Víctor Morales Lezcano
Al final del ensayo titulado El tema de nuestro tiempo, Ortega escribió:
“Conviene no defraudar la sublime necesidad que (Dios) tiene de nosotros e hincándonos bien en el lugar que nos hallamos con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente somos, conviene abrir bien los ojos sobre el contorno y aceptar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo”.
Ortega se encuentra en su juventud madura cuando se inclina a reflexionar sobre la España de su tiempo, sobre una ¿nación?, que le disgusta sobremanera por la invertebración de su morfología histórica desde algunos siglos a esta parte. La evidencia le conducirá a titular su “bosquejo de algunos pensamientos históricos” con el epígrafe genérico de “España invertebrada”, obra publicada en 1922 y recibida con notable interés en los círculos y medios intelectuales hispanos y, más tarde, en cenáculos europeos volcados sobre la crisis de posguerra en el viejo mundo.
Dividido el ensayo de “España invertebrada” en dos partes, Ortega desbroza el fenómeno de la invertebración española a partir de la débil nacionalización de su accidentado territorio y su trasunto histórico, lo que explicaría el conflictivo proceso de la tendencia separatista de sus regiones más periféricas; tendencia manifiesta antes de 1898, pero acentuada con intensidad a partir del último tramo del siglo XIX y prolongada durante los primeros treinta años del siglo XX. El efecto irreversible de ello, según el filósofo, sería el repliegue de sus gentes, de la ciudadanía celtíbera hacia compartimentos estancos (burocráticos, militares, mercantiles, etc.), como expresión de desconfianza hacia el Estado, los políticos y sus gobiernos, integrantes todos de compartimentos que no logran ver ni actuar con claridad en la raíz secular del proceso de invertebración nacional que Ortega disecciona con prosa metafórica, que gira en torno a un conocido “leivmotiv”: la ausencia de un ideal que movilice al colectivo hispano.
En este germinal ensayo del catedrático y pensador que fue nuestro autor se apunta, además, a una teoría interpretativa que hoy en día puede dar lugar a lecturas equívocas. Recordemos que Ortega detecta en la historia de España una acusada “ausencia de los mejores ciudadanos a lo largo del transcurso de los siglos”. Aquí es donde el filósofo de la historia plantea al lector la necesidad de ejecutar un flash back histórico, que le lleva a interrogarse sobre si no será necesario buscar las causas de la decadencia del mundo ibérico (Portugal, Castilla y Aragón medievales) en siglos remotos. Ortega apuntará, premonitorio, que para ello se impone bucear concretamente en la Edad Media.
La ausencia de los “mejores” ha creado en la masa social una secular ceguera para reconocer a los “mejores” de su país, ya se trate de distinguidos empresarios, intelectuales o profesionales de perfil diferenciado. De ahí arranca otra propuesta orteguiana de reflexión sobre la negativa herencia que ha legado al país esa “ausencia de los mejores”. En tanto en cuanto que, al tiempo, esta “ausencia” ha propiciado el sistemático desplazamiento de mucha gente hacia la acción directa (pronunciamientos), ignorando la previa mediación y meditación reflexivas de tipo individual o colectivo.
Ortega volverá en futuros escritos (véase “La rebelión de las masas”, 1930) a desarrollar, más complemente, el tema de la invertebración histórica de España y, además, de la considerable crisis que atravesó Europa a partir de 1914.
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