Julia
Sáez-Angulo
Un
espléndido “Hamlet”, una de la grandes obra de Shakespeare, interpretada por los
actores del Teatro Clásico de Sevilla tiene lugar en el Teatro Fernán Gómez de
Madrid. La puesta en escena de la obra coincide con el 400 aniversario de la
muerte del dramaturgo británico. Una obra fiel al teatro de la palabra, un
Shakespeare muy Shakespeare con algunas resonancias calderonianas de “La vida
es sueño”. Un Hamlet con ciertas
libertades.
La
obra viene a partir de la traducción es del ilustrado Leandro Fernández de
Moratín. El espectáculo es en coproducción con el Festival de Almagro y el
Festival de Niebla. Seis candidaturas a los premios Max 2016.
Los
ocho espejos del montaje son todo un símbolo del reflejo que supone el teatro,
una multiplicación de la imagen y de las conductas que se repiten a lo largo de
las distintas generaciones. En el suelo unos toldos que comienzan con la inocencia del blanco, para pasar a la tensión del
negro y desembocar en el rojo de la sangre y pasar al verde césped y por
último a la tierra que habrá de albergar el final de todos. La bandera de una
Dinamarca podrida en el crimen se agita y se multiplica en el juego de espejos, con gran efecto y belleza. Curt Allen Wilmer (AAPEE) es el diseñador de la escenografía y vestuario.
Los
protagonistas comienzan cubiertos con una capa, de la que se despojan hasta ir
poniendo en evidencia su propia desnudez, su debilidad, ambición, crueldad,
cinismo… Todos acabarán en el despojo de huesos de bufón Yorik.
Un
ritornello que el protagonista repite periódicamente “Ser o no ser, esa es la
cuestión”, la célebre frase de Hamlet. Un Shakespeare que suena a Shakespeare con toda su rica reflexión
sobre el poder, la vida, la muerte, el amor, el suicidio, la duda, el teatro…
todo ello con sabiduría, agudeza, ironía, locura… la locura de la verdad de Hamlet.
Las obras de Shakespeare están llenas de citas brillantes como brillante es su pensamiento. Es el escritor universal, el que mejor conoce el alma humana. El teatro de Shakespeare nada tiene que envidiar a los clásicos griegos y cuando la puesta en escena respeta al mejor Shakespeare se agradece en medio de tanto dislate en adaptaciones inadecuadas que nos han estragado.
Las obras de Shakespeare están llenas de citas brillantes como brillante es su pensamiento. Es el escritor universal, el que mejor conoce el alma humana. El teatro de Shakespeare nada tiene que envidiar a los clásicos griegos y cuando la puesta en escena respeta al mejor Shakespeare se agradece en medio de tanto dislate en adaptaciones inadecuadas que nos han estragado.
Hamlet,
el príncipe atormentado, representado por Pablo Gómez-Pando, tiene brío en su papel de hombre treintañero.
Se hace creíble (aunque el actor se retoca un poco de más el cabello) Amparo
Marín hace muy bien su papel de reina Gertrudis (amante del rey y madre de
Hamlet); Manuel Monteagudo, de untuoso Polonio, Antonio Campos del prudente Horacio
o Juan Montilla de un Claudio con fisonomía de Otelo. Rebeca Torres interpreta
bien a Ofelia, si bien sería más acorde al personaje una actriz algo más joven,
en paralelo a Hamlet. La buena dirección y dramaturgia es de Alfonso Zurro.
En
suma una obra de teatro que nadie debiera perderse, sobre todo si no se ha
visto nunca a Hamlet en el teatro. La
escuelas sevillana de teatro como la de pintura son cosa seria que diría un italiano.
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