para emergencias. Murió sobre el violín.
En el hospital, le confirmaron lo que Nadia le había dicho diez horas antes, que su madre había muerto y que Said iba a morir. Lo primero, se lo comunicó un médico; lo segundo, la televisión sin sonido colgada de la pared en sala de espera. Los subtítulos del programa especial: Said el Monsouri ha sido abatido a tiros por los agentes de la Policía Nacional cuando intentaba… No leyó más, ahora solo quería poder abrazar el cuerpo de su madre y llorar sobre su pecho hasta que se le acabara de romper el débil corazón. Pensó en el corazón de su madre, nadie había salido a pedirle autorización para extraer sus órganos, con tantos heridos los médicos no estarían para eso. El hospital Infanta Leonor era un rugir de familiares, enfermeros, doctoras, camillas… En su bolsillo vibró el móvil, sí estaban para eso. De la Unidad de Trasplantes del Gregorio Marañón le informaban que debía personarse en una hora, había un corazón compatible. La intervención sería inminente. Tomaba un taxi, mientras dejaba el corazón parado de su madre yaciendo en el depósito de cadáveres del hospital. El taxista no le cobró la carrera, la ciudad era un hervidero de solidaridad esa noche.
Despertó por una caricia en su rostro. Mamá había muerto, recordó, pero una mano suave de madre le reconfortaba. Después, los dedos recorrieron su cuello y la mano se posó levemente en su pecho vendado. Sin poder apenas abrir los ojos por la anestesia, dijo:
–¿Quién eres? –bajó los suyos avergonzada.
–Nadie –contestó. Él los abrió.
–Nadia, ¿lloras, por tu hijo?
–No, por María, tu madre.
–Ella estaría contenta –Y él le secó las lágrimas.
–Sí, porque hoy has nacido de nuevo, Salvador. Y si me lo permites, te cuidaré como una nueva madre.
–Si así lo quieres… –Se abrazaron.
Al fin, había conseguido que su Said tuviera limpio el corazón, de eso se encargaría Salvador.
Ahora sí, el agua ya templada de aquellos ríos, había desembocado en el mismo mar.
Ana Belén Higueras de la Calle
(Autora ganadora del I Certamen Internacional de Relato Breve María Lopez 2020)
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