miércoles, 11 de noviembre de 2015

Igor Formin, Creador de un Mundo de Fantasía en la Pintura





Julia Sáez-Angulo

         El artista ruso se recuerda siempre a sí mismo pintando. La pintura ha sido para Igor Formin una actividad que le ha acompañado toda su vida y es ahora su destino. No lo lamenta, sino que lo celebra consigo mismo y con los coleccionistas, principalmente rusos y americanos, que le siguen con fidelidad.

         Estudió Arquitectura y Música en Minsk, dos disciplinas que lo enriquecieron en su trayectoria, pero optó por la pintura porque la veía más cerca de su espíritu y de su destreza. Con ella ha sido capaz de crear un mundo propio muy particular, que comparte con todos aquellos espectadores que la contemplan. Ese mundo, su pintura singular, rebosante de fantasía, le ha dado reconocimiento y  satisfacciones.

         En España, donde reside desde hace más de veinte años en la Costa del Sol, Formin ha sido galardonado con diversos premios. Incluso la Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos le pidió en 2005 una de sus escenas pictóricas, la titulada Los bombones y el amor a primera vista, para estampa facial de unos de sus sellos, en una serie de tres valores.




         El trazo del dibujo confiere una identidad clara a la pintura del pintor ruso. Hombres y mujeres con caras extrañas, ausentes, divertidas, algo grotescas en ocasiones… con expresiones ensimismadas o congeladas, interpelan indirectamente a quien las mira. Un dibujo muy particular, solo suyo.

         Los músicos son protagonistas habituales de su representación plástica. Músicos de violines y tambores, cantantes, danzantes, malabaristas, vendedores de frascos de perfume, mujeres solitarias o indecisas, parejas, muchas parejas de enamorados con actitudes afectivas o ambiguas… Escenas llenas de colorido y movimiento, al más puro Brueghel, cuando se trata de la fiesta, o de Picasso, en su etapa Azul miserabilista, cuando se trata de figuras que rezuman melancolía. También se puede rastrear en su pintura el eco de Chagall y su violinista en los tejados, cuando Formin representa músicos llenos de sugerencia y misterio, tan apreciados por sus coleccionistas judíos.

         Pero Igor Formin es él, solo él y su estilo, dentro de la larga tradición de la pintura, con sus aportes propios. Un estilo que lo define y dota de identidad inconfundible a la hora de mirar un cuadro.

         El pintor ruso sabe crear un mundo de fantasía muy rico, sobre todo con sus ciudades hermosas e imposibles; a veces, de mecano, que parecen sacadas del mundo onírico de los sueños. Los cuadros de Igor Formin, con ciudades que solo se pueden ver y contemplar en su pintura, me han recordado el sugerente título del libro Las ciudades invisibles del escritor Italo Calvino, que pareciera dedicarse a su pintura.

         No siempre es fácil mover los grupos de personajes en la pintura; Formin tiene la maestría de saber hacerlo en composiciones valientes y audaces. Su paleta es ambiciosa, porque ofrece todos los colores y su gradaciones tonales. Tener un cuadro de Igor Formin es adueñarse de una parcela de su mundo, de su fantasía, de su creatividad.


         “La belleza salvará al mundo” dejó escrito Dostoiveski. Los cuadros de Igor Formin forman parte de esa belleza que es la pintura bien hecha, porque viene del alma de un artista y del dominio maestro de un creador.


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