L.M.A.
14.12.14 .- José María Gómez nació en
Parrillas (Toledo) el 16 de marzo de 1951. Vive en Talavera de la Reina, donde
ha desarrollado su vida profesional como Catedrático de Lengua Española y
Literatura y Profesor Tutor de la UNED. Es miembro de numerosas instituciones
provinciales y nacionales. Y ha escrito libros de historia, arte y literatura,
y centenares de artículos en periódicos y revistas.
Libros de poesía publicados
En 1979 publica su primer libro.
“El sueño apócrifo”. Posteriormente
es Premio de Poesía “Ciudad de Toledo” con “Yegua de la noche” (1984) y
Premio Florián de Ocampo de la Diputación de Zamora con su libro “La máscara
de oro” (1987). En 1997 reunió estos tres libros de versos con el
título “Los recodos del laberinto”, donde publicó además nuevos poemas
sobre Toledo y Talavera de la Reina. En
el 2006 publicó “El libro y la sombra”, poemario inspirado en El Quijote. En
2012 ha publicado “Poemas de la Hispanidad”. En
2013 “Talavera en verso”. Y, finalmente por ahora, en 2014 ha dado a
la luz el poemario “Éxtasis en Toledo”, inspirado en las pinturas del
Greco en el IV Centenario de la muerte del pintor.
“ÉXTASIS EN TOLEDO”. Conexión de dos almas y de dos momentos estéticos. La
belleza pintada queda bien filtrada e ilustrada en la palabra poética. Todo un
arte. El Greco con su estilo inconfundible se sentiría felizmente correspondido
y reafirmado con su mismidad, en el estilo de este poeta de concisión
azoriniana y con sabores de la gran cultura española de aquella Edad de Oro.
“Yo soy tú” podría decir el Griego de Toledo y a quien para pintar le bastaba
la sola llama que en su alma ardía; y el poeta José María Gómez le
respondería:” la esencia de lo greco late en mi poema como en su forma”.
Misterioso trasvase de almas. Se cumplen aquellas anotaciones de García Lorca:
todas las cosas tienen su misterio secreto y la poesía es el misterio que
entrañan todas las cosas; en la poesía radica más verdad y belleza que en la
historia del mundo, porque no le falta esa locura divina que es la inspiración.
Hay que saber mirar y aprender a mirar, como sostiene el
cineasta Kurosawa en uno de sus filmes, con las orientaciones de alguien que
sepa hacer más transparentes nuestras miradas, y nos ayude a captar esa música
susurrante de la verdad y de la belleza; ese fondo misterioso que puede
fácilmente esfumarse con el vértigo de las prisas o bajo el prejuicio de
lo deja
vu.
Como una antorcha de luz debe servirnos este intenso
poemario para este año 2014, fecha para celebrar a este nuestro pintor del alma
e inventor del color de las almas, corrigiendo que “ tanto ingenio yazca en el
tácito olvido que le humilla”. (Antonio Hernández-Sonseca)
Ars sine scientia nihil
El Greco
en su IV Centenario
Hijo de Grecia, ha sido mi
destino
el Laberinto y su árido
sarcasmo.
Heredé de Platón el
entusiasmo
y de Ulises el ser de
peregrino.
Mi arte se bautizó en el
Hesicasmo.
Pintar es ver a Dios en el
camino.
Pintar es el audaz e íntimo espasmo
del alma en su tensión con lo
Divino.
Filosofía fue mi fundamento.
Mysthica Poesía mi sustento.
Noches de lento estudio me
forjaron.
Bizancio y su sagrado
hieratismo…
Italia y su mundano
sensualismo…
Sus sabias huellas en mi ser
cuajaron.
Toledo me acogió en la
encrucijada
y aquí mi alma quedaba
aprisionada.
Contrarreforma. Docta
Teología.
Nada es el Arte sin Sabiduría.
La muerte del Greco
Es abril. En Toledo, pujante
primavera,
florecen ya las rosas de la
Asunción de Oballe.
El verde-greco pinta los
perfiles del Valle.
De gozo resplandece la
escarpada ladera.
Sin embargo, en el aire, en
su luz y colores
aletea una íntima tristeza
indefinible.
Algo va a suceder, atroz e
irreversible.
Y la naturaleza negará sus
fulgores.
El pintor de Toledo se
dispone a morir.
Y piensa cuántas veces, magia
de la pintura,
la muerte fue para él una
bella aventura,
una ventana abierta al
inmortal vivir.
Por su mente desfilan en fuga
presurosa
los lienzos entrañables que
llenaron su vida,
El Expolio, su Rostro de
trasparencia acuosa,
y El Salvador de dulce mirada
compungida.
¿Cómo será mi entierro?, piensa desconsolado.
No leerá el epitafio de
Góngora el divino.
No oirá la oración fúnebre
del fiel Paravicino.
No pintará el instante en que
será enterrado.
Cuando pisó el convento lo
había decidido.
Su postrer habitáculo será
una desolada
cripta en Santo Domingo,
solitaria y callada.
Allí dormirá el sueño
paciente del olvido.
La música, otros días feliz
renacimiento,
es hoy el “De profundis” de
un hondo gregoriano,
que apenas se interrumpe,
tristísimo y lejano,
cuando un ronquido indica que
ha llegado el momento.
En un último esfuerzo
reconocen sus ojos
los hidalgos que un día
pintaron sus pinceles,
apuntes y bocetos, paletas y
papeles,
que mañana serán deleznables
despojos.
Sobre el pecho los brazos han
formado una cruz.
Su mirada estudiosa se ha
cegado. No mira.
Sólo se oye el susurro del
alma cuando expira:
La Luz… la Luz… la Luz… Al fin… ya veo… la Luz…
José María
Gómez Gómez
(Del libro “Éxtasis en Toledo”)
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