por Víctor Morales Lezcano
Una
poderosa empresa constructora turca ha hecho saber que “la confianza en nuestro
futuro ha sido reforzada por el compromiso de nuestro pueblo con la
democracia”. Este silogismo imperfecto quiere trasladar una interpretación del golpe de estado que
amenazó, la noche del 15 de julio y la madrugada del 16, con investir al
ejército de plenos poderes para contrarrestar la trayectoria que el AKP (Partido
de la Justicia y el Desarrollo) viene recorriendo con mayoría electoral desde
2002.
El
golpe de estado en Turquía resultó fallido del todo, cuando amaneció el día
después del intento protagonizado por un sector del ejército de la república
kemalista nacida en 1923.
En
una columna que publicó este periódico (“De cuándo arranca y por qué lo de
Turquía”, 28/07/2016) se recordaba la inveterada tutela que sobre el legado
institucional kemalista venían desempeñando las fuerzas armadas en Turquía
desde la muerte de Atatürk en 1938. La cuestión palpitante ahora es saber si en
la documentación del gobierno actual de Turquía que preside Binali
Yildirim -incondicional del presidente
de la República (R.T. Erdogan)- hay constancia fehaciente de preparativos
sigilosos conducentes a un expurgo drástico de aquellos jefes, oficiales y
escalones subalternos del ejército desafectos, en principio, a la implantación
de una gradual suplantación de viejos republicanos por cohortes de extracción
mesocrática, e incluso, popular.
La
sempiterna suspicacia de una mano conspiradora
-y enemiga- de la nueva Turquía venía deambulando en medios impresos y
redes sociales desde hacía más de diez años. Junto con el militar, los sectores
de jueces y policías, corporativos donde los haya, venían siendo señalados por
los depositarios actuales de la legalidad republicana, en cuanto funcionarios
permeados por la filosofía de Hizmet. Hizmet, con el docto Fethullah Gülen a su
cabeza, es una orden de inspiración islámica “suave” que viene recorriendo el
sistema capilar de funcionarios, periodistas y militares turcos desde hace
decenios. Gülen y Erdogan comulgaron, en un principio, con el mismo espíritu
regenerador que propugnan Hizmet y Zaman (El
Tiempo), diario fundado en 1986. Sin embargo, cuando se hizo público el
distanciamiento entre los dos rivales hacia 2012, Gülen ya se había instalado
en una residencia y centro de difusión de Hizmet sito en Pensilvania, mientras
que Erdogan continuó siendo la omnipresente estrella política de la nueva Turquía.
Fue así como el océano puso por medio un obstáculo entre los hermanos enemigos.
Cuando
el golpe de estado saltó a los medios durante las últimas horas del pasado 15
de julio, la inesperada difusión de un llamamiento de Erdogan a través de FaceTime, hizo que gentes de Ankara,
Estambul y otras ciudades turcas desafiaran desde la calle a los golpistas, plantándoles
cara y desobedeciendo el toque de queda impuesto por los partidarios de la
insurrección.
Suele
ocurrir en la Historia que en situaciones-límite pueda concitarse,
favorablemente o no, un concurso de circunstancias y de intervenciones que
terminan por dirimir el éxito o fracaso de una decisión. Es lo que en otro
tiempo se invocaba como destino.
La
lealtad al gobierno del jefe de las fuerzas armadas de Turquía, general Hulusi Akar, contribuyó a detener el golpe de
marras -no sin víctimas y heridos en los
enfrentamientos habidos durante veinticuatro horas aproximadamente-. La
oposición política en la Asamblea, encabezada por Kemal Kiliçdaroglu, el
servicio de inteligencia y el decisivo actor llamado “gente de a pie” que, en
ocasiones similares a la que aquí se describe, contribuye a que el fiel de la
balanza se incline de uno u otro lado, se sumaron todos a la contrainsurgencia
que convocó el aguerrido presidente de la República. El destino volvió a
sonreírle a R.T. Erdogan.
Al
bajar el telón de este golpe fallido sobre el escenario político-social de
Turquía, no tardó en difundirse a los cuatro vientos por todo el barrio de
Çankaya y el país entero que Fethullah Gülen había sido la eminencia gris que
desató la tormenta para cortar, preventivamente, la purga que venía urdiéndose
en diferentes instancias gubernamentales de Ankara. Y para poner coto, además,
al ejercicio de poder del que Erdogan venía haciendo gala abusiva desde 2013.
El
“yo acuso” lanzado por Erdogan contra Gülen llevó aparejada, de inmediato, la
petición de extradición del fundador de Hizmet por parte de las autoridades
turcas. El docto clérigo negó, acto seguido, haber ideado la conspiración
antigubernamental del 15 de julio y el consiguiente golpe de estado en un
artículo titulado “I want democracy for Turkey” (The New York Times, 27/07/2016). El texto de Gülen terminaba así su
argumentación: “…en honor a los esfuerzos mundiales para restaurar la paz en
tiempos turbulentos, así como salvaguardar el futuro de la democracia en
Oriente Medio, los Estados Unidos no habrán de plegarse a un autócrata que está
convirtiendo un putsch fallido en un
golpe a cámara lenta contra el gobierno constitucional”. En cualquier caso, la
presidencia de la República turca ha puesto en el alero americano una cuestión
embarazosa donde la haya.
Dejemos por el momento el proceso abierto, tal cual se
encuentra ahora, como si aspirara a convertirse en auténtica cause célèbre, sin haberse zanjado hasta
la fecha. Quizás convenga completar, en próxima ocasión, los efectos
secundarios y exteriores que ha desencadenado el 15 de julio de 2016 en
Turquía, Oriente Medio, la Unión Europea y, en cierta medida, en Estados
Unidos.
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