Julia
Sáez-Angulo
La versión teatral de Danzad malditos, de Félix Estaire dirigida por Alberto Velasco se
ha representado en la Sala Max Aub de Matadero Madrid, dependiente del Teatro Español.
Una libre adaptación de la película Dandaz
, danzad, malditos de Sidney Pollack en 1969, con Jane Fonda como
protagonista destacada.
En el reparto: Guillermo
Barrientos, Carmen del Conte, Karmen Garay, José Luis Ferrer, Rubén Frías,
Ignacio Mateos, Nuria López, Sara Párbole, Txabi Pérez, Sam Slade, Ana Telenti
y Rulo Pardo.
El paralelismo de la película de Polack y esta versión
teatral es la crisis económica, el deseo de premio, de ganar a costa de la
propia destrucción, de perseguir los sueños y pasar por el cadáver de los otros
como bien señala físicamente la versión del Teatro Español en las Naves de
Matadero… Un homenaje a los perdedores, reza el folleto explicativo para los
espectadores…
Todas las posibilidades de perder están en los personajes,
desde el primer excluido, hasta el arrebatado que no sabe aceptar la derrota y
se lanza en imprecaciones contra el director obeso y su detestable teatro
actual, aplaudido por los espectadores
¿Dónde está la
iluminación en esta obra? La chispa de conocimiento sereno que arranque una esperanza
al hombre. No se atisba; no interesa; no se lleva. El nihilismo, que es la
tónica de occidente es el marchamo. Moraleja sin luz. La no moraleja que diría la
Alicia de Carroll
La puesta en
escena de Danzad malditos es tierra,
barro que al final embadurna a los que quedan, tras el aparente alivio del agua
por el domador de caballos que dirige la cuadra de danzantes con un látigo y
descarga la sucesiva responsabilidad de la elección descalificadora en los
propios participantes y hasta en el público.
La cantante
misteriosa trae a la memoria a Wagner como música de fondo para los nazis en
los campos de concentración, mientras los cuerpos de los judíos ardían en los hornos
crematorios.
Las canciones
dramáticas de Edith Piaf una perdedora/ ganadora de los bajos fondos parisinos
pone ritmo rodante a los que bailaban. Su hermosa voz de erres arrastradas era la
belleza onírica al lado del patetismo estético de los danzantes.
El texto habla
de la muerte como acicate de la vida, de la imposibilidad de volver a soñar lo
soñado, de la muerte como liberación. Ciertamente la vida es lucha y milicia,
mientras que el final iguala a todos. La supervivencia del más fuerte se impone,
puro Darwin. Sólo cabe esperar la compasión de la filosofía oriental o la
misericordia cristiana –también oriental a la postre- para hacer más llevadero
el pasaje. Lo demás es puro canto en los dientes. La iluminación no resulta
teatral para la elección dramática de nuestros días.
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