L.M.A.
“Lo que ocurrió en Europa después de la Segunda
Guerra Mundial no es comparable con lo que sobrevino después de la
Primera. Debido, sin duda, a que la primera gran guerra supuso el fracaso
del proyecto ilustrado europeo, los que la sobrevivieron se sintieron obligados
a revisar todo, dando origen a una explosión de la inteligencia y del
sentimiento que se reflejó en el arte, el cine, la literatura, la pintura, las
ciencias o la filosofía”, se escribe en el blog de la editorial Trotta.
“Nada de esto tuvo lugar después de la Segunda. Es
como si en los campos de exterminio hubiera muerto no sólo el judío sino el
genio humano. Los que volvieron de aquel infierno traían un mensaje para las
generaciones futuras: nunca más. La humanidad no podía permitirse una
nueva experiencia de barbarie porque sucumbiría definitivamente. Y para que ese
pasado no se repitiera proponían un antídoto, a saber, el deber de memoria,
que no consiste en acordarse de lo mal que lo pasaron los judíos, los gitanos,
los homosexuales o cuantos se enfrentaron al fascismo, sino pensar de nuevo
todos los valores occidentales que o bien fueron cómplices de la barbarie o
resultaron incapaces de combatirla.
Pero su grito no fue escuchado. Europa siguió como si
nada hubiera ocurrido. Occidente siguió construyendo la historia sobre víctimas
como siempre. Y todo en nombre del progreso.
Ese velo de silencio que ha invisibilizado a las
víctimas comienza a rasgarse. La nuestra, dicen algunos, es la era de la
memoria. Gracias a ella se hacen presentes las víctimas de la guerra civil, de
las colonias, de la esclavitud, de la conquista o del terrorismo. Ya no se
puede construir la historia sobre víctimas con la justificación de que son el
precio del progreso. Y en el origen de este cambio epocal está Auschwitz, con
su deber de memoria, con su imperativo categórico de repensar la política, la
moral, la estética, la ciencia o la literatura, teniendo en cuenta el
sufrimiento de las víctimas con el fin de construir un mundo sin violencia y
realmente reconciliado.
Este es el desafío al que quiere responder La piedra desechada.
Si el deber de memoria nos prohíbe leer a Aristóteles o pensar la justicia como
si nada hubiera ocurrido, la pregunta es: ¿cómo pensarlo teniendo en
cuenta la barbarie? Es un desafío colosal porque el pensamiento
occidental no ha querido hacerle frente. Claro que ha habido quienes han
recogido el guante. Son aquellos que, de acuerdo con el dictum
benjaminiano, entienden la revolución como el acto de tirar del freno de
urgencia para evitar el final catastrófico. Están presentes en este libro que
reflexiona críticamente, desde el deber de memoria, sobre los asuntos que
nos conciernen de una manera vital. El lector podrá descubrir, por ejemplo, que
nadie como el trapero –en alemán Lumpensammler– tiene el secreto de un
sistema económico que todo lo convierte en desecho porque nada hay que merezca
ser conservado o admirado. O será invitado a revisar sus valores, por ejemplo,
el culto al progreso, si quiere luchar contra los accidentes de tráfico que,
desde la aparición del coche, han causado más muertes que todas las guerras
juntas.
La memoria de la injusticia, por su parte, hará
inviable todas esas teorías de la justicia que se enseñan en las facultades de
derecho y de filosofía y que inundan las librerías del mundo entero. No se
podrá decir en qué consiste la justicia si hacemos abstracción de las
injusticias, que es lo que se lleva. Dios, la tragedia, la música o la poesía
no pueden seguir sin haber respondido antes a preguntas tales como dónde estaba
Dios mientras su pueblo moría en las cámaras de gas o cómo hacer poesía después
de Auschwitz o cómo representar el horror para que no resulte obsceno.
Este libro, menos que cualquier otro, no es un punto
final, sino una invitación a proseguir su camino. Las piedras desechadas
–llámense víctimas, vencidos, olvidados, desaparecidos o ruinas– son la piedra
angular de un nuevo comienzo que no sea más de lo mismo. Pero la novedad y,
por tanto, el futuro sólo serán posibles si nos tomamos muy en serio lo
olvidado del pasado”.
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