Luz María Jiménez Faro
Julia Sáez-Angulo
13 de marzo de 2015.- La poeta y editora Luz María
Jiménez Faro falleció ayer en Madrid, ciudad donde nació y residía. Estaba casada
con el escritor y poeta Antonio Porpetta. En 1982 fundó Ediciones
Torremozas (ellos tienen una casa en la sierra de Madrid, una “torre”, y en recuerdo de Josefina de las Mozas, una antepasada de familia; editorial especializada en
literatura escrita por mujeres, y su catálogo tiene más de 500 títulos
publicados bajo su dirección.
Igualmente es autora de unos
doce poemarios. El primero que publicó, lo hizo junto a su marido el
poeta Antonio Porpetta, fue el titulado Por un
cálido sendero (Madrid, 1978). También su libro Bolero (Madrid,
1993), una delicia de poemario de pasmosa sencillez y hermosa poesía en prosa
para evocar, a través del bolero, a personas, situaciones, vida…
Evocación de una autora
Evocación de una autora
Luz María con Concha Zardoya y José Javier Aleixandre
La escritora Tecla Portela, buena amiga de la editora fallecida ha declarado:
“En este momento no tengo suficiente serenidad para escribir sobre Luz. Quizás en unos días. Todo sobre su trabajo se puedes encontrar en la red, como autora y editora... porque como amiga no se puede describir”.
“Gracias a ella, yo -y como yo, mucha gente, tanto en España como en América- pudimos entrar en el mundo de la edición con tranquilidad. Ella y Antonio Porppeta, animaron mis libros de Florbela y mis primeros poemarios... que dieron lugar a todo los demás. Abrió paso a mucha gente, rescató voces olvidadas, reeditó libros inencontrables... y siempre tenía la observación oportuna, el consejo a punto, la empatía esa que ya no se encuentra. Jamás quiso figurar, nunca pensó en ella, su única preocupación era la Poesía. Su obra personal quedaba relegada para dar paso a otras voces. No conozco ningún otro caso que ni siquiera se acerque a lo que fue Luzmaría.
“Su familia era Antonio, sus dos hijas y sus cinco nietos (imposible consolarlos)... pero se ampliaba a las que ella llamaba "mis autoras", que, en cierto modo, la tratábamos con una especie de "madre poética", que escuchaba con los ojos y tenía el don inencontrable de la discreción... en todas sus acepciones”.
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