Víctor Morales Lezcano
05.03.2021
Cuando, recientemente, he venido a enterarme de que monsieur Sarkozy acaba de ser condenado a prisión y a otras penas por sentencia judicial ¿en firme?, no he podido hacer menos que comprobar cómo ocurren acciones de legalidad dudosa en las esferas públicas y, también, cómo aquellas se suelen penalizar; caso que, ahora, es el de Nicolas Sarkozy, presidente que fue de la República francesa (2007-2012). Por el contrario, en el escenario de lo que sería bautizable como los otros dos “hermanos mayores” de la familia latina en Europa (Italia y España) se incide con frecuencia en el síndrome del “enredo” político (imbroglio italiano) encadenado. En consecuencia, el sistema político de ambas penínsulas suele salir no indemne, sino funcional y moralmente degradado por su proclividad histórica hacia la falsificación del espíritu de las leyes.
En ocasiones, empero, el grado de empantanamiento de los políticos de oficio y los beneficiarios de su buen puñado de allegados genera en el seno del tándem hispano-italiano tal batahola que hay dos opciones para evitar el deslizamiento insoslayable por el precipicio. Una de estas es la opción italiana, que se suele repetir desde la fundación de la República en junio de 1946. Esta opción consiste en el llamamiento a aceptar la presidencia de la República dirigido a una figura descollante de la nación (con frecuencia un outsider con respecto a la política politizante). La finalidad de esta medida de pura emergencia reside en lograr encarrilar y sanear el corrupto, insidioso y hasta banal choque de intereses que crecen e infectan, a la larga, todo el sistema político que se ha dado la nación a sí misma. El llamamiento del presidente Mattarella ha recaído, ahora, sobre Mario Draghi, personaje público conocido por su eficiente conducción del Banco Central Europeo, durante los recurrentes lapsus críticos que ha atravesado la Unión Europea.
La otra salida del empantanamiento de marras al que he aludido antes podría tipificarse como la correspondiente al caso español. O sea, aquella que consiste en empecinarse en cultivar con ahínco las disidencias interpartitocráticas, económico-financieras, regionales, historiográficas y lingüísticas, por no enumerar sino solo las de signo más avieso.
El actual empantanamiento político de Iberia (más paliado en el caso de Portugal) se presenta en estos tiempos que corren como una situación peninsular que ha conocido ediciones históricas anteriores, todas aquellas de ingrato recuerdo.
Las propuestas reiterativas de regeneración política y superación de recelos vindicativos de una imposible (hasta hoy) Tercera España, por Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) o por Francisco Giner de los Ríos (1839-1915) ꟷpongámoslos como ejemplos dignificantesꟷ, han sido decapitadas frecuentemente por el proverbial cainismo ibérico. ¿Nos encontramos, aquí y ahora, con otro episodio más del holocausto político en España?
No hay comentarios:
Publicar un comentario