El
artista ruso se recuerda siempre a sí mismo pintando. La pintura ha sido para
Igor Formin una actividad que le ha acompañado toda su vida y es ahora su
destino. No lo lamenta, sino que lo celebra consigo mismo y con los
coleccionistas, principalmente rusos y americanos, que le siguen con fidelidad.
Estudió
Arquitectura y Música en Minsk, dos disciplinas que lo enriquecieron en su
trayectoria, pero optó por la pintura porque la veía más cerca de su espíritu y
de su destreza. Con ella ha sido capaz de crear un mundo propio muy particular,
que comparte con todos aquellos espectadores que la contemplan. Ese mundo, su
pintura singular, rebosante de fantasía, le ha dado reconocimiento y satisfacciones.
En
España, donde reside desde hace más de veinte años en la Costa del Sol, Formin ha
sido galardonado con diversos premios. Incluso la Sociedad Estatal de Correos y
Telégrafos le pidió en 2005 una de sus escenas pictóricas, la titulada Los bombones y el amor a primera vista,
para estampa facial de unos de sus sellos, en una serie de tres valores.
El trazo
del dibujo confiere una identidad clara a la pintura del pintor ruso. Hombres y
mujeres con caras extrañas, ausentes, divertidas, algo grotescas en ocasiones…
con expresiones ensimismadas o congeladas, interpelan indirectamente a quien
las mira. Un dibujo muy particular, solo suyo.
Los
músicos son protagonistas habituales de su representación plástica. Músicos de
violines y tambores, cantantes, danzantes, malabaristas, vendedores de frascos de
perfume, mujeres solitarias o indecisas, parejas, muchas parejas de enamorados
con actitudes afectivas o ambiguas… Escenas llenas de colorido y movimiento, al
más puro Brueghel, cuando se trata de la fiesta, o de Picasso, en su etapa Azul
miserabilista, cuando se trata de figuras que rezuman melancolía. También se
puede rastrear en su pintura el eco de Chagall y su violinista en los tejados,
cuando Formin representa músicos llenos de sugerencia y misterio, tan
apreciados por sus coleccionistas judíos.
Pero
Igor Formin es él, solo él y su estilo, dentro de la larga tradición de la
pintura, con sus aportes propios. Un estilo que lo define y dota de identidad
inconfundible a la hora de mirar un cuadro.
El
pintor ruso sabe crear un mundo de fantasía muy rico, sobre todo con sus
ciudades hermosas e imposibles; a veces, de mecano, que parecen sacadas del
mundo onírico de los sueños. Los cuadros de Igor Formin, con ciudades que solo
se pueden ver y contemplar en su pintura, me han recordado el sugerente título
del libro Las ciudades invisibles del
escritor Italo Calvino, que pareciera dedicarse a su pintura.
No
siempre es fácil mover los grupos de personajes en la pintura; Formin tiene la
maestría de saber hacerlo en composiciones valientes y audaces. Su paleta es ambiciosa,
porque ofrece todos los colores y su gradaciones tonales. Tener un cuadro de
Igor Formin es adueñarse de una parcela de su mundo, de su fantasía, de su
creatividad.
“La
belleza salvará al mundo” dejó escrito Dostoiveski. Los cuadros de Igor Formin
forman parte de esa belleza que es la pintura bien hecha, porque viene del alma
de un artista y del dominio maestro de un creador.
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