lunes, 11 de septiembre de 2023

Relecturas de verano


Víctor Morales Lezcano


12.09.2023.- 

No siempre una estación de verano puede estimular al lector inveterado a emprender la “relectura” de algunos libros que desarrollan contenidos de interés permanente, cuales son, a juicio del autor de estas cuartillas, los que a continuación se relacionan.

La inclemencia climática del verano de 2023 no ha sido óbice para que el llamamiento a la “relectura” de algunos clásicos (cuasi) contemporáneos no nos pase desapercibido impunemente. O sea, sin subrayar la huella que han dejado los textos de marras en generaciones ulteriores.


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Para iniciar el recorrido a que nos aprestamos, de acuerdo con la fecha de la primera edición de los ejemplares ahora elegidos, vayamos para empezar al último “Episodio nacional”, titulado a secas, “Cánovas”, y que dio a la estampa Benito Pérez Galdós en el año de 1912. Ya entonces el destacado escritor canario esgrime el arma crítica de su prosa en un pasaje, referido obviamente a España, que no tiene desperdicio:

“Un país sin ideales, que no siente el estímulo de las grandes cuestiones tocantes al bienestar y a la gloria de la Nación, es un país muerto. La Prensa, consagrada a glosar y a comentar los incidentes de estas chabacanas querellas, exhala de sus columnas un olor cadavérico. Prensa, Gobierno, Partidos altos y bajos Poderes, todo ello anuncia su irremediable descomposición… Signo más característico de unos tiempos en que las turbas que se llamaban directoras no tenían otros móviles que el egoísmo, la farsa y el delirio de las distinciones farandulescas”.

El segundo texto al que hemos aplicado algunas horas de solaz veraniego corresponde a la aparición de una serie de ensayos que J. Ortega y Gasset fue publicando en el diario madrileño “El Sol” entre diciembre de 1920 y abril de 1921. Dichos ensayos se publicaron conjuntamente −adendas inclusive− en 1922 con el título de “España invertebrada”. Bosquejo de algunos pensamientos históricos que gravitaron en concreto en torno a las dos partes que forjaron “España invertebrada”: “particularismo” y “acción directa”, en principio; “la ausencia de los mejores”, en segundo lugar.

La esencia del particularismo hispano es descrita por Ortega y Gasset en tanto en cuanto “cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte y, en consecuencia, deja de compartir los sentimientos de los demás”. De ahí provendría el recidivo fenómeno del “separatismo” en el transcurso de algo más de dos siglos de historia. Asunto, este, del separatismo, al que el filósofo dedicó un discurso consagrado al Estatuto de Cataluña, y que fue pronunciado en la sesión de las Cortes el 13 de mayo de 1932. O sea, cuando la conjunción republicano-socialista tenía en sus manos la gobernación de España. Al respecto de lo que se viene tratando, Ortega dijo en su discurso, entre otras cosas:

“… El problema catalán es un dolor común a los unos y a los otros; un factor continuo de la Historia de España que aparece en todas sus etapas, tomando en cada una el cariz correspondiente. Lo único serio que unos y otros podemos intentar es arrastrarlo noblemente por nuestra Historia; es conllevarlo, dándole en cada instante la mejor solución relativa posible”.

Unos años después de que “España invertebrada” se convirtiera en un ensayo clásico sobre la interpretación de la historia de España en el transcurso de los dos (ahora tres, en 2023) últimos siglos, Santiago Ramón y Cajal no dejó de sorprender, por su parte, al público lector con sus “impresiones de un arterioesclerótico”, que vino a titular “El mundo visto a los ochenta años” (mayo de 1934).

Dejando para otra ocasión más propicia la relectura crónicamente crítica de las páginas del gran científico y premio nobel español (1906), Cajal llama la atención del lector por el hecho de que tituló, como sigue, el capítulo XII del libro de marras: “La atonía del patriotismo integral”. En un pasaje del susodicho capítulo, Ramón y Cajal señala precisamente:

“… Las deplorables consecuencias del desastre colonial fueron dos, a cual más trascendentales: el desvío e inatención del elemento civil hacia las instituciones militares… y, sobre todo, la génesis del separatismo disfrazado de regionalismo [en Cataluña y País Vasco]”. 

“Last but not least”, otra “relectura” de verano que no hemos podido esquivar es el prólogo introductorio de R. Menéndez Pidal a la “Historia de España”, serie que inició su andadura historiográfica en 1935 y que fue dirigida a partir de 1975 por el catedrático José María Jover Zamora.

En el capítulo IV del ensayo introductorio (“Los españoles en la historia”) a su “Historia de España”, Menéndez Pidal, el ilustre filólogo e historiador, no dejó de abordar el tema del unitarismo y regionalismo en cuanto constante alteridad siempre refleja en la historia de España. En esas páginas, Pidal terció con equidad en uno de los asuntos perennes −y todavía hoy pendientes de abordaje definitivo−, que el autor subtituló “El localismo como accidente morboso”. A tal colofón pertenece el texto que cierra nuestra efeméride dedicada a lo que en estas cuartillas se viene evocando como “relecturas” de verano. Leamos acto seguido el ponderado enjuiciamiento que elaboró don Ramón:

“El localismo coexistió siempre junto al unitarismo, y en esos momentos de debilidad patológica no sólo se exacerba el uno, sino también el otro. Diferencias de temperamento, de lengua, de intereses, entre las varias partes componentes existen en todas las naciones, pero en España son sentidas con extrema viveza particularista por la consabida dificultad de comprender los beneficios no inmediatos de la asociación. Por otra parte, en el Estado unitario falta a menudo la apreciación conveniente del problema localista; falta la firme justicia coordinadora en que cada parte de la nación se sienta asistida en la medida que le sea forzoso reconocer como más equitativa; unas veces se hacen concesiones pródigas a las comarcas autonomistas, se les otorgan protecciones lesivas a las demás comarcas; otras veces se acude a la más intransigente represión de legítimas aspiraciones, queriendo suprimir violentamente los síntomas del mal, sin tratar de curar éste en sus raíces con medidas de gobierno esmeradas y persistentes”.


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