L.M.A.
Luis Gordillo, unos de los artistas más significativos del panorama nacional, con una dilatada
trayectoria pictórica y de investigación en el medio pictórico-visual, presenta su sexta exposición con
la Galería Marlborough.
Indiscutiblemente uno de los grandes artistas del s. XX-XXI nos ofrece en
TANCERCATANLEJOS una veintena de piezas que nos permiten acercarnos a su particular mundo del
pensamiento, de la experiencia y de la expresión estética.
La trayectoria de Luis Gordillo, siempre marcada por la experimentación
continua así como por el cambio de registros en su producción, ha sido
enmarcada dentro de la abstracción; una definición que encorseta un
trabajo que va más allá en un afán de descubrimiento de nuevos horizontes
plásticos.
En esta nueva exposición TANCERCATANLEJOS otra vuelta de
tuerca sobre la ironía, el humor y la inquietud, al tiempo que a estados
del alma. Mantiene su investigación en nuevos procedimientos y técnicas,
trabajando con métodos digitales a la vanguardia pero también continúa
con la pintura como soporte siempre presente en sus composiciones.
Muestra de la importancia de su trabajo son los premios recibidos
a lo largo de todos los años de su trayectoria profesional.
Entre estos
múltiples premios caben destacar el Premio Velázquez a las Artes
Plásticas (2007),su nombramiento como Hijo Predilecto de Andalucía
( 2012 ), Premio Nacional de Arte Gráfico ( 2012 ), Premio Villa de
Madrid “Lucio Muñoz” de Arte Gráfico ( 2011 ),su nombramiento
como Doctor Honoris Causa por la Facultad de Bellas Artes de Cuenca
(2008), la Medalla de Oro de las Bellas Artes de Madrid (2004), el Premio
Aragón-Goya de Pintura (2003), el Premi Ciutat de Barcelona d’Arts
Plastiques (2000),el Premio Tomás Francisco Prieto de la Casa de la Moneda (1999), la Medalla del Honor al Mérito en
las Bellas Artes (1996), El Premio CEOE a las Artes Plásticas (1992), El Premio Andalucía de las Artes Plásticas (1991),
y el Premio Nacional de Artes Plásticas (1981).
Sus obras se encuentran en importantes colecciones públicas: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid,
España), Museo de Bellas Artes de Bilbao, IVAM (Valencia, España), Fundación La Caixa (Barcelona, España), Patio
Herreriano (Valladolid, España), MACBA (Barcelona, España), ARTIUM (Vitoria, España), Fundación Juan March
(Madrid, España), CAAC (Sevilla, España), Caja Madrid (Madrid, España), Fundación Aena, Museum Folkwang (Essen,
Alemania), entre otras.
IMAGEN: Mirada araña, 2015, acrílico sobre lienzo, 180 x 124 cm
NEW YORK | LONDON | MADRID | BARCELONA
Ante, con, desde, en, entre, según, sobre, tras Gordillo
Ángel Antonio Rodríguez.
Ante la pintura (la buena pintura) hallamos imágenes que hablan del interior de uno mismo, más allá de apariencias
efímeras, para reivindicar otros universos posibles; imágenes que relatan un tiempo detenido, en la estela de la tradición
propia o ajena, en la obsesión del rincón íntimo, en la batalla cotidiana de la experiencia, como crónicas directas de una
época o reflejos indirectos de un mañana; imágenes que traducen guiños cómplices y cuentan historias o, simplemente,
sitúan nuestras miradas en un punto medio entre el artista y el mundo, tan cerca, tan lejos, comprometidas con la esencia
de las cosas.
Con esas perspectivas hallamos expresiones capaces de hacer bailar las sombras que reproducen el lujo de estar vivos
y desechan la idea de una memoria banal.
En el caso de Luis Gordillo, la imagen es pura porque es obra y la obra
es pura porque es imagen. Siempre ha sido así, al margen de cada instante, cada serie, cada etapa o cada exposición,
porque su maestría fluye con coherencia extrema fruto de esa trampa temporal que supone el acto de pintar, «una manera
de controlar el tiempo y de gastarlo, de gastarlo con humor preestablecido y maníaco», como afirmó hace ya varios años este pintor
poco amigo de los encasillamientos y las estructuras cronológicas, que concibe cada muestra como un espacio habitable,
terreno de acciones-reacciones válidas para generar prácticas donde lo histórico rejuvenece en contacto con lo reciente,
yuxtaponiendo opuestos.
Hoy, en el hermoso estudio madrileño de Gordillo se acumulan piezas paridas en largas
sesiones de trabajo que patentan esa porosidad de mutuas influencias, cambios de registro y rituales donde la hibridación
alterna realidad, abstracción, simbolismo o narratividad sin engorros, dogmas ni amaneramientos.
Desde los años cincuenta cada proyecto de Gordillo late como una emoción mutua artista-público, que ha inspirado
también esta exposición 2015 de Marlborough Madrid. Una vez más, la ética antecede a la estética porque su mar de fondo se nutre del espíritu de la preposición, ese nexo invariable capaz
de introducir adjuntos, complementos, sintagmas, nombres o verbos,
uniendo significados y significantes para denotar curiosas relaciones.
