El dramaturgo Fernando Arrabal cumple 88 años el martes 11 de agosto de 2020
Fernando Arrabal, escritor
Fernando Arrabal, escritor
FEDERICO UTRERA.
11.08.20
El poeta Leopoldo María Panero escribió “El lugar del hijo”, una antinomia de la conocida metáfora freudiana de “matar al padre”. Y ahora el dramaturgo Fernando Arrabal cumple 88 años este martes 11 de agosto de 2020 y con ese mágico número que representa sus celebérrimas gafas, regresa este verano a sus ángeles y demonios familiares con dos nuevos libros de parecida alegoría: “La Virgen Roja” (Almuzara) y “Familia” (Libros del Innombrable). En el primero narra en forma de novela la vida de Hildegart, asesinada por su madre, una demente utópica socialista que creía poseer la vida de su hija. En “Familia” reúne sus artículos con su peculiar forma de ensayo sobre su “círculo interior” más familiar. Ambos libros son únicos, originales y singulares, como es la vida y obra de este genio creador que siempre se quedó a las puertas del Premio Nobel y que podría haber formado parte del mismo dentro de una triada dramatúrgica con Darío Fo (1997, Nobel con 71 años) y Harold Pinter (2005, con 75 años).
En el siglo XX fueron Nobeles sus admirados Echegaray (1904, con 72 años) y Benavente (1922, con 56 años). Y ese galardón sería honrado por Arrabal como lo elevaron antes Samuel Becket (1969, con 63 años) y Pirandello (1934, con 67 años) o Gao Xingjian (2000, con 60 años). Un total de 45 escritores que fueron también dramaturgos han obtenido el Premio Nobel pero pocos tan genuinos como estos, dedicados con más intensidad a las tablas, con permiso de la austriaca Jelinek (2004), Bernard Shaw (1925), Sartre (1964) o Saramago (1998). O del nigeriano Wole Soyinka (1986), a quien estuve a punto de editar sus ensayos africanos, el tan goytisoliano Gunter Grass (1999) o el irreverente Peter Handke (1999). Tampoco me perdonarían los umbralianos dejarme fuera a William Faulkner (1949), ni los juanrramonianos a Rabindranath Tagore (1913) o los rusófilos a Solzhenitsyn (1970). Tantos y tan buenos con galardón o sin él, aunque en España parece condición previa haber obtenido el Cervantes, algo de lo que también Arrabal carece, como le ignora igualmente la Academia de la Lengua. Poco importa ese último timbre de gloria, él que posee una larga colección de membresías y pertenece a la Academia de la Real Gana, que diría Ramón Gómez de la Serna, para desearle una vez más: ¡Cumpleaños feliz!. ¿Y mi regalo? Esta modesta colección de artículos y un vídeo rescatados del polvo de la hemeroteca con brillo digital:
HISTORIA DE UN ENCUENTRO: CARMEN DE BURGOS Y HILDEGART. BLANCA BRAVO. Cuando Hildegart -curiosamente, en el registro civil el nombre auténtico que aparece es Carmen- murió, Carmen de Burgos hacía meses que estaba enterrada en el cementerio civil de Madrid. Una Carmen tenía 19 años y la otra 62 cuando les llegó el momento de cerrar los ojos a aquella vida que las entusiasmó tanto, dos mujeres tan diferentes y, a la vez, tan parecidas. La joven había escrito una columna en homenaje a la veterana y acababa con una exclamación: «Ha muerto una republicana. Ha muerto una librepensadora». Seguramente esa columna de duelo sea el momento de mayor encuentro entre ambas escritoras. Una homenajea a la otra en una relación que queda clara: la discípula evoca el modelo que le había servido. Pero, ¿qué más tenían en común? ¿Qué unía a estas dos mujeres además de que escribieron en diarios, dieron charlas y se convirtieron en diana de reproches para unos y motivo de alabanza para otros? Las unían la rebeldía, la fuerza, la inteligencia y, sobre todo, su condición femenina asumida y aceptada.
Nada de ocultar su nombre bajo pseudónimos masculinos – Hildegart y Colombine les sirvieron- nada de reprocharse debilidad, nada de hacer concesiones, sino que se trataba de vivir siendo lo que eran y eso, que para Carmen fue suficiente, a Hildegart le costó la vida. La Cruzada de Mujeres Españolas, organización que lideraba Carmen, realizó una serie de charlas en homenaje a Clara Campoamor en las que participaron numerosas intelectuales de la época, desde María de Maeztu, representando a la Federación Internacional de Mujeres Universitarias, hasta Hildegart, como representante del Lyceum Club (En Federico Utrera, “Memorias de Colombine. La primera periodista”, HMR Hijos de Muley-Rubio, 1998, p- 452). Hildegart lamentaba la pérdida de Carmen por la persona, pero también por lo que significaba, puesto que la precursora había materializado las aspiraciones de numerosas mujeres que querían romper con una vida que las descontentaba y no se atrevían. Carmen tuvo el coraje y la fuerza para acabar, pero resultó que un marido fue menos peligroso que una madre.
Publicado en Majadahonda Magazin
No hay comentarios:
Publicar un comentario