Julia
Sáez-Angulo
“Las
princesas del Pacífico”, una aventura teatral de Alicia Rodríguez y Belén Ponce
de León, bajo la dirección de José Troncoso, donde el público disfruta y
reflexiona al mismo tiempo. Una puesta en escena en el Teatro Guindalera de
Madrid, que ha dado que hablar por la espléndida interpretación de las dos
actrices que hace creíble a los personajes. Un proyecto y producción de Padam Teatro.
Agustina
y Lidia son tía y sobrina, personajes de barrio, de Dos Hermanas (Sevilla), que
viven pendiente de los sucesos que se informan en el televisor. Ese es su mundo
y alguna conexión con el barrio, como la del “hijo de la Juani, que lo han
medido en la cárcel”. Se ríen de los sucesos ajenos, casi como escudo de
satisfacción de que no les ha tocado a ellas. Las dos viven de una corta
pensión que apenas les permite bien con holgura.
Pero
las penas no siempre son penas en la casa de los pobres, al poco de comenzar la
función teatral, a la tía y sobrina les toca un viaje en un crucero y ellas
comienzan con los preparativos: sombrero, gafas, diadema… todo pobre y hortera
pero con sueños. Si la belleza es un activo, Agustina y Lidia no son
precisamente bellas sino un tanto adefesios, grotescas, que se anquilosan, la
tía en su mantón de crochet y la sobrina no puede cambiar de vestido sino
modificarlo con un lazo de otro color.
La
simbiosis de los dos personajes se aprecia en el lenguaje sevillano, en los
diálogos en que ellas se apoyan, casi una repetición de respuestas y
latiguillos siempre listos para hablar con el prójimo, sean las vecinas o el
capitán del crucero, que es el antiguo chico de la pescadería.
Recursos
verbales y gestuales no les faltan a los personajes, a las actrices Alicia
Rodríguez y Belén Ponce de León, que los bordan. “Cucha niña….” y a partir de
ahí cualquier cosa se puede desencadenar entre estas dos supervivientes que
hablan, discrepan, se asienten… y siempre se quieren. “¡Verdad!, apostilla siempre la sobrina a la tía, porque ambas forman
un tándem inseparable de apoyo en la vida.
Cuando
Lydia se pierde en el barco del crucero, la tía implora al cielo para decirse
al más Alto que con ella haga lo que quiera, incuso que la ponga en una silla
de ruedas, pero que a la niña no le pase nada. Es una escena inteligente y
conmovedora.
La
vida anterior de la tía y la sobrina se cuenta sobre la marcha del espectáculo
teatral: ella viuda –hermana de la tía- con un marido que le dio la noche de
bodas; ella huérfana de madre, casi al nacer y de padre que se dio a la bebida.
Pero la sobrina sonríe cuando la tía le dice que su madre era la más guapa de
aquel momento y que su padre la quería mucho.
La
realidad, la narración, el sueño y el ensueño se van dando por partes.
Las
escenas teatrales se suceden a ritmo vertiginoso con gracia y salero como
corresponde al habla andaluza popular. La escena de las hamacas es hilarante;
las del autoservicio de comidas, otro tanto; las de los encuentros con el capitán muestran
cierto freno de las mujeres de barrio ante el importante, con todas sus
reservas; los diálogos con tres mujeres burguesas o con pretensiones avanzan a
media que transcurren los días de crucero. Al final pasará factura ante los
agentes.
En
suma Las princesas del Pacífico es
una obra diez, no solo por el texto sino sobre todo por la interpretación que
le da vida. Teatro vivo, espejo de hoy, con un final muy actual.
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