Gordillo ha vivido ocho décadas, ha inventado muchas preposiciones,
consciente de que los elementos sismográficos («la transmisión
fidelísima al papel o al lienzo de movimientos del alma») y la racionalización
(«el tiempo es una imagen móvil de la eternidad») son claves para el nuevo
envite, que aborda con la ilusión de un niño, manejando múltiples
parámetros, viajando del pasado hacia el futuro sin detenerse en
ninguna estación y configurando esa enorme amalgama de recursos
plásticos. Preposiciones gordillistas; construcciones elaboradas entre
la realidad y la ficción; situaciones inusuales, tensiones, dramas,
evocaciones ambiguas, escenografías que trascienden la geografía del
autor mediante un sinfín de alegorías, juegos visuales y secretos que
invitan a la contemplación pausada.
En estas búsquedas recientes el pintor ha venido jugando (y
conjugando) la imagen y el color para reclamar la física de la pintura, el
conflicto personal y la autonomía de cada idea. Son obras repletas de
tensiones y motivos recurrentes para distribuir esa enérgica dialéctica
entre lo positivo y lo negativo. Un resumen, «un todo en evolución que muta permanentemente», como apuntó en otro catálogo
David Pagel, núcleo de secuencias que reconstruyen la nostalgia convirtiéndola en un conjunto de temporalidades y
experiencias cruzadas.
Entre esos elementos subyacen también las teorías psicoanalíticas, ese «espacio de emergencia del sujeto reflejado» que advirtió
Fernando Castro concluyendo que la trayectoria de Gordillo se podría articular «como una búsqueda siempre abierta de claves,
dispositivos o registros que nos permiten saltar a ese otro lado que habitualmente no vemos». De ahí la importancia de ciertas piezas
paradigmáticas, como las de esta sugerente exposición madrileña.
La dualidad, la sensación de caos, las redes celulares,
los laberintos, las plantillas, el control de estructuras, las acotaciones, los sistemas que se devoran unos a otros; líneas que
se desestabilizan y vuelven a armonizarse en una galaxia infinita de experiencias vitales y sensoriales.
Según Gordillo hay dos métodos básicos en su trabajo, como ha explicado en varias ocasiones. El modo vertical, donde
el pintor se enfrenta al ritmo cotidiano intuitivamente, derrochando gestos, sin bocetos previos, como ocurre aquí en
ese gran políptico central que preside la exposición (“Aclimatación de plantas nocivas”), al fondo de la sala, configurando
el discurso múltiple del conjunto. Y el modo horizontal, donde unas obras se retroalimentan del contacto con otras en
un continuo casi eterno, como ocurre en sus conocidas composiciones con base de impresión digital, como la serie
“Contraespejos”, o en las series fotográficas “Hipergerminación” y “A corazón abierto”. Patrones enfrentados, irregularidades,
rupturas de escalas, fragmentos mediáticos o permutaciones que a veces trascienden la bidimensionalidad aprovechando
nuevos soportes, como las cajas de metacrilato de la edición “Sexteto digital”. Métodos automáticos de reproducción y
transformación que el artista usa desde hace décadas para apartarse de las gamas tradicionales y huir de la «pulsionalidad
extrema del espacio-color que a niveles subjetivos me eran difícilmente soportables».
Enigmáticos lienzos como el
titulado “La isla Cabeza de Hombre”, que acaso ha borrado los ojos miopes de “No sabe-no contesta” o los que se incluyen
en “La manzana de Eva”. Una y otra vez, la variación de formatos y técnicas origina miradas heterogéneas fieles a ese
pensamiento existencialista, arando campos tan irónicos como dramáticos que originan novedosos estadios a partir de
un lenguaje escéptico con respecto al discurso consciente e impiden la formulación voluntaria de estilos, estableciendo
conexiones entre lo espontáneo y lo reflexivo, lo manifiesto o lo latente.
Sobre gustos hay mucho escrito, por eso, en las exposiciones de Gordillo es difícil señalar preferencias. David Barro ha
indicado la importancia de esa tendencia del artista a generar documentos fotografiando toda la vida de cada cuadro y
empleando fotografías que permiten «deconstruir el resultado para derivar en una suerte de fractal capaz de revelar cada paso, cada
pensamiento y avance». Inalienable, Gordillo ansía la fricción, el diálogo, el encuentro, engendrando itinerarios de lo visible
o lo invisible, con una sobria red de significados imprevistos. En uno de los cuadros se pregunta “¿Es esto el futuro?”,
quizás, porque si algo define lo contemporáneo es la perenne mutación, el mestizaje, la reorganización de fronteras, la
sucesión de valores aparentemente antagónicos.
Tras la pista de Gordillo todo son sorpresas.
Ese «dinamismo incontestable» que apuntaba Juan Francisco Rueda en la reciente
antológica organizada por el Artium nos permite entender dónde, cómo, cuándo y de qué manera el pintor aglutina la libertad,
la concentración, la entropía, la seriación, la evolución de los motivos y otras dialécticas para conjugar verticalidad
y horizontalidad. El pintor posee una tendencia innata para generar emblemas con carga emocional expresando la
primacía relacional de la vida y desvinculándola del exterior para ofrecérsela a la psique del observador sensible. Y lo hace
debatiéndose en algo tan complejo y seductor como la pintura, tan lógico y dinámico como la fotografía, tan grato y
anárquico como esa nebulosa que nace entre ambas mientras suena en el taller la música colorista de Messiaen. Porque
la integridad, como dijo Camus, no precisa de reglas.
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