Carmen Valero
Todo lo que ha sucedido con motivo de la muerte de
Adolfo Suarez, hacia reflexionar sobre todos los acontecimientos que hemos
vivido los españoles desde la muerte de Franco. Empezando por el nombramiento
que hizo el Rey Don Juan Carlos, para que condujese al país a la tan ansiada
democracia que todos disfrutamos.
El altzeimer, le hizo olvidarse de quien era, pero la buena gente no olvidó quien era
él.
Lo expresaron
de formas diversas, y concretamente
haciendo colas de casi cuatro kilómetros en las calles de Madrid, para
pasar delante del féretro, inclinar la
cabeza, o santiguarse, y cada uno le daría su recuerdo personal de
agradecimiento, o de reconocimiento a ese trabajo ingente que duró casi dos
años, para dar cambio a leyes y situaciones que solo apreciaban individualmente
esas personas, esas familias, esos condenados políticos, y que ni siquiera
reconocieron en las votaciones del partido que fundó .
Son la buena gente que recuerdan el bien que hizo a su
paso por la política, y que después de hacerlo, con las mismas virtudes que
cualquier otro, tuvo la honradez de dimitir, en un país donde nadie dimite, y
llevar una vida digna entre los suyos, con muchas dificultades por las
enfermedades primero la de su hija Marian, y después la de su esposa Amparo. Situaciones
que tuvieron que pasar, como cualquier otra familia. Lo llevó con elegancia, y con esa sonrisa que repartía a
su paso por las calles, que le llevaba a
hablar con todo el mundo, y ser accesible a todos.
La ley de Reforma política, aprobada en las Cortes, se
reflejaba en las tomas televisivas de esos momentos, en especial en la cara de Suarez, que sonreía, con un gesto de descanso cuando la
votaron y veía en el futuro, el diseño
que habían preparado para el cambio tan necesario en paz, y que seguimos
disfrutando.
La Constitución Española de 1978, fue la base de
convivencia para todos.
El sentimiento profundo de muchos de los que
aguardaban tres y cuatro horas de cola, se transmitía en las conversaciones
entabladas entre ellos durante la espera,
porque el pueblo no se siente tan cerca de los políticos como se sentían
con Suarez. Cuando les ponían las alcachofas de televisión decían: ”Estoy aquí porque no olvido lo que hizo”,
“porque le quiero”, “porque mis padres me han explicado lo que hizo”, “porque
era muy guapo”, “me sacó de la cárcel por ser preso político”.
Me recordaba el entierro del Padre Silla, misionero
valenciano en la República Dominicana, que cuando falleció la gente gritaba
ante el féretro: “hemos perdido la voz, ya nadie nos escucha”, y cientos de
personas le acompañaron andando durante dos kilómetros al cementerio de San
Francisco de Macorís. Suarez fue un “rara avis” en la política, quizás un
misionero, en su misión tan especial de como conducirnos a la democracia.
Dormido en la memoria de los españoles, como su
enfermedad, con su muerte han despertado un montón de añoranzas en las personas,
de una forma de hacer política, que es la que entienden, trabajar mucho, sin
egoísmo y con generosidad, mirando al otro, y olvidarse de sus intereses tanto
personales como de partido. Así iríamos
todos mucho mejor. En la buena gente,
los políticos piensan muy poco.
“La concordia
fue posible”, reza en su epitafio de la tumba en el claustro de la Catedral de
Avila, donde descansa junto a su esposa Amparo
Illana.
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