Julia
Sáez-Angulo
Quedó
claro en la rueda de prensa que la exposición “El retorno de la serpiente.
Mathias Goertz y la invención de la arquitectura emocional” era un encargo muy
concreto de la dirección del Museo Reina Sofía al comisario mexicano Francisco
Reyes Palma, quien en un momento dado pidió un poco más de expansión para tocar
el tema de la presencia de Goeritz en España y su importancia en la escuela de
Altamira.
El hecho
conecta con una de las conclusiones que se debatieron en el reciente congreso
de Arte Político, organizado por la Asociación Española de Críticos de Arte,
AECA, que ha tenido lugar en el mismo
Museo Reina Sofía. Son las élites de los museos los que diseñan y dirigen el
contenido de las exposiciones de principio a fin. Ellas por tanto, las
responsables totales de sus contenidos, a la vista de la reciente polémica en
el propio Museo Reina Sofía sobre imágenes que ofenden a los cristianos (el comunicado
del Reina Sofía, poco menos que anónimo resultaba patético y de explicatio non petita, acusatio manifesta en
alguno de sus puntos). En
cualquier caso, leña al mono, que con los cristianos se pueden atrever; exhibir
las caricaturas de Mahoma sería más arriesgado.
Dicho
esto, Matias Goeritz (Danzig, Alemania, 1915 – México DF, 1990) es un artista
de origen alemán importante dentro de la historia del arte de España y de
México, más allá del disparadero del mercado de sus obras y la coincidencia con
la exposición, como sobrevoló igualmente en la rueda de prensa. Su influencia
en la escuela de Altamira, después de la guerra civil española es algo muy
patente, bajo el influjo del escultor español Ángel Ferrant y la obra de Joan
Miró.
Más de
doscientas obras entre dibujos, bocetos, mauqetas, fotografías, esculturas y
cuadros sobre tabla ponen de manifiesto el carácter experimental analítico y
lúdico del trabajo de Goeritz, de facto pionero de la pintura monocroma con sus
dorados sacros, ant4es que los azules de Yves Klein, del que se muestra una
obra del propio museo Reina Sofía.
La
arquitectura emocional de Goertiz, explicada por el autor artista en un
artículo con el mismo título, publicado en 1954, fundamenta su teoría estética
en el diseño de edificios, pintura, escultura y grafismo y hasta la poesía
visual. Goeritz apelaba a la necesidad de crear espacios, obras y objetos que
causaran al hombre moderno una máxima emoción, frente al funcionalismo, al
esteticismo y la autoría individual.
El
recorrido va desde el Museo Experimental
El Eco; la Guerra Fría Cultural; Señales urbanas y desarrollo inmobiliario; La
Ruta de la Amistad; El Centro del Espacio Escultórico; El Laberinto de
Jerusalén; Nuevas Vanguardias Europeas; Los Hartos; las pirámides y los murales;
poesía visual; la torcedura de la serpiente y el corte, el doblez, el pliegue y
la arruga.
Discursos
transversales, diacronías y sincronías en el planteamiento de esta exposición,
en la que conviene adivinar las claves de este artista: ruptura de mitologías;
renovación de la luz y lecturas encontradas. No hay desconexión entre la etapa
española y mexicana de Goeritz, un artista con pasado en el régimen alemán nazi
hasta los 30 años, una historia que se recoge en el cuaderno de bitácora del
autor, todavía desconocido en su contenido, si bien se muestra por una página
inocua en la documentación de la muestra expositiva.
En la
exposición que será itinerante por dos museos mexicanos, estuvieron presentes
Daniel, el hijo de Goeritz, y Lily Kassner, profesora de Universidad, que
trabajó junto a Goeritz largo tiempo para escribir los dos libros sobre el
artista y a la que Goeritz donó formalmente su fototeca. “Era un hombre muy
generoso, que regalaba obra en todas las partes donde estuvo”, declara la
profesora, ligeramente enfadada por el hecho de que no se hiciera constar el
origen de las fotos -de su fototeca- en
la muestra del Reina Sofía.
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