Julia Sáez-Angulo
Nadie
duda de que los refugiados políticos sufren un drama humano, personal y
familiar, que les marcará toda su vida, pero su llegada masiva y su presencia
están creando problemas muy graves a la vieja Europa, que se ve literalmente
invadida por ellos. Cierto que muchos de los que buscan entrar en Europa no son
precisamente refugiados políticos, sino económicos, en busca de un mejor
estatus, pero todo tiene un límite.
No se
puede, en aras del buenismo, acoger a todo el que llega, máxime cuando aparecen
empujados o alentados por mafias y ONG que viven de ello. Los mafiosos y ONG
son avisados desde Libia y otras partes del Mediterráneo, para ir al rescate de
“su mercancía”, por lo que los refugiados trabajan con red. Italia y España son
los países más afectados por el drama y el problema. Sus fuerzas de seguridad,
los primeros agredidos.
Una
vez aquí comienza el problema de saturación, de huida o de expulsión, de inclusión
en el nuevo país o de incidentes por otra cultura, sobe todo respecto a las
mujeres “magreadas” en Colonia y otros lugares, por renuentes a quitarse el
burka en sitios públicos, con el peligro de sospecha que ello entraña. Cuando
no, con los lobos solitarios que acechan con camiones o cuchillos al grito de Alá es grande, con sucesivas víctimas de
los ciudadanos acogedores, y acaban por hacerles desistir de acudir a eventos
públicos, donde pueden aparecer esos miserables.
Más grave aún cuando estos refugiados e instalados crean su propia bolsa jurídica y vigilancia policial propia
en los barrios para ejercer su imposición sobre las mujeres que no llevan velo,
burka o las familias que no cortan el clítoris a las niñas. Se sabe que es así
en Francia y otros países y no se actúa, por miedo y temor a rebeliones de
barrio o a la opinión pública. Tenemos dirigentes timoratos y ortoplacistas.
No es lo mismo un refugiado que un terrorista. Cierto, pero en la
avalancha, Europa no tiene tiempo de controlar y distinguir. En bien de todos hay que tomar medidas más
decisivas para cortar abusos de mafias, ONG, que conllevan el interés
crematístico de los que trabajan en ellas, cuando no, la bisoñez, de cierta
opinión pública sentimental que olvida que los recursos son limitados –ley elemental
de la Economía. El mal se aloja y esconde entre la multiculturalidad que no
funciona y en desgracia.
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